El Senyor Canons, el Senyor Dallonses y el Senyor Daixonses son figuras genuinas del humor catalán. El gran Valentí Castanys utilizó sus nombres para titular algunas de las revistas satíricas que impulsó antes de la guerra. Si el país fuera de otra manera, un trío cómico con el nombre de El senyor Daixonses, el senyor Dallonses i el senyor Canons tendría el éxito asegurado. Cuando Salvador Espriu trabajaba en el despacho del notario Gual, una vez, este señor, que tenía muy mala pata, le pegó un bocinazo: “Daixonses, porti’m els dallonses!”. Espriu se lo guardó y lo sacó en un cuento extraordinario, sardónico –como no podía ser de otra forma–, con un autorretrato aplastado y triste.
Lo cuento porque la semana pasada, hablando de Pere Tàpias, me quedé con ganas de explicar un par de cosas. La primera, en torno a la canción El fet del senyor Canons del disco Si fa sol , de 1975. Un día el Senyor Canons que ha llegado a los años setenta del siglo XX con la actitud de aquí me las traigan todas, pero que en el fondo es un punky, va y se baja los pantalones en unos grandes almacenes. Escándalo, bronca, el consejo de administración que trata el tema en una reunión y por unanimidad decide echar al gamberro. Sí, sí, pero resulta que –según los de contabilidad– gracias a la impudicia del Senyor Canons los beneficios se han doblado. Encuentran una solución perfecta: condenarán la acción de manera enérgica y contratarán al Senyor Canons para que se siga bajando los pantalones, eso sí, con unos calzoncillos de una lana de calidad que se vende en los grandes almacenes.
“Daixonses porti’m els dallonses!”. Espriu se lo guardó y lo sacó en un cuento sardónico
En el mundo actual todos somos un poco Daixonses y Dallonses. Bajo la apariencia de una gran libertad, estamos pillados, saltando obstáculos todo el rato. Nos las tragamos una detrás de otra, como nunca, con la idea de que quien paga manda y a callar. El derecho a la pataleta es lo último que se pierde y, por el momento, El fet del senyor Canons va perfecta para hacernos un autorretrato aplastado y triste como el de Espriu. Y de cuando en cuando mandarla por WhatsApp para comentar la jugada a alguien que traga tanto como tu.
La otra canción de Pere Tàpies que me tiene encandilado es Jo sóc de fora, sóc de provincies, del disco Per a servir-vos , de 1973. Explica el desbarajuste de los pueblos del país, víctimas de la especulación inmobiliaria. La capital, con sus luces seductoras, y el pueblo, en el que el narrador se lo pasa estupendamente, viviendo bajo un algarrobo. Llegan unos tipos que le compran el árbol a un precio descomunal, con un tanto por ciento de interés, dinero en el banco y un piso. Firma, cortan el árbol y se queda a vivir bajo una farola, acribillado por los mosquitos.
Lo más impresionante de este temazo es que, más allá del pitorreo, Pere Tàpias, explica, en Vilanova, la deshumanización y artificialización que Italo Calvino reflejó, respecto a Turín, en su libro Marcovaldo (1966). Tàpias es una bestia parda.