Todo en ella era belleza

Amaia Arrazola (1984-2025)

La ilustradora y artista lo explicaba todo en imágenes

Entrevista a AMAIA ARRAZOLA, ILUSTRADORA. Amaia Arrazola Otaduy es una ilustradora y creadora multidisciplinar española.
Mané Espinosa

Poco a poco, a medida que levantas tu mural, hay otras cosas que se van construyendo: las personas que te rodean son colegas primero, conocidos a los dos días, y amigos del alma después”, escribía Amaia Arrazola el pasado septiembre en el que ha sido su último post de Instagram. Lo acompañan fotos de su participación en el Colors Urban de Estrasburgo, donde ahora hay un mural suyo, como los hay en Japón, Milán, Timisoara, Rabat, Madrid, Pamplona, o el barrio de Gràcia, su casa.

Nacida en Vitoria en 1984, de pequeña le encantaba dibujar, pero paró porque le dijeron que era cosa de niños. Estudió Publicidad en la Complutense de Madrid, y dejaría su puesto de directora de arte júnior en la agencia McCann Erickson para estudiar un máster de diseño en la Elisava de Barcelona. Pensaba que estaría de paso, y se quedó. “La ciudad vivía un momento dulce para la ilustración”, recuerda la artista Paula Bonet. Ambas forman parte de los autores de Cuando el negro se hace rosa , entre los que están Mariadiamantes, David de las Heras, Chamo San, Ricardo Cavolo, Sergio Mora, Lyona. Y Conrad Roset que, junto a Guim Tió, compartió estudio con Arrazola.

Lo explicaba todo en imágenes, desde los murales hasta los talleres que impartía, pasando por los libros

Era una hermana para ellos. Crearon un equipo muy bonito, a una edad repleta de dudas. Juntarse les sirvió para ayudarse, la profesión y la amistad siempre irían de la mano. Ella sacaba energía de donde fuera, y “la magia que tenía era que nos convencía de que podíamos comernos el mundo”, dicen, “siempre optimista, proponía mil aventuras, y su obra es una muestra de lo generosa que era”. También lo son los regalos que hacía, hoy en cada rincón de las casas de la gente a la que quiso. Como en la de María Herreros, que acababa de empezar en el mundo artístico cuando se conocieron en el 2013. Se hicieron amigas enseguida, se divirtieron muchísimo, se acogieron mutuamente, paseaban juntas con sus hijos, y hablaban de esa maternidad a la que les costó un poco adaptarse al principio. “Buena, alegre y auténtica, no perdía el tiempo en tonterías”, dice Herreros.

Bonet destaca asimismo su vitalismo: “Era divertida, explosiva, le quitaba hierro a lo que no era importante; todo en ella era belleza, estimulaba la mirada hacia la parte más luminosa y no se acababa nunca”. Tras un estilo que Arrazola definía como rápido y espontáneo, lleno de colores vivos, Bonet explica que “trabajaba desde un lugar reflexivo”. Añade que era “una curranta”, implicada y comprometida, algo en lo que coinciden sus amigos Andreu Gomila y Clara Narvión, cuya hija Júlia es íntima de Ane, a quien Arrazola dedicó Meteorito. De cuando fui madre y todo voló en mil pedazos. Ella despertaría su faceta de libro infantil. Por ejemplo en la creación de Simón, un camaleónfrustrado por la incapacidad de adaptarse a las circunstancias, o en la de los libros-máscara para bebés. Con su compañero Txemy Basualto “han hecho un tándem increíble y se han retroalimentado de un modo maravilloso”, cuenta Roset. Txemy construyó la estantería de su casa con madera de la carpintería del barrio, y dejaron a su hija los estantes inferiores; Ane va la escuela Pau Casals, donde hay un mural de Arrazola y un aula llevaba su nombre.

Lo contaba todo en imágenes, desde los murales, los talleres que impartía (muchos para niños) y desde los libros. Después de Cosas que nunca olvidarás de tu Erasmus, con Raquel Piñeiro, llegaría su pasión por Japón. Pidió una beca para hacer una residencia en Matsudo, y del cuaderno de viaje surgiría Wabi-Sabi. Le seguiría Totoro y yo. Todo lo que descubrí de las pelis de Hayao Miyazaki. Y este año, Bajo un cielo estrellado: magia, belleza y leyendas japonesas. “Un clásico en sus manos siempre será un clásico de Amaia”, dice su editor en Lunwerg, Javier Ortega, “tenía talento para convertir todo lo que tocaba en criaturas que llevan su sello, y crear así un nuevo universo”.

Mantenía el vínculo con Gasteiz, donde hizo varias exposiciones, murales como el trinquete de Los Astrónomos, o el cartel de La Blanca 2024, uno de los sueños de cualquier ilustrador gasteiztarra. Su muerte con 41 años ha conmocionado al mundo artístico y cultural, incluidas las librerías, como l’Atzavara, donde pintó un mural de Sant Jordi, la madrileña Grant, o la mallorquina Rata Corner, que transmiten cuánto la echarán de menos en un Instagram que se ha llenado de muestras de cariño y recuerdos. Javirroyo le ha dedicado un dibujo deseándole buen viaje.

Cuando visité su biblioteca el año pasado, Arrazola me contó que esperaba que algún día su hija lea esas páginas que ella subrayó: “Es una manera de que me conozca y vaya descubriendo a su madre, porque estoy ahí”. Amaia está en sus libros y murales, en el impacto y el amor que ha dejado. Su último post de Instagram dice: “Acabas el mural y todo se acaba. Te despides. Un poco de tristeza. La experiencia es efímera, pero las personas son reales. Vuelves a casa agotada, nostálgica, satisfecha de haber cumplido, y al mismo tiempo con una extraña sensación de vacío, un poco desorientada. ¿Qué ha pasado aquí?”.

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