Los expertos afirman que la canción Guadalajara, compuesta por Pepe Guízar en 1936, es una oda a la identidad mexicana. Incorpora referencias a la capital de Jalisco, como el plato típico de la birria o la figura del mariachi. El éxito de la canción se ha mantenido, de manera que consensuar cuál es la mejor versión sigue siendo un ejercicio estéril: Nat King Cole, Pedro Infante, Lola Beltrán, Xavier Cugat o, en la película Fun in Acapulco , Elvis Presley, repitiendo de memoria la fonética de la letra después de morrearse con Ursula Andress. Guadalajara también es la sede de una de las ferias del libro más importantes del mundo que, este año, tiene como invitada de honor a una Barcelona rodorocéntrica , diversa y con una concepción asimétrica del exilio mexicano. Seguro que la comisaria de la expedición, Anna Guitart, habrá llegado a la conclusión de que las alegrías del viaje le compensan, de largo, los disgustos.
Es habitual que la selección de invitados a una feria del libro provoque recelos
La selección de invitados ha provocado algunos recelos en el sector. Es un fenómeno que tiene que ver con el darwinismo y la explotación victimista que, a través del orgullo herido, hacen los que se han sentido injustamente tratados. Yo formo parte de los privilegiados que, por razones diversas, hemos declinado la invitación. He aprovechado estos días en los que las posibilidades de cruzarme con colegas y funcionarios culturales de Barcelona han disminuido notablemente, para releer un libro sensacional y contraculturalmente barcelonés: Guadalajara , de Quim Monzó. Publicado hace casi treinta años (Quaderns Crema), es un libro en el que, según la contracubierta, la canción Guadalajara es “el eje invisible del que nacen 14 relatos grotescos y afinados, apasionantes y febriles, que diseccionan el alma humana con un sutil bisturí narrativo”. Algún día se tendrán que estudiar las identidades de los ilustradores de las portadas y las contracubiertas de Monzó y desencriptar las trampas de ironía, parodia y mala leche, un campo de minas contra la estulticia, las imposturas de la falsa erudición, la obviedad y el papanatismo. Cuando terminaba su manuscrito, Monzó no podía quitarse de la cabeza la canción y repetía que le fascinaba que el topónimo tuviera tantas aes (en la lista también había palabras como abracadabra y barrabassada, pero no tenían el encanto disonante de la ranchera). Como en muchos libros de Monzó, salen escritores y en el último cuento –Els llibres–, un lector apasionado que juega con una idea –la obsolescencia de las expectativas– que evoluciona a través de frases como: a) “Un relato nunca es tan bueno como el abanico de posibilidades que ofrece justo cuando empieza”, b) “Las cosas tendrían que empezar siempre y no continuar nunca”, y c) “... Los libros sí que puede detenerlos en el momento más esplendoroso, cuando las posibilidades todavía son numerosas”. Conclusión: ojalá la feria haya sido tan buena como el abanico de posibilidades que ofrecía al empezar.