Fue una dictadura

Fue una dictadura
Staff Writer

Llevamos días viviéndolo: la conmemoración de los 50 años de la muerte del dictador Francisco Franco ha disparado las interpretaciones más periodísticas, históricas y rigurosas. Y también ha activado una especie de añoranza de la juventud que confirma que la nostalgia es un exilio temporal que, en vez de ceñirse a los hechos, los transforma en onanismo. Si, como decía Alain de Botton, el presente se degrada primero en historia y más tarde en nostalgia, corremos el riesgo –y me incluyo– de alimentar una ceremonia en la que el esfuerzo por ser fieles a cierta exactitud colectiva se ha pervertido con un exceso de anecdotarios individuales. Es como si, con la coartada de la efeméride, los árboles se hubieran conjurado para maquillar la identidad, siniestra, corrupta y terrorífica, del bosque.

Por suerte, la cantidad y la honestidad de los testimonios nos ayuda a separar el grano de la paja y a mantener un nivel aceptable de espíritu crítico que necesitaremos como antídoto contra la desmemoria. Ojalá esta revisión del franquismo no se desbrave y, superada la saturación conmemorativa, no volvamos al desinterés y a la ignorancia que a la fuerza acaba degenerando en tentaciones tanto de resucitar el ideario franquista como de asimilarlo a la normalidad democrática. En este gran bazar de testimonios y análisis, tropiezo con dos perlas. En el libro Una chica en la ciudad (Anagrama), Mercè Ibarz vuelve a la Barcelona de los setenta y, a partir del dolor por el amor prematuramente perdido ( the quiet man) , incluye una reflexión que reconforta: “Con frecuencia me pregunto cómo es que la palabra dictadura se ha oído y escrito tan poco a lo largo de estos años desde entonces. Decimos y escribimos posguerra, franquismo, el régimen, pero dictadura, no mucho. El vacío de esta no-palabra se ha introducido durante décadas en el periodismo y la propia literatura”.

La nostalgia es un exilio temporal que, en vez de ceñirse a los hechos, los transforma en onanismo

La otra excepción es el libro Contra el silenci i la impunitat (editado por VilaWeb), de Xavier Montanyà. Es una recopilación de artículos que, sin subterfugios, aspiran a combatir “la impunidad del franquismo, los fraudes de la transición y los silencios que todavía hoy condicionan nuestra memoria colectiva”. Montanyà practica la obstinación documentada y categórica. En la entrevista introductoria del libro, recuerda las políticas franquistas de exterminio y matanzas como la de Gernika. Este prurito combativo tiene precedentes periodísticos, como el de Xavier Vinader, y despierta entre los que no están dispuestos a compartir este grado de compromiso –hablo por mí– un sentimiento de incomodidad. La incomodidad de preguntarte si, en nombre de la tolerancia, la comodidad particular y la indulgencia con las propias contradicciones, no habremos contribuido a abrir las rendijas por las cuales se han colado las mentiras y no ya la famosa banalización del mal, sino el mal a secas.

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