Entiendo la nostalgia por la centralidad perdida. Veo con cariño a la intelectualidad burguesa e incluso aristocrática que echa de menos la Rambla de su juventud, que escribe sobre el Eixample, que sigue siendo fiel al Belvedere o el Giardinetto. Pero el futuro está en la experiferia, porque Barcelona ya es también El Prat y Sant Adrià del Besós, como nos recordó el año pasado la Manifesta 15 y como nos recuerda cada día el plano de la red del metro. El parque de Glòries es el nuevo epicentro de la ciudad. Y la cultura se está abriendo, radial y lentamente, hacia todos sus antiguos márgenes.
Paseos con mi madre (Tusquets), de Javier Pérez Andújar, tal vez sea el título más emblemático de esa tradición orillera. Como dice Jordi Amat en Les batalles de Barcelona (Edicions 62), muestra “la Barcelona subalterna de los barrios populares, la de la tradición obrera en expansión que no se ha incorporado al capital simbólico de la ciudad”. Habría que preguntarse por qué no lo ha hecho. Qué resistencias, qué censuras han operado en ello. En la edición de 2019 de La ciutat interrompuda (Anagrama), Julià Guillamon dice que en la obra de Pérez Andújar está “el afán de salir del gueto, de romper el determinismo del entorno y de crear una identidad propia mediante la cultura”. Un afán que se podría extender a los personajes de otras obras importantes, también ambientadas en los límites, como las de Julià de Jódar ( L’atzar i les ombres ) o Maria Barbal ( Carrer Bolívia ).
Las inercias del mercado y la autoficción han reproducido las topografías del ya caduco ‘modelo Barcelona’
Tengo muy subrayada la edición original del 2001, publicada por La Magrana, donde el crítico de este diario afirmaba que “ahora más que nunca los escritores tienen el reto de construir un nuevo mapa de Barcelona”. Me temo que no se ha logrado. Quizá porque el urbanismo y la arquitectura han tardado demasiado en consolidar la estructura de la ciudad en el siglo XXI y las inercias del mercado y de la autoficción han reproducido una y otra vez las topografías del más que centenario y ya caduco modelo Barcelona . Mientras en Hospitalet Morad canta “Lamine Yamal, la calle juega en primera”, el imaginario artístico más visible a duras penas sale de la Ciudad Condal.
Se acaba de publicar Nadie me esperaba aquí. Apuntes sobre el desclasamiento (Anagrama), de Noelia Ramírez, que vibra como un manifiesto: “Si utilizo la primera persona del plural es porque la genealogía de las hijas de la periferia española no se está escribiendo sola”. La periodista y podcaster reivindica su origen humilde, tanto en el Baix Llobregat como en el primer internet; la fuerza de sentir y resignificar la vergüenza y de habitar en limbos; el desclasamiento bidireccional. “Aprendemos a soltar el acento de la sofisticación impostada para abrazar otra lengua, más valiente, más libre, más bastarda. Una que más que margen, por qué no, sea un nuevo centro”, afirma. La abolición de los binomios. La conciencia obvia y democrática de que todo es al mismo tiempo policentral y multiperiferia.