Segundas oportunidades

En abril de 2003, Quaderns Crema publicó La fascinació del periodisme, Cròniques (1930-1936) , de Irene Polo. Glòria Santa-Maria y Pilar Tur eran las estudiosas que, incansablemente, habían rescatado la obra periodística de una figura del oficio que tenía el encanto de ser desconocida, ser mujer en un gremio asfixiantemente masculino, ser tan moderna para publicar una declaración de amor inequívoco a Greta Garbo y haber fallecido en circunstancias trágicas (en 1942, en el exilio, en Buenos Aires, causa de la muerte: suicidio).

La energía, la curiosidad y la desinhibición estilística y vital de Polo quedaba resumida en la fotografía de la portada. Veíamos al actor Buster Keaton tocando el sombrero de una Polo que, sin dejar de sonreír, calcula de qué modo convertirá aquel gesto en materia prima para una crónica imperecedera. Las 300 páginas del libro eran una delicia y, probablemente por eso, hace un mes Quaderns Crema lo ha reeditado con la misma portada y la esperanza de divulgar aún más la obra de una escritora tan excepcional que ya es un clásico. Aplicando el mismo rigor, Santa-Maria y Tur han ampliado la introducción de contexto –indispensable– con nuevos datos (también sobre la muerte de la periodista o su relación con Margarita Xirgu) y, sobre todo, han añadido más textos. Unos textos que confirman la fascinación de Polo por el periodismo y que transforman las 300 páginas de aquella primera edición fundacional en –¡viva las segundas oportunidades!– unas felices 454 páginas.

Los libros reeditados después de muchos años tienen el encanto de una resurrección

Hace diez años Juan Miguel Garcia Nogueroles publicó la novela Elogi de l’speed y (casi) nadie le hizo caso. Una década más tarde, y gracias a una buena gestión de la autoestima y a la complicidad minoritaria de algunos de sus (pocos) lectores, Garcia Noguerolas ha decidido volver a publicarla en la editorial LlunydelRamat. La idea, interpreto, es encontrar una respuesta proporcional al interés y la energía –audaz, a veces feroz, de una naturalidad despampanante– que destila la novela. El título es –ya era hora– un doble espóiler. Por un lado, anuncia el protagonismo de una droga –el speed en la época de la transición del siglo XX al siglo XXI– entre jóvenes adictos a esnifar unas “rayas gruesas y pedregosas” en un universo de ciclotimias desesperanzadas y de premoniciones sobre la inminente precariedad. Por otro, el elogio del título no romantiza retrospectivamente la droga ni hace una mitificación del sufrimiento. Con criterios de crónica subjetiva y una lengua viva y acelerada, explica la dependencia sin hacer aspavientos lacrimógenos en un mundo en el que el speed era el centro de un universo con opciones tan limitadas que drogarse parecía una buena idea o, como mínimo, una alternativa engañosamente festiva comparada con todas las demás.

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