¿Todavía es posible llenar un gran pabellón con guitarras, rock y pose vacilona? Lo es, y anoche Leiva lo demostró llenando el Palau Sant Jordi hasta los topes por primera vez en su ya dilatada carrera, donde suma seis discos con Pereza y otros tantos con su apodo de guerra, detrás del que se oculta el nombre más mundano de José Miguel Conejo.
Gigante se titula el disco que presentó anoche, y que tras siete meses de rodaje demostró su encaje entre los temas que, como Terriblemente cruel, han permitido a Leiva crearse un personaje, entre la estrella lánguida y nocturna y el compositor sensible que tanto compone junto a Sabina como al lado de Robe. Por eso no sorprendió que los 17.000 fans reunidos anoche en la montaña de Montjuïc -y que agotaron todos los billetes el pasado junio- entonaran al unísono Bajo presión en el arranque de la velada, como si la canción de nueva factura llevara una década haciendo temblar los escenarios.
Sidonie, teloneros de lujo como ya lo fueron antes de los Rolling Stones, se habían encargado de caldear el ambiente y presentar Sé, uno de los temas de su nuevo disco, íntegramente en catalán. “Leiva, t’estimem!” gritó Marc Ros, dejando sobre el escenario esencias de hogar, de reunión entre amigos de toda la vida alrededor de sonidos que no precisan de interpretaciones bizantinas para ser entendidas (el propio Leiva devolvería el saludo cuando le llegó el turno). Tan difícil como eso, y como el trabajo que ofreció la Leiband, septeto enfundado anoche de blanco para escudar al líder espigado que, con sombrero de ala ancha camisa negra desabotonada y botines blancos, demostró buena forma vocal tras la operación que le dejó mudo durante meses.
Quién diría que le costaba cantar cuando sonaron La lluvia en los zapatos y Terriblemente cruel en los primeros compases del concierto, tan previsibles y efectivas como esperaban y deseaban sus fans, tan sencillo como requería la música, con un escenario a dos niveles donde la música y los instrumentos eran forma y fondo a la vez. Así fue con Gigante, ritmo pesado a la guitarra para convertir el Sant Jordi en coro multitudinario. “Parece ser que mi voz tiene los días contados” cantaba Leiva multiplicando, agigantando, la ironía de la frase para darle blues con la armónica a continuación.
“Nunca soñé con pisar este escenario”, reconoció Leiva, que afirmó no haber dormido y sufrir de diarrea por este concierto, lo que no le impidió encarar Superpoderes con el apoyo de su hermano Juancho en los coros, como hizo en el aullido del salvaje oeste de Sincericidio para proseguir con el karaoke multitudinario, que no se detuvo pese a reducir la velocidad en Breaking bad, acolchada por unos vientos (trompeta y saxo) que aportaron un toque pop a buena parte de las canciones, incluido algún recuerdo expreso a los Beatles.
Experto en armar estribillos magnéticos, Leiva demostró que ha vuelto a dar en el clavo con El polvo de los días raros cuando canta “de repente la ciudad huele demasiado a ti”, nuevo himno de este Gigante que habla de las magnitudes emocionales superadas por el músico de la Alameda de Osuna, como la que relata en la previsible balada Ángulo muerto. Algo más de sorpresa trajo Shock y adrenalina, añadida recientemente al setlist, al igual que ¿Quién lo iba a decir? versión de Santiago Auserón de la mítica You never can tell de Chuck Berry para dejar claro que esto iba de rock’n’roll incluso cuando el ritmo se aleja de los cánones como en Flecha, donde Juancho se acordó de Eric Clapton con su aporte a la guitarra.
Vis a vis abrió la parte final del concierto con Leiva a solas con su guitarra sobre el escenario y el Sant Jordi en silencio cómplice, a petición del propio protagonista, que jugó cuanto quiso con el respetable, dispuesto a todo. La recompensa llegó en forma de No te preocupes por mí, seguida de Como lo tienes tú, Estrella polar con lapsus en la letra de Leiva incluido, y Lady Madrid, con la aparición sorpresa de Sidonie en mitad del enésimo revival de Pereza que culminó lo oficial del concierto antes de regresar con Caída libre, la colaboración con Robe del nuevo disco, y despedirse definitivamente con la inevitable Princesas, broche final con toque de inevitable nostalgia para una velada que renovó la comunión de las masas con las guitarras y la música sin apellidos.

