Es fácil para Pilar Quintana (Cali, Colombia, 1972) meterse en la piel de Rosa, una de sus mayores protagonistas, un título que se ha ganado a pulso tras su aparición en un par de cuentos, en la novela La Perra –el gran éxito editorial con el que traspasó fronteras y llegó hasta a veinte idiomas– y, ahora, en Noche negra (Alfaguara). Ambas vivieron un tiempo solas en la selva, tuvieron una pareja irlandesa y han sido acosadas en algún momento de su vida por hombres, pese a que esta es una experiencia que, en mayor o menor grado, toda mujer puede compartir.
En esta nueva novela, Rosa, de quien la autora insiste durante su visita a España que “no es mi alter ego , pese a que tengamos muchísimas cosas en común”, pasa por todas esas vivencias a la vez. Un buen día, decide dejar su vida en la ciudad para irse con Gene a cumplir un sueño, que no queda muy claro si es de ella o de él: construir con sus propias manos una casa en la selva a orillas del mar.
Son muchos los que todavía piensan que las mujeres somos objetos o propiedades de un hombre”
Todo marcha bien hasta que, de la noche a la mañana, se queda sola en ese paraje. Los problemas parece que tendrían que venir de la naturaleza. “Y en parte, al principio, así es, pues la fauna y la flora de la selva pueden resultar por momentos ingobernables. Pero, lo que termina dándole más dolores de cabeza son los vecinos. Los hombres, claro”.
Los que semanas atrás apenas la miraban y, si lo hacían, eran amables y respetuosos no dejan de acecharla. Saben que está sola y se aprovechan de ello. “Los primeros instantes, se enrarecen, y es algo que, igual que Rosa, yo también percibí en su día, un cambio de comportamiento radical. Pero, luego, la cosa va a más. Es triste pero son muchos los que todavía piensan que las mujeres somos objetos o propiedades de un hombre. Pueden cambiar los tiempos, aunque ellos se resisten. Y, si te ven sola, se creen con derecho a decir cualquier cosa”.
Con ejemplos como este, Quintana se convence de que “el entorno y las personas, a veces, te hacen llegar a la violencia, pese a que no estés acostumbrada a ella. Es eso, o te comen”. Y Rosa no quiere que la coman, ni tampoco lo desea la autora que relata sus vivencias. Las de la protagonista, por eso, suceden en 1980 y las de su creadora bastante después. “No es una novela autobiográfica. Ella nació en el 41 y podría ser de mi mamá. Pero es obvio que sí que bebe de algunas experiencias mías, aunque yo solo estuve sola tres meses”.
Ante un escenario así, la pregunta parece obvia: ¿Cuáles es el límite de nuestra cordura? Esa es la duda que buscó resolver durante todo el proceso de escritura y de la que todavía no tiene una respuesta que la satisfaga al completo. Lo que sí tenía claro es que, para tratar de hallarla, tenía que ambientar su relato en el miedo, y que esté apareciera por distintas vías y en diferentes intensidades. Miedo a la selva y sus habitantes, a los vecinos y a la paranoia.
Con esta novela, Quintana quería explorar los límites de la cordura
Este último lleva al lector a hacerse preguntas de si la narradora es o no fiable, pues, como explica en un momento dado, su madre y su abuela padecieron demencia. No obstante –denuncia Quintana– “a las mujeres se nos cuestiona más que a nuestros compañeros y se nos desvirtúa a menudo diciendo que somos unas histéricas o que estamos locas”. No lo estamos, aunque podríamos, teniendo en cuenta que vivimos en un estado de alerta permanente.

