A Gonzalo Celorio (Ciudad de México, 1948) le abren paso allá por donde va. En la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara, donde está de visita estos días, es fácil encontrarlo. Allá donde la marabunta de gente se aparta para abrir un pasillo es donde podrán hallarlo. Algo así como un pequeño paseo de la gloria, que recorre en su silla de ruedas y sin perder la sonrisa. No es para menos la deferencia. El escritor mexicano acaba de ganar el premio Cervantes y sus compatriotas no dejan de felicitarle y de darle las gracias por traer el galardón a su tierra. Por si fuera poco, hoy recibe otro reconocimiento, el homenaje al Bibliófilo José Luis Martínez, uno de los más destacados de la feria. Su trayectoria, su saber y su enorme biblioteca le hacen merecedor de tal distinción.
Un remedio literario
Solo la literatura puede paliar la destrucción a la que se encamina Ciudad de México”
¿Cuántos libros tiene en casa?
Es un dato que nunca doy.
¿Pero tiene la cifra exacta?
Por supuesto. Cada uno de mis libros tiene un ex libris, lo que me permite tenerlos contabilizados. Pero una biblioteca no se puede apreciar cuantitativamente.
Tiene razón, es una cuestión de calidad. ¿Sí se puede saber, por lo menos, cuál fue el primero que colocó en sus estantes?
El libro fundacional de mi biblioteca es un libro de gramática de una profesora llamada Rosario Gutiérrez Eskildsen. Era un libro obligatorio que tuve que leer en la secundaria. Piense que somos 12 hermanos y yo soy el número 11. Siempre heredé mi ropa y mis lecturas. Pero éste fue el primero en el que no tuve que tachar en la página interior el nombre de todos mis hermanos. Pude escribir por primera vez el mío en una página limpia.
Gonzalo Celorio dispone de una gran biblioteca en casa
Ese debió ser el inicio de una trayectoria que le ha terminado otorgando el premio Cervantes. ¿Recuerda qué estaba haciendo cuando supo la noticia?
Esperar la llamada. La universidad nacional autónoma de México ( UNAM), donde he estudiado y trabajado toda mi vida, presentó mi candidatura. Por supuesto, no sabía que iba a ganar la lotería, pero tenía un boleto. La sorpresa fue máxima y me siento abrumado por los grandes escritores mexicanos que recibieron este mérito antes que yo: Octavio Paz, Carlos Fuentes, José Emilio Pacheco, Sergio Pitol, Elena Poniatowska...
Y ahora usted. Y lo recibe en un momento en el que acaba de publicar sus memorias, que titula Ese montón de espejos rotos y en los que admite una preocupación por el futuro.
En la medida en que pasa el tiempo se hace más largo el pasado y más breve el futuro. Y es inevitable que piense en ambas cosas, en lo que vendrá y en todo lo que ha ocurrido, que me aporta material suficiente como para escribir. Aunque jamás imaginé que iba a escribir un libro de memorias. No pensaba ser un escritor de ese tipo.
Esperé la llamada del Cervantes, pero por supuesto no sabía que iba a ganar la lotería”
¿De qué tipo? ¿Y qué le llevó a escribirlas finalmente?
De los que miran tanto hacia atrás que tienen que escribirlo. Bien, siempre escribo del pasado, pero no del mío, o no de forma tan directa. Sí que es cierto que lo hacía para mí, pero no un libro, sino fragmentos. Los he ido guardando a lo largo de mi vida, por lo que éste es más un libro de edición que de otra cosa, ya que los he juntado todos y, aunque he escrito, por supuesto, he dedicado más tiempo a dar forma al conjunto para que tuviera un criterio cronológico y temático. Pero la mayoría de textos nacieron de forma independiente.
Es un libro de memorias en el que no aparecen sus hijos.
No, porque, como bien dice el título, hablo de Ese montón de espejos rotos , y mis hijos no están rotos. Mi relación con ellos es una de las más firmes y de mayor continuidad de mi vida. Y, quienes aparecen, sean familiares o amores, no los utilizo para hablar de ellos propiamente ya que no es de mi interés hablar de mi tía cubana o de mi abuelo paterno que salió de Asturias, ni tampoco de los hermanos que abrazaron unas aspiraciones religiosas que luego desertaron. Estas no son unas memorias familiares. Las personas que puedan aparecer solo me sirven como puente para hablar de otras cosas.
¿Por ejemplo?
Mis orígenes, mis pasiones, tanto las amorosas como las literarias, mi vida pública aunque también la íntima, o mi devoción por dar clases.
Ha dedicado prácticamente toda su vida a la docencia.
Estuve al frente durante muchos años en la UNAM de la cátedra Maestros del exilio español. Lo disfruté muchísimo porque yo podía hablar de lo que me diera la gana. Tanto es así que se podría rebautizar como la cátedra de mi ronco pecho, porque hablaba de lo que quería. Cada semestre me preguntaba: ‘ Gonzalo, ¿sobre qué quieres aprender ahora?’. Y entonces preparaba un curso en el que aprendíamos tanto alumnos como yo.
Usted menciona que el exilio español republicano fue su mayor maestro.
Sí, porque muchos de mis maestros procedían del exilio, como Adolfo Sánchez Vázquez, que desembarcó con el buque Sinaia en Veracruz. Tanto él como otros compañeros, como Luis Rius, llevaron el espíritu del exilio allá donde fueron.
Ellos hablaron de España y usted del México moderno. ¿Cómo ha cambiado su país desde su primera novela, Amor propio?
Creo que la Ciudad de México va camino de su destrucción. Los mexicanos, en general, tenemos una actitud autodestructiva y eso se refleja en las ciudades.
¿Se puede paliar?
Solo la literatura puede hacerlo. Por eso escribo tanto sobre México. Para retener cómo es en cada momento y tratar de mantener lo que quede bueno en una página. Con el paso del tiempo, queda poco de eso porque estamos en continua transformación, en muchos aspectos yo creo que para mal.
En su conferencia en la FIL reconoció a sus lectores que escribía para olvidar.
La novela siempre parte de un conflicto que no se puede resolver en una sobremesa. Las palabras ayudan a exorcizarlo, pero no a resolverlo. Pero en todo caso, a mí me ayudan a lidiar mejor la vida.

