Richard Overy: “A pesar de la IA, para combatir guerras se sigue necesitando el equipo humano”

Un mundo convulso

En 'Porqué la guerra', el historiador explora las causas y motivos que se ocultan tras los conflictos bélicos y lo poco que estos han variado en su esencia, pese a la tecnología y la IA

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Pilotos de la unidad de vehículos no tripulados de Ucrania ensamblan un dron bombardero para una misión de ataque nocturno contra las fuerzas rusas 

MARIA SENOVILLA / EFE

Richard Overy, el gran historiador de la Segunda Guerra Mundial, llevaba años tratando de averiguar por qué los seres humanos somos tan belicosos. “Durante miles de años, hemos matado a gran parte de nuestra propia especie. Ningún otro animal hace eso”, reflexiona por videollamada a La Vanguardia. Las respuestas no han sido fáciles de hallar. En algunos casos, han quedado en blanco. Pero su extensa búsqueda la comparte ahora con sus lectores en ¿Por qué la guerra? (Tusquets).

¿La violencia es innata o aprendida?

Diría que innata, pese a que, hace siglos, los seres humanos se acostumbraron a la idea de que, en momentos de crisis, necesidad o ambición, recurrirían a la violencia para resolver sus problemas. Esto ha evolucionado.

¿Somos entonces mejores previniendo conflictos bélicos hoy que hace 100 años?

Como decía, ha evolucionado, pero queda muchísimo camino por recorrer. Ha habido muchas personas, principalmente en el mundo occidental, que pensaban que era posible detener la guerra. Que, entre todos, debíamos encontrar alguna forma de desactivarla para vivir en un estado permanente de paz internacional. Pero eso es enormemente idealista. Es decir, el pacifismo del siglo pasado precedió a la guerra más grande y mortífera de la historia de la humanidad. Después de 1990 y la caída del comunismo, también existía la sensación de que tal vez habíamos llegado a un punto en el que ya no habría guerras ni enfrentamientos y viviríamos en un mundo de paz. El siglo XXI ha demostrado que la guerra sigue presente a nuestro alrededor, ya sea en Ucrania y Gaza o en Siria.

En su ensayo debate sobre si hay guerras justificables o si todo conflicto armado es un fracaso.

Todas las guerras a lo largo de la historia, remontándonos a miles de años atrás, se justificaban de una forma u otra, ya fuera la antigua Roma, la antigua Grecia o la China de hace 2000 años. Siempre que la gente hacía la guerra, encontraba alguna razón. Ya fuera para defenderse, para expandir su territorio. Pero, como expongo, que sean justificables no es incompatible a que sean una muestra más de fracaso de la sociedad.

Y aún estudiándolas en las escuelas y conociendo sus terribles consecuencias, se repiten. ¿Qué dice la sociología al respecto? ¿Cumplen las guerras con alguna función social?

En las culturas primitivas, la guerra estaba completamente integrada en la sociedad. La guerra se consideraba algo de lo que enorgullecerse y la victoria les otorgaba a los guerreros gran prestigio. Ahora, en cambio, la vemos de forma diferente. Lo que antes permitía unir a una comunidad, por paradójico que suene, ahora la destruye del todo. Y muchas veces de forma más contundente debido a los avances técnicos, muchos de los cuales se desarrollan por necesidad en estos mismos conflictos, como se lleva viendo desde la Segunda Guerra Mundial.

Einstein y Freud ya trataron de hallar respuestas a la guerra, igual que usted.

A Freud le pidieron que encontrara una respuesta psicoanalítica, pero en realidad no la tenía. Simplemente dijo que, como todos los animales, tenemos un instinto de supervivencia. La suya era una visión pesimista, como la de su compañero.

¿Y la de Richard Overy es más optimista?

Las cosas no han cambiado mucho. Obviamente, lo que ha cambiado es la escala de la guerra, el grado de daño que puede infligir, la forma en que la justificamos… Pero los motivos clave, ya sea la búsqueda de poder o de recursos, son los mismos. Así que no, no soy mucho más optimista.

¿La paz no es por tanto posible en un mundo repleto de desigualdades? Como usted adelantaba, ¿es una utopía?

Existen desigualdades para quienes acostumbran a ser víctimas de la desigualdad. África y Asia, por ejemplo, no están en condiciones de librar una guerra con eficacia. La guerra se sigue librando como ocurría hace 200 años por las grandes potencias. Tienen la fuerza militar para defenderse o para ser agresoras. Pero, para el resto, no es posible. Aún así, no creo que la verdadera causa de la guerra sea la desigualdad.

¿Entonces?

Si analizamos las guerras de los últimos cincuenta años, un factor clave ha sido la seguridad. Desconfianza hacia los demás, deseo de defender las fronteras, incertidumbre sobre las intenciones ajenas...

¿Ve algún indicio real de progreso en la resolución pacífica de conflictos en los últimos años?

Esa es una pregunta muy ligada a la situación actual en Gaza, donde, por supuesto, Trump ha aparecido como el ángel de la paz. Creo que el problema es que el orden internacional nunca ha sido lo suficientemente fuerte como para impedir la agresión de una potencia como Rusia. La única forma de impedir que Rusia invada Ucrania sería que las demás potencias se unieran, como hicieron contra Hitler en 1939, y usaran la fuerza militar para detenerla. Pero nadie lo va a hacer. Lo mismo ocurre en Gaza. Lo único que detendría la guerra israelí sería que otros estados colaboraran para impedirla militarmente, pero eso tampoco va a suceder. Al final, tanto Putin como Netanyahu terminarán su guerra cuando consigan lo que quieren.

¿Qué papel desempeñan en un escenario así las redes sociales o la inteligencia artificial?

Existe la creencia generalizada de que la llegada de los drones o la IA permitirán guerras a distancia, donde uno se sienta y solo aprieta botones. Creo que, si observamos las guerras de los últimos diez años, se puede comprobar que, si se quiere ocupar un territorio, hay que usar infantería y artillería. Así que, a pesar de todo el sofisticado equipo electrónico que tenemos, al final, para invadir y ocupar un país y derrotar a un enemigo, todavía se necesita gran parte del equipo y muchas de las tácticas que se usaban hace ochenta años. 

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