Charlotte Gneuss: “Todavía hoy se notan las repercusiones del muro de Berlín”

La vida en la RDA

La escritora debuta en narrativa con 'Gittersee', una novela en la que sitúa a sus protagonistas en la República Democrática Alemana, donde la todopoderosa Stasi investiga un caso de fuga

La escritora Charlotte Gneuss, en su visita a Barcelona

La escritora Charlotte Gneuss, en su visita a Barcelona 

Ana Jiménez

La adolescencia es complicada, pero más si transcurre en una dictadura. Charlotte Gneuss (Ludwigsburg, 1992) plantea en su novela debut, Gittersee (Acantilado / Periscopi), cómo fue vivir en el régimen socialista de la República Democrática Alemana (RDA). Ella no lo vivió. Nació poco después de que el muro de Berlín se derruyera. Pero su familia sí, y en la mesa lleva escuchando desde pequeña historias de esa turbulenta época.

Su protagonista es Karin, una joven que, pese a lo que sucede a su alrededor –un régimen autoritario, una familia desestructurada…–, es feliz. Tiene dieciséis años y está enamorada de Paul. A su madre no le hace demasiada gracia, pero su padre disfruta de que su hija pueda sentirse libre, aunque sea a ratos. Todo cambia cuando, de la noche a la mañana, Paul huye al otro lado de la frontera, algo que se consideraba una traición. Pese a que desconocía sus intenciones, Karin se convierte en la principal sospechosa. Wickwalz, el agente de la Stasi que investiga al caso, está convencido de que la joven le ha ayudado en su fuga.

“La mayoría de personas viven una vida más o menos normal en una dictadura. Hay mensajes que, por supuesto, pueden no convencerles y todo transcurre en los grises, sin necesidad de llegar al negro. Eso sí, a la mínima que pasa algo o alguien se sale de la raya, sea la misma persona o un amigo o familiar, entonces pasas a ser un problema ya que entras en conflicto con el Estado. El Gobierno, que ya se inmiscuía en tu vida sin ser tú del todo consciente, pasa a hacerlo sin importar que te des cuenta”, explica la autora durante su visita a Barcelona para promocionar esta novela, que se ha convertido en superventas en su país y que se ha adaptado al teatro.

Paul quiere mucho a Karin pero siente que se ahoga. Se siente artista, pero no puede expresarse. “En una dictadura no hay espacio ni para la autodeterminación ni para el arte. El Estado prefiere trabajos que considera útiles, como médicos o enfermeros. Los necesita. En cambio, nunca va a decir que necesita artistas, y muchos menos si no estan en la misma línea política. Así que los callan, o los oprimen para que no puedan expresarse. Quienes sueñan con una vida libre y así lo verbalizan, o quienes simplemente quieren hacer planes en un entorno así, se convierte de forma automática en un delincuente. Molestan”, lamenta Gneuss, que explica que esa sensación no solo la vive en la novela Paul, también Marie, quien sueña en convertirse en la primera mujer astronauta. “Su meta queda frustrada porque, para ello, necesita un historial limpio, y su padre, que no es afín al régimen, no le permite tenerlo”.

Durante la investigación, el agente Wickwalz parece omnipresente. Está en todos lados. En la escuela, en casa, en la calle… “Se da cuenta de que sus padres y sus maestros, es decir, quienes la deberían proteger, no pueden. Es más, en cuanto le ven aparecer, le ofrecen café. Todos se derrumban ante el Estado y su poder y Karin se siente sola. Lo paradójico de todo esto, es que Wickwalz lo sabe y se aprovecha. La confunde. Le pregunta cómo está, cómo se siente… se interesa por su vida, algo que no hacen los de su alrededor”.

Durante su escritura, Gneuss se documentó sobre las habilidades de la Stasi para colarse en las vidas de las personas y confundirlas. “Estaban entrenados para ello. Acercarse a un adolescente era relativamente fácil, y todavía más si su círculo familiar no era fuerte. Eso les permitía obtener información de todo tipo”. En un momento dado, Karin parece debatirse entre la verdad, la lealtad y la necesidad de sobrevivir. ¿Es víctima, cómplice o testigo? “Lo es todo a la vez”, asegura la escritora. “Ella, como muchos de sus vecinos, vive en esa tensión constante. En una dictadura, todo el mundo es cómplice de la violencia. Los hay que la ejercen pero, también, los que la permiten con su silencio. Mucha gente prioriza su carrera o su tranquilidad y, para ello, mira a un lado, sin importar, o no demasiado, que el resto sufra. Una espiral de terror y deshumanización”.

La autora cree que es ahora cuando se está empezando a hablar más abiertamente de la RDA en Alemania. “Me refiero a las cosas cotidianas, las que no se veían. Las escuelas empiezan a abordarlo con más profundidad. Pero todavía cuesta, pues hay gente que parece haberle molestado que haya escrito sobre ella. Alguno me ha llegado a decir que no es la narrativa que esperaban. ¿Pero acaso hay alguna correcta?”.

El muro y las políticas que este desplegó siguen estando presentes en Alemania, según Gneuss. “El muro marcó tanto la vida de las personas que todavía hoy se notan las repercusiones. Siguen habiendo diferencias evidentes entre Este y Oeste. Los salarios siguen siendo más bajos en el Este y allí se pagan menos impuestos de propiedad privada, ya que la mayoría no dispone de una propiedad. Además, muchos piensan que la parte occidental es la más rica hoy y que el oeste impuso su gobierno sin preguntar”.

Otro aspecto interesante de la novela reside en la abuela de Karin, que arrastra su pasado nazi. “La mayoría de mujeres que trabajaron en el nacionalsocialismo no fueron condenadas. Eso se debe a que no se creía que las mujeres pudieran ser culpables de nada. Era un antifeminismo muy curioso”. Por otro lado –prosigue– “la RDA presumía de ser un Estado antifascista. Decían que no había ningún fascista porque, los que lo eran, habían quedado al otro lado del muro. Pero, entonces, aparecían cruces gamadas en el cementerio, que las autoridades justificaban como 'cosas de jóvenes'. O personas, como la abuela, que hablaban de nazismo, pero miraban hacia a otro lado. Si encima eran mujeres y mayores, las trataban de locas. Como si no fueran fascistas de verdad, porque les resultaba imposible que se les hubiera colado en su lado del muro alguien que no compartiera sus valores. Una distopía de la distopía”.

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