Xavier Albertí dignifica con brillantez un Sagarra dramático y demodé

CRÍTICA DE TEATRO

Àngels Gonyalons encabeza el reparto de La corona d’espines, un clásico del teatro catalán, ahora en el TNC

Imatge d'escena de 'La corona d'espines', de Sagarra, dirigida per Xavier Albertí al TNC, amb Manel Barceló, Jan D. Casablancas, Jordi Domènech, Abel Folk, Oriol Genís, Àngels Gonyalons, Pau Oliver, Júlia Roch, Laia Valls, Rosa Vila i Roger Vilà. Novembre 2025

Àngels Gonyalons en La corona d’espines

David Ruano / TNC

La corona d’espines ★★★★✩

Autoría: Josep Maria de Sagarra

Dirección: Xavier Albertí

Intérpretes: Manel Barceló, Jan D. Casablancas, Jordi Domènech, Abel Folk, Oriol Genís, Àngels Gonyalons, Pau Oliver, Júlia Roch, Laia Valls, Rosa Vila, Roger Vilà

Lugar y fecha: TNC (14/XI/2025)

Con La corona d’espines , estrenada en 1930, Sagarra inaugura su etapa más exitosa como dramaturgo con poemas dramáticos con protagonistas femeninas muy potentes.

Sabe que la conexión directa con el público pasa por los sentimientos y se los ofrece engalanados de calidad dramática y exquisito uso del catalán.

Un Sagarra que parece refractario a las vanguardias que sí parecen abrazar coetáneos como Max Aub; ausente de una Barcelona que ha clausurado la Exposición Internacional y sueña con un futuro radical en las mesas del Gactpac y los Amics de l’Art Nou.

La obra exalta, hoy como ayer, la dignidad del amor materno frente a la violencia de los hombres

Autor culto y viajado, pero que en el escenario prefiere regalarle los oídos y removerle las entrañas a su público con un teatro anclado en el clasicismo y el romanticismo burgués del XIX. El mismo Sagarra que respira modernidad en sus novelas y escritos periodísticos.

Esta es la obra que ahora tenemos en el TNC, dirigida por Xavier Albertí y generando el mismo efecto que entonces en unos espectadores rendidos al coraje de la mayordoma Marta. La dignidad del amor materno frente a la violencia de los hombres. 

Una santa Magdalena redimida en cada uno de sus tres extraordinarios parlamentos.

Y aunque Albertí insista en la correlación histórica entre el momento del drama (1793) y del estreno de La corona d’espines , ningún personaje de la obra representa un espíritu de ruptura. En ningún caso el pusilánime Eduald, a pesar de ser el único que ha sentido en persona el aliento revolucionario. Al contrario, su comportamiento sigue siendo –como queda claro en el relato del estupro de Mariagneta– el de un caballero con derecho a pernada.

Pero en esto llega Albertí y decide dignificar con brillantez el tan demodé como excelente material dramático con todos los medios a su alcance: que el verso declamado luzca nítido y respire naturalidad; que el reparto se exhiba según sus talentos y Àngels Gonyalons (Marta) acceda con elegante furia al imaginario de las grandes damas del teatro catalán.

Albertí interviene en el carácter de las interpretaciones para pervertir sutilmente el costumbrismo, graduando la amplitud del gesto y el espacio de los personajes

Podría parecer que el director se conforma con un discreto papel a la inglesa (el despliegue escenográfico creado por Max Glaenzel, Sílvia Delagneau y Marc Udina parece además inspirado en el clasicismo pictórico de Wheatley y Hamilton, incluso en el moralista Hogarth, o en la arquitectura de los ingenios de Sir John Soane para exhibir sus cuadros), pero Albertí sí interviene en el carácter de las interpretaciones para pervertir sutilmente el costumbrismo, graduando la amplitud del gesto y el espacio que ocupan los personajes (sólo se tocan cuando la violencia física se impone) según la libertad de expresión y decisión que tengan por edad, posición social o género, hasta el extremo de hacer de Mariagneta (Júlia Roch) un personaje de brazos radicalmente inertes o de Eduald (Jan D. Casablancas) un atolondrado Werther con la actitud pasiva del Pierrot de Watteau.

Una puesta en escena en la que casi domina más lo formal sobre lo dramático, aunque se aligeren las personalidades más oscuras de Sebastià (Pau Oliver convertido en cínico libertino) o el señor del Bellpuig (Abel Folk empeñado en ser charmant a pesar de todo lo que representa).

Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...