Manuel Vicent (Villavieja, Castellón, 89 años) dice que antes de ver por primera vez los cuadros de Sorolla él ya los había vivido. “Esa experiencia sensorial del mar que me ha mirado tantas veces, esa luz, esa arena brillante, ese perfume de calafate, de brea, los barcos, las peleas, los gritos que se pierden en la playa, el calor... Todo eso yo lo había vivido antes y cuando vi sus cuadros, me dije: ‘Éste ha pintado lo que yo había sentido’”, explica el veterano escritor y periodista, enorme poeta del mar y de la luz, como su compatriota valenciano, a quien traduce literariamente en la exposición En el mar de Sorolla, que reúne en el Palau Martorell de Barcelona (hasta el 6 de abril) 86 obras del Museo Sorolla de Madrid, cuya selección firma.
Vicent recuerda que con el cambio de siglo España se dividió en dos: la España blanca de Sorolla y la negra de Zuloaga. “Miguel de Unamuno exclamaba: ‘Valencianos, os pierde la estética’, como si fuera gente frívola, hedonista o superficial. Pero lo que para él era un defecto, para mí es lo máximo que se puede alcanzar filosóficamente. Sorolla pinta el sol que hace deslumbrar una gota de agua sobre la piel de un niño que se está bañando... Su luz tiene una profundidad inabarcable”.
“Antes de ver los cuadros de Sorolla yo ya los había sentido”
El autor de Tranvía a la Malvarrosa intercala sus textos entre obras icónicas como Saliendo del baño, El balandrito, Niño jugando en la playa , La llegada de las barcas o Pescadora con su hijo , que han podido reunirse en Barcelona gracias a que el museo donde habitualmente cuelgan se encuentra cerrado por obras. El escritor desarma ese lugar común que condena a Sorolla como pintor superficial. “Él mismo era un titán, un trabajador de la pintura, y lo que le interesa es el movimiento del trabajo, los bueyes sacando las barcas, las pescadoras valientes que llevaban el pescado de la playa de la Malvarrosa al mercado central por la noche... Imagina, todo estaba lleno de blasfemias, y cada pincelada que creemos superficial incluye una enorme cantidad de dolor y de esperanzas”.
Manuel Vicent, ante una fotografía de Sorolla pintando en la playa
Para el escritor no hay duda de que fue un “pintor social” y lo contrapone a otro compatriota ilustre, el escritor Blasco Ibáñez, que también frecuentaba la playa del Cabanyal donde Sorolla “pintaba marineros para arrancarles el alma”. “A Sorolla solo le interesaba pintar, pintar y pintar. Era un ser muy familiar, muy amable, todo en su sitio, aunque tuviera una vida a lo mejor con sus cosas oscuras.... Mientras que a Blasco le da todo igual, está todo el rato enredando, metiéndose en líos... En Madrid lo odiaban, porque como era un escritor rico alardeaba invitando a comer a la gente. Cuando la noticia de la muerte del escritor, que voceaban los vendedores de periódicos por las calles, llegó a la tertulia de Valle-Inclán, no lo creyeron: “’¡Publicidad! ¡Publicidad!’”.
En el mar de Sorolla conviviendo con los trabajadores está la burguesía valenciana que frecuenta la playa de la Malvarrosa; el amor de su vida, Clotilde (“esa nave nodriza que sabes que siempre está ahí y de vez en cuando te permite salir en zodiac a hacer una excursión...”); y los niños que juegan desnudos en la orilla. ¿Hoy podría pintarlos así? Vicent mueve molesto la cabeza. “Escribir hoy –confiesa– es pasar por una inquisición brutal. Ya no me atrevo a escribir ‘el hombre inventó el fuego’ ¿Qué digo? ¿El ser humano? ¿El hombre y la mujer?”. “Estoy pasando malos momentos”, lamenta.


