Aunque España es el país de los 1.000 festivales, a la hora de enumerarlos siempre salen los mismos nombres, citas de grandes audiencias y artistas de relumbrón que pugnan por incluir su nombre en el circuito internacional. Pero detrás de eventos que han crecido hasta lo más alto como el Primavera Sound, o aquellos impulsados por grandes promotoras como Live Nation, existe un substrato de pequeños festivales que se resisten a contar por miles sus asistentes. Citas que hacen virtud de su presunta debilidad, un tamaño reducido que les aporta proximidad tanto al público, que disfruta más y mejor de los espectáculos, como al territorio, que se enriquece de propuestas cuyo eco se prolonga a lo largo del tiempo. Propuestas que se han profesionalizado sin dejar su origen entre amigos o vecinos, como el Prestoso Fest o el Dansàneu, o proyectos impulsados por pequeñas promotoras que dan valor a la riqueza de zonas despobladas como el Itinera o el Perifèria Cultural son ejemplos de este camino alternativo.
Prestoso Fest
David trabaja en un bufete de abogados; Alejandro, guarda forestal; Juanín, productor audiovisual, y Jose Luis, funcionario, pero una vez al año se quitan sus respectivos uniformes para ponerse al frente del Prestoso Fest, que desde el 2014 se celebra en el suroeste de Asturias, en plena naturaleza, para cumplir el sueño de estos cuatro amigos que construyeron su propio festival a partir de lo que echaban de menos en los que ellos frecuentaban.
“Queríamos descentralizar la palabra festival de los núcleos urbanos”, comenta David Cuerdo por teléfono desde el despacho de abogados donde trabaja. En su última edición, el Prestoso acogió a artistas como Baiuca, Hinds, Gorka Urbizu o Camello con una audiencia que no supera las 1.500 personas, suficiente para que las cuentas cuadren. “Si tenemos en cuenta todas las ediciones todavía no estaríamos en saldo positivo, pero en las últimas por sí solas ya lo hemos alcanzado”.
“En la última edición hicimos 12 actividades paralelas vinculadas al vino o el senderismo por el parque nacional de Muniello” explica Cuerdo, que destaca el 70% de público proveniente de fuera de Asturias para los que el festival “es la excusa para venir el fin de semana. La gente nos pregunta qué playa visitar o dónde comer, hay una comunicación bidireccional muy enriquecedora”, explica, orgulloso de poner en el mata “una de las zonas más abandonadas de Asturias”. Es para no perder esta relación con el público que rechazan cualquier crecimiento que no sea acorde con sus valores: “Queremos movernos por el recinto y que los asistentes sepan quiénes somos, que puedan decirnos qué está bien y qué no”, explicita.
Actuación de Gorka Urbizu durante la pasada edición del Prestoso Fest
Jornades Musicals de l’Ermita de la Pietat
Hace 9.000 años la sierra de Godall, en Tarragona, ya servía de punto de encuentro social, como demuestran las pinturas epipaleolíticas que todavía perviven a poca distancia de la Ermita de la Pietat, un espacio de culto con impresionantes vistas sobre las Terres de l’Ebre que, desde hace 21 años, acoge las jornadas musicales todos los domingos de agosto, un día propicio para que el público sea eminentemente local.
“Comenzamos por aburrimiento, si no hay nada que te gusta, pues lo montas”, recuerda Nete Vericat, impulsor de unos conciertos que arrancaron cuando en la zona apenas había escena musical, situación que ha dado un giro en los últimos años y que trasciende los límites catalanes. “Un 40% de nuestro público es valenciano, estamos a dos kilómetros de Castelló”, comenta Vericat, que explica cómo desde la asociación Jornades Musicals colaboran con otros colectivos catalanes y valencianos como Recolectors de vinil, además de con festivales como el Eufònic.
Medio millar de personas caben en la atalaya de la Ermita, donde se programa una docena de conciertos cada verano de entre los grupos seleccionados por el propio Vericat. “Es el trabajo que más me gusta”, reconoce, “el reto de escuchar un montón de música para elegir las bandas adecuadas”. El año pasado recibieron entre 300 y 400 propuestas cribadas por una filosofía que exige variedad estilística para evitar repetir géneros. “Buscamos estilos contrapuestos para que la gente tenga la mente abierta, nuestra especialidad es descubrir bandas, también porque el presupuesto no es una maravilla”, reconoce el creador del festival.
Su objetivo confeso es crear nuevos públicos que descubran el funk, la electrónica, el afrobeat o cualquier otra cosa. “Queremos atraer gente con curiosidad, que interacciona antes y después de los conciertos. Aquí se forma red, se han creado asociaciones y proyectos culturales”.
Perifèria cultural
“Si hiciésemos estos conciertos en Barcelona, llenaríamos la Gran Via” comenta entre risas Marçal Girbau, codirector del festival Perifèria Cultural, que desde el 2023 organiza conciertos en pequeños pueblos de Catalunya como Ciutadilla, con sólo 117 habitantes. Pese a su juventud el Perifèria se ha implantado en el territorio con una oferta que combina gastronomía y música, conciertos donde la asistencia se mueve entre las 200 y las 600 personas para situar estas localidades en el mapa. “Es una forma de hacer turismo en lugares donde no hay presión turística, no tendría sentido hacer este festival en Cadaqués, por mucho que sea un municipio pequeño”.
El tamaño es una variable esencial del Perifèria, que en la última edición contó con artistas como Roger Mas, Maria del Mar Bonet o Remei de ca la Fresca. “Crecer es complicado y peligroso, por encima de las 600 personas se comienza a poner en juego la filosofía del proyecto”, comenta Girbau, preocupado porque el público pueda disfrutar de las actuaciones de primera mano. “Además, con los esfuerzos y costes que demanda un evento para 5.000 personas puedo montar siete u ocho Perifèries en diferentes pueblos, y así contribuimos a esponjar la cultura y combatir la desertización cultural”.
El nombre del festival no solo alude a los espacios donde se celebra, también habla de los artistas: “Son propuestas periféricas, defendemos la cultura de alta calidad que se encuentra fuera de los circuitos comerciales llevada a lugares donde no hay una promoción cultural estable”, de ahí que apueste por una programación que va más allá de las 48 horas que dura un macrofestival. “Para nosotros el crecimiento ha de ser horizontal, en fechas y lugares, nada de público concetrado”.
Mayte Martín en la iglesia de Son, durante la pasada edición del Dansàneu
Dansàneu
Lo que comenzó como una escuela de danzas tradicionales en 1992, se ha convertido desde el 2015 en un festival que, durante 10 días de verano, coloniza las Valls d’Àneu con música, teatro, arte y por supuesto danza. Hablamos del Dansàneu, un evento arraigado al Pirineo y organizado por los propios vecinos de la zona, voluntarios sin ánimo de lucro que gestionan un presupuesto de 400.000 euros. “El festival ha ido creciendo, se ha consolidado y ahora mismo es una bondad porque es una entidad del territorio”, explica su directora, Rut Martínez, para advertir que esta fortaleza también es una debilidad porque “no existe una estructura que pueda dedicarse profesionalmente todo el año”.
En la pasada edición el Dansáneu recorrió 27 espacios singulares, todos ellos patrimonio natural o arquitectónico, donde actuaron artistas como Salvador Sobral y Lucía Fumero, Tarta Relena, la actriz Rosa Renom o el actor Carlos Cuevas. “Es un festival con una vocación pública clarísima, trabajamos en un territorio donde no hay equipamientos ni se programan espectáculos”, comenta Martínez.
“Afortunadamente tenemos un seguimiento muy fuerte de la gente del territorio, algo que queremos preservar. Nos encanta que venga gente de fuera, pero si la gente de los valles no viene no tiene sentido”. Por eso, aunque la cifra de visitantes ronda las 7.000 personas, la directora del Dansáneu reconoce que son muchas las veces en que prepara las actividades pensando en gente concreta a la que pueda gustarle. También pensando en los vecinos es por lo que la mitad de los conciertos son gratuitos, y los de pago nunca llegan a los 30 euros.
“Todas las actividades incluyen el apoyo de productores locales”, añade, y destaca que evitan la obsesión por las cifras para apostar por la calidad y los proyectos netamente culturales. Una decisión natural teniendo en cuenta que en la pasada edición el espacio más grande fue la iglesia de Son, con capacidad para 110 personas. “Es importante conocer a la gente y entender el contexto donde programas, cada valle tiene unos movimientos y un alma diferente. Hay que entender su idiosincracia, conocer qué temas les interesan y a partir de aquí construir un proyecto que en definitiva hacemos juntos, por eso creo que tiene el arraigo y la estima de la gente”.
El actor Carlos Cuevas durante la lectura dramatizada de Thoreau en la pasada edición del Dansàneu
Sinsal
Pocas propuestas más sugerentes que la de subirse a un barco para navegar hasta la isla de San Simón, en la ría de Vigo, y asistir a un concierto cuyos artistas no se conocen hasta que suben al escenario. Esa es la propuesta que el festival Sinsal ofrece desde el 2010, un proyecto que arrancó en el 2003 en tierra firme como un ciclo de actuaciones durante todo el año, y que se transformó por el auge de los festivales. “No fue repentino, pero muchos artistas que tenías capacidad de contratar porque giraban a lo largo del año dejaron de hacerlo para concentrarse en festivales de verano” recuerda Julio Gómez, codirector del festival.
El problema se tornó en oportunidad, y este antiguo propietario de la tienda de discos Sinsal, que también se dedica a la gestión cultural, aprovechó sus contactos para dar forma a un festival que acoge a 800 personas por jornada en un entorno natural. “Decidimos poner la isla en el centro del cartel independientemente de quién vaya a tocar. Ahí nació la idea del festival secreto, y a mayores de hacerlo de día”, comenta sobre una propuesta que vive tanto de las administraciones como del patrocinio y los ingresos propios. “Depender solo de fondos públicos te genera mucha debilidad, es el caso del festival Periferias, uno de los mejores de España que desgraciadamente desapareció con el cambio de gobierno”.
Gómez reconoce que la programación no es fácil para el público en general, no por el tipo de música, sino por tratarse de artistas poco conocidos, “son músicas muy diversas, con diferentes idiomas, lenguajes, culturas. Esto te genera cierta distancia y evidentemente requiere de la solidaridad del publico”, explica, aunque considera que el público “en buena parte viene más por la experiencia que por la música”.
El éxito del Sinsal, que cuenta ya con 15 ediciones, no le ha librado de la polémica surgida por el pasado de la isla de San Simón, convertida durante la guerra civil en macabro campo de concentración para presos republicanos. Esta condición ha llevado a varios partidos políticos a reclamar el cierre del festival, lo que podría suceder si se aprueba la ley de Memoria Histórica, o incluso si no es así. “San Simón fue un campo de concentración como sucedió en toda España en muchos espacios que ahora han desaparecido, están en manos privadas o se han dedicado a la memoria”, relata Gómez, que reconoce que las presiones para cerrar el festival les genera dudas sobre su continuidad. “Nosotros nos dedicamos a la cultura y no a la política, la mejor defensa que se puede hacer de la cultura es seguir realizando actividades a favor de lo que realmente quieres”. Sin embargo, afirma que ellos no se quieren enfrentar con nadie, “si otros buscan ese enfrentamiento, preferimos dar la vuelta y marchar”.
Itinera
En Catalunya hay 500 micropueblos que representan el 50% del territorio y el 2,4% de la población, radiografía diáfana de un espacio despoblado que el festival Itinera pretende llenar de música desde el 2021. “Muy poca gente, muy repartida y con unas dificultades de transporte o salud de las que nos queremos hacer eco” comenta Agnès Fort, directora del festival además de música.
Marcel Marata, músico aficionado, fue el fundador del Itinera desde su atalaya de Serra de Garó, uno de estos micropueblos. Marata pudo comprobar las dificultades técnicas y de critero que implicaba para estos ayuntamientos organizar un concierto. “Nos piden música para la fiesta de la gente mayor, para la castañada o para algún ciclo” explica Fort, que desde la promotora Active coorganiza el circuito junto con la Associació de Micropobles de Catalunya.
“Comenzamos con músicos que conocíamos, pero a medida que el festival ha crecido hemos recibido peticiones de artistas que quieren participar”, propuestas que criban desde coordenadas estilísticas y de territorio. Las primeras giran en torno a la black music, la música de raíz, las músicas del mundo y la clásica, “huimos de la electrónica, el pop, el reggae o el ska”, detalla la directora, que también destaca su preferencia por artistas que residan en los alrededores de los pueblos donde se celebran los conciertos, “si no, no es sostenible”.
En la última edición han sido 130 las localidades que han acogido alguna de las 180 actuaciones –gratuitas en su práctica totalidad- programadas por el Itinera, algo más de 16.000 asistentes con un 80% de público de los propios municipios. “Desde hace dos años incluimos músicos de micropueblos mediante una convocatoria donde seleccionamos 10 artistas para que celebren cuatro conciertos cada uno”, explica. Es su forma de acercarse al territorio desde un festival que ha crecido gracias a la sensibilización, “la gente conoce cada vez más el festival, y confían en nuestro criterio musical”.
Mar Serinyà y Tricinium en la iglesia de Sant Esteve de Peratallada durante el festival Brots
Brots
Unos pocos kilómetros separan la bulliciosa Costa Brava de los pueblos por donde transcurrió la primera edición del festival Brots el último fin de semana de octubre, un reguero de conciertos y actividades artísticas esparcido por el Baix Empordà para resaltar lo mejor del territorio. “Mi idea era homenajear al territorio”, afirma Montse Faura, directora del festival con dilatada experiencia en otros eventos que ha trasladado a este nuevo proyecto, con propuestas tan atractivas como una ruta en autocar de todo un día por diferentes espectáculos repartidos por la comarca.
“Ha tenido un gran impacto y una respuesta colectiva impecable hecha desde y para el territorio” explica Faura, orgullosa de un certamen que ha aunado artistas como Pol Batlle, Clara Peya o Judit Nedderman con propuestas como un concierto de campanas y tractores a cargo de Carles Marigó. “El 98% de los artistas son locales, hay que poner en valor lo que tienes más cerca”, y hacerlo reinventándose cuando conviene, “incorporando nuevas comunidades y dialogando con los cambios sociales, económicos o ambientales”.
“El festival Brots es un ejercicio de volver a mirar el paisaje con conciencia, más que actividades hemos generado encuentros que sólo tienen sentido aquí, con estas personas, esta memoria y esta luz”, relata Faura, que destaca el papel de los pequeños festivales como laboratorios de futuro, “hoy día son los espacios de mayor libertad creativa”. Por eso defiende que los festivales pequeños no han de querer crecer, sino “querer ser necesarios. Si un festival es único en mirada, en formatos y en relación con el público, siempre encontrará apoyos”.
Del éxito de esta primera edición hablan las llamadas a la puerta de patrocinadores y ayuntamientos para adherirse a futuras ediciones, “además el coste es proporcional a la dimensión, cuando haces un festival pequeño no necesitas tanto dinero, querer ser grande cuando eres pequeño es un error”.
Rusó Sala, Anna Ferrer y Judit Neddermann interpretan 'La figueral' en el festival Brots
Sonraíz
La pandemia lo cambió todo, pero no todo fue a peor. En Carcabuey, un pequeño pueblo a medio camino entre Córdoba y Granada, aquellos años de regresión dieron vida a Sonraíz, un festival con la ruralidad y el feminismo como coordenadas. “En ese momento la presencia de mujeres en los festivales no llegaba al 15%” recuerda Vanesa Sánchez, de la productora Rootsound, responsable de comunicación de un evento gestionado por un equipo paritario.
El castillo de Carcabuey, con vistas a la sierra de Cabra, es uno de los escenarios donde se celebra este joven festival nacido en el 2022 que pone el foco en la música de raíz con visitas de artistas como Maria Arnal y Marcel Bagés, Baiuca, Rocío Márquez y Bronquio o Blanca Paloma, “actuó delante de 50 personas, todavía no había sido elegida para Eurovisión”, recuerda Sánchez. Fue en la primera edición, cuando pasaron 200 personas por el festival, cifra que ha crecido hasta las 1.500 que llenaron el espacio principal en esta última edición.
Desde la segunda edición el Sonraíz colabora con la Asociación de Mujeres Rurales de España para dar luz a proyectos de emprendeduría femenina en el ámbito rural, “son mujeres que están rompiendo los techos de cristal en cooperativas agroalimentarias, un ámbito muy masculino”, destaca Sánchez. Es una de las varias acciones para resaltar el papel de la mujer que lleva a cabo el festival, como mesas redondas o exposiciones de arte realizadas por mujeres. En un futuro les gustaría ofrecer una experiencia gastronómica de mujeres con Estrella Michelin, “no son muchas, sólo un 10% del total”, recuerda.
El Sonraíz no descarta crecer en el futuro, pero sólo un poco, “que pueda disfrutarse en familia, y que sea más de día que de noche” comenta Sánchez, “nuestra filosofía no es hacer un festival masivo, sino quedarnos en el medio formato”, una medida que no les impidie recibir público de casi todo el mundo, “en la última edición hasta compraron entradas desde el Nepal o Australia”.
Càntut
Si la música no suena no es música, y si una canción no se canta se pierde en el olvido. Bajo esta premisa nació el festival Càntut, para resucitar las canciones tradicionales de Girona recopiladas por el banyolí Albert Masip, que grabó a su abuela cantando canciones de misa para iniciar un archivo que en la actualidad cuenta con más de 2.000 referencias, y que cada año regresa a la vida en Cassà de la Selva de la mano de artistas vinculados a la música tradicional.
Aunque el hilo conductor es la canción oral, el festival se aleja de la voluntad arqueológica para insuflar nueva vida a canciones centenarias, “en el Càntut encontramos estilos muy diversos, del punk al rock”, comenta Francesc Viladiu, codirector del festival. “La gran premisa es que público y escenario estén al mismo nivel”, y eso lo consiguen con actividades como los Dinars de cantadors, donde medio centenar de personas tienen la oportunidad de cantar alrededor de una mesa, como hicieron en esta última edición guiados por Magalí Sare, Daniel Fernández o Quim Carandell.
La medida pequeña en las actuaciones es otra de las peculiaridades del Càntut, que ha elegido celebrarse en noviembre para alejarse de la masificación estival, con actuaciones que raramente superan los 200 asistentes y que atraen a apasionados de la música tradicional a la treintena de actos del festival, que incluyen charlas y exposiciones.
“Este año hicimos una conferencia sobre el cant redoblat y vinieron 150 personas”, comenta orgulloso Viladiu, que pone en valor la conexión con Cassà, que les ha llevado a colaborar con 14 entidades locales o emprender proyectos de recuperación de patrimonio oral como “Cacem i cantem cançons”, en el que trabajan con las escuelas para recuperar canciones de las diferentes culturas que conviven en el pueblo. “De allí salen canciones en muchas lenguas: catalán, castellano, árabe o rumano, queremos explicar las realidades de otros orígenes”.
