Enrique Gracián se sube al tren de la novela con 'El valle', una enigmática historia de reclusión

Novedad Editorial

El divulgador científico y matemático teje un relato en el que desafía al lector a dar con la clave literaria antes de que sea evidente

Enrique Gracián autor de

Enrique Gracián, fotografiado ayer en el hotel Pulitzer de Barcelona

Ana Jiménez

Todo ese supuesto misterio que los medios gallegos quisieron otorgar ayer a la presencia de Greta Thunberg en un tren de Santiago de Compostela en Vigo es de poca monta comparado con El valle (Grijalbo), la novela de Enrique Gracián. No solo va sobrado el libro de ferrocarriles, sino también de un halo enigmático. Y tanto quiere la editorial salvaguardar el enigma que renuncia en la contraportada a la habitual sinopsis de la historia, y ruega al lector que “por favor, no revele a nadie el secreto de El valle”.

Tan solo unas pinceladas de esta historia de aventuras (“o de amor”, como prefiere calificarla Gracián): Mark Lin es un minero, de los que andan por el lugar de trabajo con explosivos. Se siente atrapado por los límites de las montañas y la peculiaridad de un valle en el que, a pesar de haber estado toda la vida, se le hace extraño. Para escapar tiene dos opciones: reventar un paso soterrado a base de dinamita, o intentar subir a un tren de largo recorrido que, como canta Soul Asylum en Runaway train, parece que a algún lugar debería llegar.

Escribir novelas es como las matemáticas: “Has de plantearte muchos problemas y estructurarlos bien para llegar a la solución”

“Los trenes normales que recorren el valle lo hacen en pequeños circuitos cerrados y no se mueven de allí”, profundiza Gracián, “pero hay otros convoyes, de largo recorrido, que salen de la estación central al que poquísimos pasajeros –no se sabe por qué– tienen acceso. “Estos son los que te sacan o te meten dentro del valle atravesando un páramo infinito que tiene cómo mil kilómetros en línea recta”, después de los cuales no se sabe qué hay, explica mientras hace referencia a la Cerdanya, donde veranea desde hace años.

Mark solo contemplara la segunda opción, porque le estalla la dinamita accidentalmente. “Ha vuelto a nacer, algo que no siempre es una buena noticia para todo el mundo”. le dice el doctor Stany. “Es una frase lapidaria”, reconoce el escritor. “Mi mujer dice muchas veces una cosa que me hace gracia: ‘Cuando me muera, si voy a algún sitio, lo último que espero encontrarme son seres humanos... porque no puedo más”, dice Gracián mientras ríe.

El autor se presenta en la entrevista con una camiseta con la fórmula de la cafeína inscrita. Cumple con creces: se pide un café americano a punto de rebosar de la taza. Gracián es divulgador científico y matemático. De su libro Los números primos llegó a vender unas 400.000 copias, y ha publicado artículos de ciencia en La Vanguardia y en El País. Fue subdirector del programa de televisión Redes, aquel que dirigió y presentó el célebre Eduard Punset. Pero ha sido a sus 80 años cuando ha publicado su primera novela.

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– Ha superado a Saramago o Bukowski a la hora de decidirse por la novela...

– Bueno, había escrito unas cuantas antes. Pero me las confité, porque no me las publicaron...

El valle es una historia que ya escribió hace unos treinta años, y que ahora ha reformulado un poco para adaptarla a nuestros días. En el terreno de la ficción es donde Gracián parece encontrarse más cómodo. El autor explica, de hecho, que escribe relatos desde que tenía 17 años, ya sean extensos, como cuentos o guiones de cine. Algunos todavía los conserva. Y asegura que todo el material de divulgación científica o matemática que ha publicado ha sido siempre por encargo o demanda de las editoriales.

Con todo, ve paralelismos entre los números y las letras: “ En la carrera de Matemáticas te enseñan a resolver problemas, pero sobre todo a plantearlos bien; cuando abordas una novela que es un poco complicada como esta, te tienes que plantear muchos problemas y tienes que ir estructurándolos bien para llegar a la solución”.

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Enrique Gracián, justo antes de la entrevista. 

Ana Jiménez / Propias

En la novela abunda un conocimiento sobre diferentes modelos de trenes, con denominaciones incluidas, del cual solo puede hacer gala un aficionado a libros sobre ferrocarriles, un maquinista por vocación o un maquetista por devoción (cómo lo es él). Hay una razón: de pequeño veraneaba en Arenys de Mar, y para desplazarse hasta allí con la familia salían desde la estación de França, en Barcelona, en una locomotora de vapor. “Tardaba siglos en llegar, pero era un viaje maravilloso”, explica con cierta añoranza. “Yo estaba fascinado por ver las estaciones, los paisajes... y al mismo tiempo tenía trenecitos en casa...”.

La novela es de trenes misteriosos, es de aventuras con multitud de personajes que aparecen y desaparecen y que al lector más de una vez le harán levantar la ceja por desconfianza. Es una historia de amor, también un ejercicio literario, porque se mezclan mundos. Es un ejercicio virtuoso que somete al lector para que intente aclarar el enigma antes de que se lo coma la evidencia. Es una novela que esconde un gran enigma, pero al mismo tiempo con una naturaleza “bonita, agradable, acogedora, porque tiene bosques, tiene ríos”... Y hay un choque de tramas, un desequilibrio buscado de decorados y una diversidad de paisajes que no habrá visto Thunberg en su viaje a Vigo.

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