Llueve en Guadalajara a modo de despedida. El ruido de la autopista llega hasta la habitación, abierta la ventana, ese trozo permitido, apto solo para el suicidio si tiene uno el tamaño de Mickey Mouse. Tengo desperdigados por la cama libros de autores mexicanos de los que aún no había oído que existieran, y que quizás me enamoren, me fidelicen, ávido por conocer qué ven sus ojos, cómo explican su vida, esta ciudad, este país. Los encuentros como estos no solo sirven como complemento en vanidad a escritores, músicos, actores y dramaturgos.
También sirven como alimento para nuestra curiosidad, limpiar la mirada y agrandar nuestras pequeñas ventanas, no suicidarnos en nuestros pequeños mundos, grandes miedos, éxitos y olvidos. En mi caso, son libros de Verónica Gerber Bicecci, Myriam Moscona, Tedi López Mills, Elisa Díaz Castelo, Bernardo Esquinca, Alejandro Carrillo o Jorge Alberto Gudiño. Ojalá me roben el sueño, me amplíen la vida.
Como Rutger Hauer, pienso en modo replicante que he visto cómo dos coches se han detenido en un semáforo, ya de noche, y se han cantado el Virolai como en abordaje y hemos empequeñecido un poco a Rosalía. En Serrat haciendo un poco de Johnny Rotten en el último concierto de los Pistols en el Winterland Ballroom de San Francisco y en la cantina La Fuente, lo más cerca que uno ha podido estar de La Catedral de Vargas Llosa.
Ambiente en la FIL de Guadalajara (México)
Si alguna vez quise estar y conocer cómo eran las instalaciones de Santa Claus en el polo Norte y los elfos que trabajaban allí para que todo el mundo fuera feliz, me he llevado una idea bastante aproximada en el pabellón de Barcelona. Un grupo de diez, quince, veinte personas del ICUB del Ayuntamiento de Barcelona trabajando bien y próximo, con un sentido del partido que se jugaba. No era solo hacer las cosas que tenían que hacer, sino jugar por nuestra gente, nuestro mundo y, como dice Lou Reed en Coney Island baby, por la entrenadora, por la Guitart.
Unos y otros podemos tener nuestros particulares asuntos con Barcelona, que es esa cosa que no sabemos muy bien explicar por mucho que lo intentemos. No tanto la ciudad, sino lo que significa ser Barcelona, ser escritor de Barcelona en una lengua o la otra, o ambas, o mezcladas. Cuando uno no escribe contra nadie, sino que tu imaginario se construyó en una lengua, en la que tu madre te reñía o mimaba, en la que hablaba el Capitán América o la televisión, del modo en que sonaban las historias del yayo Eusebio. Uno participa en la tradición de la lengua que utiliza, pero yo no escribiría del modo en que lo hago, en un español mestizo, si no me hubieran querido y mandado y hecho reír al salir de casa mis amigos, mis amores, mis compañeros con los que hablé en catalán.
Mi primera Barcelona literaria la leí en Quim Monzó al mismo tiempo que en Francisco Casavella
Mi primera Barcelona literaria la leí en Quim Monzó al mismo tiempo que en Francisco Casavella. Me gusta Barcelona porque no es pura, porque hacemos el ridículo cuando nos ponemos fatuos y somos imparables cuando nos olvidamos de quiénes somos. Me gusta ser ese objeto literario no identificado por escribir desde Barcelona y no poder ni saber hacerlo desde ningún otro sitio. Me gusta nuestro autoodio y ese querer que nos quiera la otra parte de lo literario y lo social pero sin ser nadie siervo de nadie, ni del pijerío cultural ni de la cutrez analfabeta, ni de lo puro ni de lo barato.
No sé para qué me ha servido venir a Guadalajara y firmar cuatro libros, hacer diez amigos carnales y coincidir con amigos que no veo en nuestra mutua ciudad. No sé qué dejaremos de Barcelona, cuántos de nuestros libros estarán en estos momentos en las habitaciones de asistentes mexicanos a la FIL. Solo sé que el mundo me parece más grande y con más colores, que hay más gente y libros y experiencias y maneras de contarlas lejos de esa pecera que es nuestra vida cultural cuando solo hacemos que mirarnos el ombligo, enterarnos de quién gana el premio, quién vende más o a qué autor antisistema le caen todas las becas. Hay vida allá fuera: abramos las ventanas.