“Hago libros para abrir preguntas, no para dar respuestas”

Entrevista a Javier Sáez Castán 

El autor reivindica el juego como motor creativo y defiende la literatura infantil como un territorio abierto, sin mensajes unívocos ni utilidades prescritas, donde cada lector entra para descubrir su propio camino

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El autor Javier Sáez Castán con su libro 'La merienda del señor Verde', que ahora celebra el 20 aniversario con la versión en catalán 

Àlex Garcia / Propias

Imaginen un libro como si fuera una casa, un lugar al que cualquiera puede entrar, sin derecho de admisión… y acérquense a él, para ver qué sucede, qué posibilidades plantea. Es un juego en el que todo vale. Así concibe la creación Javier Sáez Castán (Huesca, 1964), un autor que empezó a fabricar historias con apenas cinco años, incluso antes de entrar en la escuela, y que aún hoy se guía por la misma intuición infantil. Autor de obras como Los tres erizos (Ekaré), Extraños (Barret), El pequeño Rey (Ekaré), Un par de ojos nuevos (Wonder Ponder) o La merienda del señor Verde (Ekaré) -que ahora celebra 20 años desde su publicación y se edita por primera vez en catalán-, reivindica el juego como motor creativo y desconfía tanto de la utilidad como de los mensajes unívocos. Para él, la literatura infantil no está hecha para resolver problemas, sino para plantear preguntas, abrir espacios y permitir que cada lector encuentre su propio camino.

Sáez Castán ha sido uno de los autores invitados a la Semana del Álbum, celebrada hace unos días en escenarios de Barcelona, Madrid y Almería, principalmente. Con él hemos hablado de su manera de entender la autoría, de la relación entre infancia y creación y de la libertad -y las tensiones- de trabajar al margen de las modas.

Detalle de 'Los tres erizos'

Detalle de 'Los tres erizos' 

Ekaré

¿Cómo entra usted en el mundo de la literatura infantil?

La pregunta me sumerge en el túnel del tiempo. Se supone que esto es una profesión, que uno entra en ella tras unos estudios, tras una decisión de adulto. Pero yo empecé a hacer libros ilustrados mucho antes de estar cerca de tomar ese tipo de decisiones. Dicho de otra manera, yo empiezo a hacer libros de niño. No hacía otra cosa. Pero ni siquiera puedo decir que fueran libros para niños. Yo hacía libros, libros ilustrados. Realmente es a lo que me dedicaba. Me he dado cuenta que esto no es lo habitual, pero esa es la respuesta que puedo dar.

Cuando dice que “de niño” ya hacía libros, ¿de qué hablamos?

Antes de entrar en la escuela.

¿Antes de ir al colegio?

Sí. Aprendí a escribir antes de ir al colegio. Decir “libros” quizá es exagerado. Hacía pequeñas historietas muy rudimentarias, pero ya había allí una semilla. Y lo interesante es que, casi desde el principio, entendí que un libro no es un objeto monolítico: hay libros de cocina, de cómics, atlas, guías telefónicas. Así que mi aproximación al libro fue una especie de mimesis de distintos géneros, igual que los niños juegan a papás y mamás o a indios y vaqueros. Yo jugaba a replicar tipos de libros: informativos, de animales, cuentos, cómics. Era un juego, no pensaba en ello como profesión. De hecho, aún lo dudo todavía.

¿A qué edad entró en el colegio y quién le enseñó a escribir?

Entré con cinco años. Aprendí en casa. Soy el pequeño de seis hermanos y mi padre era profesor de Geografía. Era un ambiente, digamos, favorable. Había muchos libros de procedencias distintas: antiguos, de mis hermanos, míos. Ese abanico me intrigaba. Me llamaban la atención, por ejemplo, los atlas y los mapas. Y también el periódico, que para mí era otro género replicable: a veces imitaba noticias o reportajes.

Detalle de 'El pequeño Rey'

Detalle de 'El pequeño Rey' 

Ekaré

¿Cómo se traduce ese universo infantil en su obra actual?

A veces por continuidad. Confío en no haberme echado a perder, pero sigo haciendo lo mismo que entonces. No sé si se puede hablar de evolución; sinceramente creo que no. A veces explicamos la vida como una trayectoria ascendente, pero creo que es discutible. Por ejemplo, Orson Welles hizo Ciudadano Kane con 24 años y luego acabó haciendo anuncios de champán. ¿Dónde está ahí la evolución? En mi caso, todavía espero hacer algo. Pero para responder a la pregunta, siento que sigo cerca de aquella actividad infantil. No me he alejado mucho.

¿Ha dejado de ilustrar en algún momento?

Claro. Cuando hablamos de profesionalización, hablamos también de economía. Muchos autores combinamos actividades: doy clases, hago encargos, diseño, expongo. De niño la cena estaba garantizada; de adulto hay cuotas de autónomos. Así que sí, hay temporadas en las que la ilustración convive con otras tareas. La docencia, por ejemplo, que es algo que hago con mucho agrado.

¿Podemos decir que se gana la vida con otras cosas y “juega” a hacer libros?

Sí, es un conjunto. Los libros siguen teniendo un papel muy importante para ganarme la vida, pero dentro de una serie de actividades cercanas como vender originales, exponer, la docencia…Todo ayuda, todo es importante.

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Javier Sáez observando las páginas de 'La merienda del señor Verde' 

Àlex Garcia / Propias

¿Cuándo se da cuenta de que el juego puede convertirse en profesión?

¡Qué difícil! Ese es un dilema. Si renuncio al juego como forma de hacer libros, realmente estoy renunciando a lo que soy capaz de hacer. Pero también hay que jugar a lo que los demás quieren; es decir, el libro muchas veces está secuestrado por formas mercantiles: el mercado, las estructuras, los géneros educativos… Y claro, a lo mejor donde más libros se están vendiendo y donde más dinero está circulando no coincide necesariamente con el tipo de libro que yo hago. Porque muchas veces los lectores ya llegan con un concepto de libro como una especie de de medicamento para tratar determinadas dolencias. Y entonces los padres solicitan a los mediadores un libro para tratar ciertos problemas acuciantes, que no digo que no sean importantes, pero yo no juego a eso. Yo no hago libros de autoayuda. En ese espacio comercial mis libros no encajan del todo.

¿Ha escrito alguna vez por encargo?

Sí, y ha estado bien porque he podido llevarlo a mi terreno. Por ejemplo, me encargaron un libro sobre México. Propuse El chilangoscopio, un artefacto para asomarse a la realidad mexicana sin texto. Estoy satisfecho. Pero normalmente soy yo quien propone los libros. Aun así, podría hacer uno por encargo si me permite llevarlo a mi terreno.

¿Piensa en un público objetivo?

No. No tengo una visión utilitaria del libro. Para mí un libro tiene que ser un lugar acogedor, un espacio al que se entra como si fuera una casa, un sitio físico. Y confío en que puedan entrar públicos muy distintos. No creo en la idea del “libro para 6-8 años”: eso lo veo más propio de las tiendas de ropa con las tallas. Para mí un libro es como echar pan en un estanque: vendrán los peces que quieran venir.

Pero sus lectores suelen ser niños.

Sí, pero no siempre. Y creo que hay ideas preconcebidas sobre lo que “les gusta a los niños”. Se piensa que quieren libros tiernos y amables, con ositos. Pero quizá les interesa más una historia de miedo.

Tenemos por ejemplo una de sus obras, Los tres erizos, que tiene una estética mucho más de peluche que El pequeño Rey, que es más dura.

Exacto. Y sin embargo, los dos, por experiencia lo sé, les ha encantado a niños de cuatro años. Los tres erizos es tan blando como la propia textura que se utiliza, que son formas más amables, más redondeadas, contornos más blandos; El pequeño Rey, en cambio, está dibujado con plumilla, con contornos más duros. El pequeño rey a veces asusta a los padres… pero a los niños les encanta. Se identifican con ese mundo. A ellos no les resulta inquietante.

Detalle de 'El armario chino'

Detalle de 'El armario chino' 

Ekaré

¿Qué le lleva a elegir una técnica u otra?

Depende del libro. Hay dos tipos de autor: el que produce variaciones de su propio mundo —como Agatha Christie— y el que se pregunta qué va a ocurrir. Yo soy más lo segundo. No tengo una única manera de hacer las cosas, sino que más bien me planteo el libro como una posibilidad. En cierto modo me veo como un lector de algo que aún no existe. Cada libro me obliga a convertirme en un tipo distinto de autor, incluso manejando unas técnicas u otras. Pessoa hacía algo así.

En La merienda del señor Verde la estética magritteana era lo adecuado. Lo ideal hubiera sido que lo ilustrara Magritte. Según lo que quiera contar, uso un tipo de imagen u otro. No sé si tengo un estilo propio; no es algo que me preocupe.

Nunca hubiera dicho que esos tres libros que hemos citado fueran del mismo autor.

Es más común en el cine: directores como Kubrick han hecho películas muy distintas. En literatura infantil es menos frecuente porque el mercado tiende a pedir repetición: si un estilo funciona, se pide más de lo mismo. Yo podría repetirme si encontrara comodidad en ello, pero no es mi impulso natural.

¿Le han sorprendido interpretaciones ajenas de sus libros?

Sí, me ocurre, y no me parece mal. Existe la falacia intencional: creer que la interpretación correcta es la más cercana a la intención del autor. Yo no creo en eso. No hago libros para transmitir un mensaje concreto. Como le decía, concibo el libro como un lugar acogedor y eso también quiere decir que es un lugar donde pueden entrar distintas personas y quizá pueden encontrar cosas distintas. Yo tengo mi propia lectura, pero no siento ningún deseo de hacer proselitismo, de convencer al lector de que mi lectura es la correcta. Más bien me sucede al contrario.

¿Le ha ocurrido reinterpretar sus propios libros con los años?

Sí. Con La merienda del señor Verde, al preparar un texto para la nueva edición, descubrí cosas que no había visto hace 20 años. Cosas nuevas, distintas y quizá más acertadas. Por ejemplo, que el libro plantea dos extremos: el señor Verde vive en el camuflaje o en la identidad con lo que le rodea y los otros viven en la situación opuesta. Eso no lo pensé conscientemente hace veinte años. Un libro no es una señal de tráfico. Requiere tiempo. Y vivimos en un mundo que exige mensajes rápidos.

Usted dice en ese epílogo que es un libro metafísico. ¿Qué saben los niños de metafísica?

Mucho. Creo que cuando hablamos de metafísica, ya es una palabra que nos extraña porque parece algo medieval, algo remoto y que no interesa. Pero al final la metafísica empieza con una pregunta esencial: “¿Qué hago yo aquí?”. Es preguntarse por la existencia. Y en el fondo es abrir la puerta a preguntas, preguntas que son eternas. Pero claro, vivimos en un mundo muy utilitario donde todo debe servir para algo, y ahí no cabe esa pregunta, pero es fundamental. La merienda del señor Verde plantea esa cuestión: ¿es el mundo así? ¿Qué es esto? Por eso digo que es un libro metafísico.

¿Qué rasgo suyo le resulta más útil para crear mundos extraños?

Tengo facilidad para inventar, fruto de un entrenamiento, pero por otra parte me mete en problemas. Muchas veces la creatividad se idealiza como una varita mágica y no lo es. Desarrollar una capacidad implica descuidar otras. Y yo me he acostumbrado a inventar cosas, pero a veces eso en el mundo en el que estamos transitando no te lleva a ningún sitio.

¿Por qué dice que le mete en problemas?

Porque hay obligaciones reales: facturas, hipotecas, formularios… Hay montones de cuestiones del mundo práctico que me resultan abrumadoras. Son lenguajes distintos. Y no hay excusa: el mundo real no admite objeciones.

¿Es usted autor, ilustrador, artista?

Autor. Porque creador parte también de una falacia y es como que hay un poder sobrenatural. Creador implica hacer algo de la nada, y no es mi caso. “Artista” es una palabra contaminada, parece a alguien tocado por un don que no se sabe cuál es. “Ilustrador” se queda corto: para mí un libro se parece más a una obra teatral o cinematográfica, donde intervienen guión, imagen, puesta en escena. Autor engloba todo.

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