Bajo la atenta mirada del Dios Apolo, lira en mano, y de las nueve musas que presiden desde un florido y sereno parnaso el techo del Saló dels Miralls se entregaron ayer las medallas de oro del Gran Teatre del Liceu en un acto que se convirtió en una síntesis no solo del pasado, de lo mucho construido y de algunos de los que han puesto sus bases, sino también del presente y el futuro de la ópera en nuestro país.
El arte no tiene patria, reza una de las frases que recorren el Saló dels Miralls, y dos de las nueve medallas lo demostraron, yendo a parar a una Marina Abramovich que agradeció por vídeo la medalla de las artes plásticas, y para el tenor mexicano Javier Camarena, medalla a la voz y que este sábado volverá al coliseo de la Rambla con L’elisir d’amore. Camarena subrayó con entrega que el Liceu le ha dado “algunos de los momentos más significativos y emocionantes de mi carrera” y puntualizó que su mejor función había sido con I Puritani .
Las medallas del Liceu premiaron a la trama de nombres que aguantan el buen momento de la ópera
“Hoy más que nunca –prosiguió– es indispensable recordar la importancia de valorar al artista en un mundo que avanza a una velocidad vertiginosa, donde a veces lo efímero se impone ante lo esencial. El arte, la música, nos ofrece un espacio para detenernos, para sentir, reconocernos en la humanidad del otro”. Y acabó entre aplausos con un “Liceu, moltes gràcies, t’estimo molt”.
Pero los grandes protagonistas de las medallas, presididas por la consellera de Cultura, Sònia Hernández, y el concejal de Cultura de Barcelona, Xavier Marcé, venían de una patria mucho más cercana y han sido claves para la trama, para el tejido operístico, le han permitido crecer y vivir el buen momento actual. Salvador Alemany, presidente de la Fundació Gran Teatre del Liceu, entregó el primer premio de la ceremonia, la medalla de oro en la categoría de filantropía, al empresario farmacéutico Joan Uriach a título póstumo. Su hijo Joaquim recordó cómo su progenitor fue por primera vez a la ópera a los nueve años y le pareció de un mundo antiguo. Sin embargo, acabaría entregado a ella. Muy cerca, en la categoría de mecenazgo, la medalla de este año ha sido para el Banco Santander-Fundación Santander.
De izquierda a derecha, Víctor García de Gomar, Xavier Servat, Joaquim Uriach, Josep Pons, Javier Camarena, Salvador Alemany, Sònia Hernández, Àlex Ollé, Anna Maleras, Xavier Marcé, Héctor Parra, Sonia Colomar, Borja Baselga y Valentí Oviedo
Otra medalla fue para una institución que desde Sabadell está consiguiendo llevar la ópera por todo el territorio, la Fundació Òpera Catalunya. Xavier Servat recogió el galardón nombrando una y otra vez a Mirna Lacambra, espíritu del proyecto. Y otra veterana se llevó el premio en la categoría de danza, Anna Maleras, que, tras recordar la lucha de años por el género, se despidió exhortando a los presentes: “Sobre todo, no dejéis de ir a ver danza”. Hèctor Parra, que trabaja hace años en París y que ha sido capaz de llevar al Liceu una ópera basada en teorías físicas, Hypermusic prologue , recibió la medalla a la composición y dijo que sueña con componer “una gran ópera catalana”.
Aunque los momentos cumbre fueron las medallas a dos grandes nombres del Liceu actual. La medalla a la especial dedicación fue para el furero Àlex Ollé, que recordó cómo la oportunidad de dirigir la Atlàntida de Manuel de Falla en Granada le abrió un mundo gracias a que entre el público estaba un mito, Gerard Mortier. Y recordó su placentera implicación estos años en el proyecto Òh!pera del Liceu para nuevos talentos.
El plato fuerte llegó con la medalla de oro artística a Josep Pons, director de la Orquesta del Liceu que deja el cargo a final de temporada tras 13 años. Alemany realizó una larga presentación y recordó que “es una persona de criterio, bien formado, que se expresa de forma clara y directa a partir de un sólido sistema de valores que le hacen un líder creíble y leal, un maestro en todos los sentidos”. Y aseguró que barajan nombrarle director emérito, honorario o alguna otra fórmula. Pons recordó su relación con el Liceu desde los noventa, con Albin Hänseröth, y cómo en 2012 aceptó la dirección musical del Gran Teatre. “El proyecto que diseñé se ha podido completar”, afirmó. Y pidió como despedida: “Cuidad mucho el Liceu, como un jardín inglés, mimadlo y sobre esta base construid un futuro cada vez mejor, tenemos las herramientas para hacer un crecimiento imparable de este teatro que tanto queremos”.