El estimulante recorrido por la historia cultural que Jordi Amat propone en Les batalles de Barcelona (Edicions 62) termina con un paseo por la Vila Olímpica –casi treinta años después de su construcción–, el inmoral hotel Vela y un cine del Eixample izquierdo en que el autor ve El 47 con su familia. “¿Por qué la película de Marcel Barrena ha tenido la fuerza de galvanizar las emociones cívicas de diversas generaciones?”, se pregunta; y responde: “Por la potencia de la historia, per la capacidad del imaginario que recrea de interpelarnos como ciudadanos de una democracia que se agrieta y de una ciudad que necesita recuperar el compromiso de la ciudadanía con su futuro”.
Me gustó El 47 exactamente por eso; pero reconozco que me pareció un tanto inverosímil su recreación histórica del barrio en construcción. Mis padres, sin embargo, fueron a verla a un cine de Mataró y lloraron. Resulta que en los 60 mi padre iba de vez en cuando a Torre Baró a visitar a una tía y a sus cinco primos, que también provenían de Granada. Me dijo, conmovido: “Era tal y como se ve en la película”.
El éxito de ‘El 47’ responde a un movimiento histórico en los ejes de rotación simbólica de Barcelona
Siempre hay una tectónica profunda y poderosa debajo de las sincronías colectivas, esos fenómenos que generan de pronto consenso sobre la necesidad de leer o ver o vivir un objeto cultural. Toda obra es un medium. En el diapasón de El 47 vibra un movimiento histórico en los ejes de rotación simbólica de Barcelona. Hace visible en el imaginario barcelonés Torre Baró, uno de los trece barrios que conforman el distrito de Nou Barris. Un distrito que, justo cuando se estrenaba la película, se estaba volviendo central. Porque cualquiera que haya paseado un fin de semana por el Consell de Cent eje verde y de librerías se habrá dado cuenta de que es la nueva Rambla; y quien lo haya hecho por el nuevo parque de les Glòries habrá constatado que es la nueva plaza Catalunya, pero rodeada de iconos culturales y no de marcas corporativas.
El Fòrum de les Cultures, en el estricto cambio de siglo, no fue más que la segunda parte necesaria del plan urbanístico y la intervención cultural de los Juegos Olímpicos, que permitió que la Diagonal llegara hasta el mar y por tanto hasta la frontera con Sant Adrià. Veinte años después, se ha terminado también la transformación de la plaza scalextric en parque verde y ciudadano. Tras ciento cincuenta años, ha concluido al fin el plan Cerdà y Barcelona experimenta una mudanza sin precedentes en su historia moderna. Un cambio de policentros. La multiplicación de museos y centros inmersivos en el Poblenou, la biblioteca Gabriel García Márquez en San Martí de Provençals, los festivales de la Fabra i Coats o la actividad de TeamsLabs o Canòdrom anuncian la prolongación hacia el noroeste de un nuevo peso, que todavía no ha sido representado. Esa emergencia la anunció la recuperación de la historia de Manolo Vital.