La fotógrafa Pilar Aymerich explica de Cèsar Malet (Barcelona, 1941-2015) que retrataba aquella Barcelona cotidiana de los años cincuenta y sesenta del siglo pasado que se escapaba de la rigidez del franquismo. Una realidad “que contrastaba por moderna con el régimen, y con la que intentaba sacudir la caspa del franquismo”.
Malet y sus fotografías tienen dedicada una exposición a partir de este miércoles y hasta el 24 de mayo. Es en la sede del Arxiu Fotogràfic de Barcelona, está comisariada por Laura Terré, y es un intento de reivindicar a un fotógrafo que nunca quiso reivindicarse en vida. Tan poco se promocionó que el periodista Joan de Sagarra, amigo suyo, le puso la etiqueta de “el fotógrafo desconocido”.
Terré (izq.) Y Aymerich (derecha), en la exposición sobre MaletMané Espinosa
De hecho, fueron la misma Pilar Aymerich, el periodista Joan de Sagarra y sus amigos quienes le animaron a valorarse con una exposición en el 2007 en ell Palau Robert con una pequeña muestra de sus creaciones. En todo caso, Malet vuelve a estar presente después de que la familia diera en el 2017 y este 2025 en el Arxiu Fotogràfic más de 5.000 negativos y más de 1.000 positivos. La muestra está formada por 150 imágenes. Puede ser pequeña, pero es representativa y da fe de la voluntad de Malet de dejar de lado –en palabras de Aymerich– la Barcelona corrupta, oscura y desagradable para retratar “una Barcelona que también existía: más profunda y soterrada, pero moderna e intelectual”. Malet llegó a relacionarse con la izquierda de intelectuales y artistas conocida como gauche divine.
Así que aquel niño que con 13 años aprendió a fotografiar con una cámara de juguete, pocos años después sería un joven Malet “con cara de Anthony Perkins” que reflejaría la cotidianidad que él mismo vivía en las calles. Si se tiene en cuenta que a los 19 años ya montó su propio estudio en la calle París, y que se dedicaba a llamar a la agencia de modelos propietaria de la famosa modelo norteamericana Dorian Leigh Parker, para pedirle si alguna de ellas estaba dispuesta ir a Barcelona para ser retratada, uno se puede imaginar cómo era su cotidianidad. No se limitaba a las calles. Se movió con profusión también por el mundo de la moda y la publicidad, huyendo de las imágenes arquetípicas de los dos sectores, con retratos innovadores para la época.
Por lo tanto, las modelos podían ser retratados perfectamente y de manera amable ante las barracas del Carmel o Montjuïc, y unos collares podían ser presentados a la clientela fotografiados encima de un pimiento verde abierto por la mitad.
Un marinero del Stromboli en Barcelona
La exposición está fragmentada por temas: desde reportajes, su paso por la mili, multitud de retratos –a Salvador Dalí, Joan Manuel Serrat para Lecturas, Jaime Gil de Biedma, Juan Marsé, Carlos Barral, Teresa Gimpera y un larguísimo etcétera–, los marineros italianos del Strómboli que atracaba en Barcelona, hasta imágenes del mítico local de jazz Jamboree o retratos experimentales en personas y objetos.
Sacudía la caspa del franquismo por su modernidad. Y porque, como otros artistas, procuraba saltarse la censura. En la exposición, por ejemplo, hay todo un juego de fotos de desnudos fragmentados a base de culos y muslos con bolas de corcho de colores que es un desafío a la moral franquista.
