Rosalía, la nueva Armella

Seine Liebe ist meine Liebe” (“Su amor es mi amor”), canta Rosalía mientras realiza trabajos domésticos y observa obsesivamente un colgante que le recuerda, porque lo simboliza, a su amado. Este verso coincide con un fragmento de un pasaje del Triomphe de l’amour divin (1672) de la monja ursulina Juana de la Natividad incluido en traducción alemana en Ekstatische Konfessionen (Confesiones extáticas, 1909), una antología de textos místicos seleccionada por Martin Buber, que también recoge, como la cara impresa del CD Lux, un texto de la sufí Rābi’a al-’Adawiyya. Triomphe de l’amour divin narra las experiencias amatorias de la bretona Armella Nicolas, la bonne Armelle, que, según el título de un viejo estudio sobre su figura, fue “sirvienta de los hombres y amante de Cristo”.

Portada del disco 'Lux', de Rosalía

Portada del disco 'Lux', de Rosalía   

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Como cuenta esta obra, mientras servía como criada en casas ajenas, Armella vivió en secreto una relación intensamente erótica con Jesús, sin que ello, de acuerdo con los códigos de ese siempre sintomático subgénero de la literatura fantástica que es la mística, le ahorrara las consabidas tentaciones diabólicas, que la empujaban hacia placeres menos sagrados. Esta podría ser la historia que se recrea en Berghain y que ofrece, junto con algunos conceptos sembrados por Simone Weil en La gravedad y la gracia, la clave para interpretar su significado. Con Rosalía haciendo de nueva Armella, con Yves Tumor como fuerza seductora del pecado (“te follaré hasta que me quieras”) y con el pajarito teólogo Björk recordando que, para resistir y salvar el alma, se precisa la gracia de Dios.

Vivió en secreto una relación intensamente erótica con Jesús, sin que ello le ahorrara tentaciones

Cuando el mundo le era adverso, Armella buscaba consuelo en el “sagrado corazón” de Jesús, que se abría para acogerla. En el vídeo, cuatro planos enfocan un cuadro del “sagrado corazón” colgado sobre el cabezal del lecho de la nueva Armella. En el cuarto, que coincide con el final de la grabación, lo sobrevuela una paloma, otro símbolo, como la llama que penetra y quema o el cervatillo herido, del amor sagrado. Rosalía, la nueva Armella, canta, con metáforas y plumas en los ojos, lo que Weil expone con conceptos sobre este tipo de quereres: que el amor de Dios exige “descrearse”, disolver el yo (“solo soy un terrón de azúcar”), retirarse de uno mismo para que Dios ocupe el lugar que se abandona (“sé desaparecer. Cuando tú vienes es cuando yo me voy”).

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No hay que buscar tres pies al gato. Como en el libro de Juana la ursulina, en Berghain se simboliza el triunfo del amor divino. Evocando a Händel, Bach y Vivaldi y con la materia de la mística popular barroca, Rosalía ha fundido, en un producto pop estéticamente fascinante, el latido del espíritu de nuestra época con el del “sagrado corazón” de Jesús. En un momento en que avanzan los proyectos neobarrocos de restauración católica, la estetización de la vida personal a través de la conversión de la devoción religiosa en una obra de teatro perpetua vuelve a ser, como en la Contrarreforma, un signo del tiempo.

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