Antoni Puigverd (La Bisbal d'Empordà, 1954) vuelve a publicar un gran dietario después de diez años de La ventana discreta. Si entonces partía de un calendario circular que agrupaba los temas según el momento del año y las estaciones, en Ocell de bosc la estructura evoca las cartas de un restaurante. El primer capítulo es La carta casolana, donde recupera los platos y los encuentros familiares. Siguen Menús de temporada, Vins i licors, Dinars o cafès (no sempre) de compromís, dos capítulos de aforismos (Petits fours: vocabulari de sobretaula y Bufar en caldo gelat), etcétera.
Es el punto de partida, pero no estamos ante un libro sobre gastronomía o de recetas, aunque también las hay. Más bien es una invitación a acurrucarnos en su mundo: las reflexiones críticas sobre el tiempo presente, la vivencia intensa del paisaje y la cultura, la apuesta por el diálogo y el respeto por las personas independientemente de las ideas, los propios recuerdos como brasas que no dejan de calentar y los encuentros con personalidades como Maragall o Puigdemont, entre otros.

Puigverd paseando por la 'via verda' Girona-Sant Feliu de Guíxols
Nos encontramos en Girona para hablar del libro y visitar los lugares que salen insistentemente en sus obras y son fuentes de inspiración. Puigverd nació en La Bisbal d’Empordà, pero vive en Girona desde hace más de cuarenta años. Nos deja entrar en su despacho luminoso, desde donde se ve la biblioteca Carles Rahola y el parque del Migdia donde suele ir a jugar con los nietos. Solo entrar, en una vieja librería vidriada, hay ediciones antiguas y primeras, como una Solitut (sic), de Víctor Català, en un estuche cerrado con cinta que preserva intactos los folletines originales en que fue publicada por primera vez en la revista Joventut. Algunos han sido encuadernados de nuevo y otros dedicados por los autores, como las Elegies de Bierville de Carles Riba. Una vez en el interior, los estantes de madera son más sencillos, con los ejemplares tan impecablemente ordenados como su prosa. Más allá, unas grandes ventanas y el balcón sobre la Girona moderna y, al fondo, de lejos, el Montseny.
Le pregunto si ha cambiado después de diez años la vida de Antoni Puigverd, su manera de pensar. ¿No es más optimista este dietario que el anterior, que acababa con la constatación elegiaca de que todo no tardaría en desaparecer, las personas, los sentimientos, los recuerdos? “Quizá es verdad que Ocell de bosc es más esperanzado. Supongo que ha influido la relación con los dos nietos nacidos en este periodo; ahora me resisto a dejarme arrastrar hacia las tinieblas. Debo vigilarlo, porque tengo la tentación de la melancolía, de la nostalgia... Todo va de mal en peor, pero me aferro a la esperanza. No por optimismo, y menos por el tecno-optimismo que cree que la tecnología lo arreglará todo, sino porque entiendo la esperanza como un acto de la voluntad, un acto de base racional, que te impele a hacer aquello que crees correcto. Tanto Benedicto XVI como el marxista Ernst Bloch decían que la esperanza en sí misma es transformadora y te proyecta hacia los otros”.

Antoni Puigverd paseando por 'via verda'
Nos comenta que el libro tiene una estructura errática, un concepto, procedente del urbanismo, que consiste en crear apariencia de unidad en un espacio gracias a la distribución arbitraria y errática de materiales y formas que se van repitiendo. “Un ejemplo de esto es la plaza de los Països Catalans, delante de la estación de Sants, donde la indeterminación del espacio queda aparentemente ordenada por varias pérgolas de tamaños diferentes, pero de formas y materiales parecidos. En mi libro, la apariencia de unidad son las referencias a la cocina repartidas por aquí y por allí, junto con el estilo, que es la musculatura del libro”.
De La ventana discreta se había interpretado que era una recopilación de artículos. Ni aquel libro ni este lo son: “Sí que puede haber artículos, reducciones o ampliaciones de artículos, pero también textos de mi dietario, notas que tenía en bruto, fragmentos descartados, ideas reservadas, partes de prólogos, notas de lectura, de presentaciones... El cajón de un escritor siempre está lleno de archivos. Y todo se aprovecha, como del cerdo. El ejemplo que explica cómo se iba haciendo el libro es el subcapítulo Teoria i pràctica de l’ensaladilla russa, que parte de una columnita que gustó mucho en la que alababa un plato humilde pero que bien hecho entusiasma a todo el mundo. Tirando del hilo de la ensaladilla, recuerdo que la descubrí en Jerez, mientras hacía la mili, en unos años clave para mí y para el país. Había muerto Franco, residía en Andalucía, era militante de Convergència Socialista de Catalunya. Tuve relaciones políticas y culturales con mucha gente en Jerez y, como si estirara cerezas de un cuenco, un recuerdo lleva a otro. La ensaladilla hace el papel de la famosa magdalena”.
Se escogió un título pero había más...
Ocell de bosc definía por una parte la condición de outsider de Puigverd y el método de trabajo que toma elementos de aquí o de allí. Fue una opción del autor, que lo explica en un corto texto introductorio. Pero había otros que se quedaron por el camino que también eran lo bastante buenos: ‘Els macarrons d’Epicur’, ‘On maduren les mores’, ‘Perfum de taronja als dits’, ‘M’estimaria més callar’, ‘Sobretaula’, ‘Engrunes de sobretaula’, ‘Tot el que es fa a poc a poc’...
Raimon Obiols, en sus memorias, recuerda cómo Puigverd se había implicado en la fundación de aquel partido, que sería el embrión del PSC que más tarde se fusionaría con el PSOE. “A los diecisiete años yo entraba en la Universitat Autònoma con galones. Había participado en la organización de la primera manifestación antifranquista en Girona en 1970, contra el proceso de Burgos; todavía recuerdo pasar cerca de la barbería de mi abuelo, que giró la cara para no tener que saludarme. Viví un periodo muy activo en política, una especie de fiebre, que preocupó mucho a mi familia. Era como un sacerdocio, hasta a mi novia de entonces instrumentalicé para la causa. Un día llegué a coger sillas de mi casa porque nos faltaban para un local. Ahí mi padre me puso ante un dilema: o lo dejaba o me marchaba de casa. En el verano de 1977, después de las primeras elecciones, yo seguía trabajando día y noche para el partido. Buscaba trabajo y Ernest Lluch me dijo que no sufriera, que pronto habría funcionarios de partido. Esta expresión, funcionario de partido, fue determinante: lo dejé correr”.
Ahora que personas y diarios abandonan X, la red más política, se puede decir que Puigverd fue uno de los pioneros en hacerlo, en el 2019. “No es agradable ver cómo salen en mandada a atacarte, a insultarte. He recibido ataques de todos lados. Era una red tóxica. Hay quien sostiene que tienes que responder a las agresiones verbales: ninguna agresión sin respuesta. A mí me gusta dialogar, no pelearme”. El capítulo que se centra en la polarización que domina nuestro mundo actual es el noveno, El txoko, que empieza explicando que ETA secuestró al miembro de una asociación gastronómica vasca y los otros miembros de la peña siguieron haciendo sus comilonas como si nada.
Puigverd nos ha venido a buscar a la estación y, en lugar de pasear por el famoso barrio viejo, nos ha mostrado la ciudad moderna. Pasando por el barrio del Güell, nos habla de los cuatro ríos de la ciudad. Llegamos al parque de la Dehesa, otoñal, y nos muestra el parque de la orilla del Ter que ideó el poeta y arquitecto Quim Español. Cuando pasamos delante del edificio modernista de la Farinera, una de las antiguas sedes de El Punt, recuerda que colaboró durante veinticinco años: “Me fogueé tocando todos los géneros: crónica, retrato, columna, entrevista, artículo de opinión y artículos más literarios que se solían publicar el fin de semana”. Recuerda que un colega que tenía mucho éxito con artículos muy divertidos sobre anécdotas de Josep Pla le dijo un día que trabajar tanto el estilo de los artículos era innecesario, que era como dar margaritas a los cerdos: “Tal vez los lectores no apreciaban aquellos textos míos, pero desde el primer momento yo me había impuesto un listón alto y lo tenía que saltar”.

El escritor en su casa de Girona
¿Por qué dejó de escribir poesía, habiendo ganado, sin ir más lejos, el Carles Riba en 1991, el premio de poesía más importante de la literatura catalana? “Quizá porque, a través de los artículos, ya podía expresarme líricamente y ya no sentí la necesidad”. Antes, Puigverd había sido catedrático de instituto de Lengua y Literatura catalana. Estudió Filología Hispánica. Había superado ambas oposiciones, la castellana y la catalana. Más adelante, fue su mujer, Lourdes, quien lo animó a pedir una excedencia para dedicarse solo a escribir.
Como sugiere el título, Ocell de bosc, Puigverd se siente un poco al margen de las élites culturales. El hecho de vivir en Girona contribuye: “Si no te ven, es como si no estuvieras. Además, no pertenezco a ningún feudo democrático”. Con este concepto, feudalismo democrático, Puigverd se refiere a la vinculación de vasallaje de una persona a un partido, que, como un señor feudal, da protección en forma de cargos o encargos a cambio de defenderlo en la trinchera.
Constata, por otra parte, que a pesar de haber escrito durante muchos años sobre Girona y haber participado activamente en la vida cultural de la ciudad, ha vivido siempre al margen de las instituciones, que siempre lo han ignorado, quizá por su posición con el procés. Ahora bien: apreciado por los vecinos seguro que lo es, ya que nuestra conversación fue interrumpida a cada momento por personas de todas las edades que lo saludaban. Últimamente, coordina un numeroso club de lectura en la parroquia de Sant Josep, donde suele ir a misa. El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad fue la primera obra que les propuso. Ahora están leyendo Rojo y negro de Stendhal.

Antoni Puigverd en la zona de La Creueta, en Girona
Después nos lleva en coche unos pocos kilómetros más allá, a La Creueta, un tramo de la vía verde Girona-Sant Feliu de Guíxols por donde suele caminar cada día, unos diez kilómetros de ida y vuelta desde su casa. Muchos fragmentos de sus textos y artículos describen esta vía que los gerundenses y muchos turistas utilizan arriba y abajo para andar, correr o ir en bici. El subcapítulo Olor de canyella i cúrcuma describe admirablemente un edificio al pie de la vía que van ocupando las oleadas sucesivas de inmigrantes, y que lleva años sostenido por tubos de andamio por culpa de la aluminosis. Esto junto al modernísimo Parc Tecnològic de la Universitat de Girona.
A continuación, de nuevo en coche, subimos a las Gavarres, el pulmón de la ciudad, que atrae a tantos ciclistas, hasta la ermita de Els Àngels, uno de sus lugares totémicos, con unas vistas espectaculares sobre el Empordà, el Montgrí y las islas Medes, el Pirineo gerundense y la Garrotxa. Allí, al fondo, en un rinconcito, su infancia, La Bisbal. Comemos en Púbol, donde también hay alguien que lo reconoce y saluda, en este caso un exalumno del instituto que hacía décadas que no veía: “Fuiste el mejor profe que tuvimos”. Puigverd no lo recordaba. “Sí, hombre, ¿no te acuerdas? Un día te dí un pelotazo en el patio”. Del pelotazo y el daño que le hizo sí se acordaba.
Más allá, me explica que tienen casa en Molló, en la Vall de Camprodon, a un paso de la frontera. Cada año, en febrero, visita el monasterio de Serrabona, donde resuena Verdaguer, y lleva un ramo de mimosa a la tumba de Pompeu Fabra.
Las comidas con Puigdemont
En el capítulo sexto Dinars o cafès (no sempre) de compromís, recrea los encuentros en torno a una mesa con Mariano Rajoy, Jordi Pujol, Soraya Sáenz de Santamaría, Pasqual Maragall, etcétera, que son una lectura deliciosa y difícil de abandonar. Destaca el subcapítulo Dinant amb Carles Puigdemont. Una visió personal, de más de veinte páginas, a quien conoció en el diario El Punt cuando los dos empezaban, el primero como corrector, Puigverd como articulista, a principios de los años ochenta: “Ens coneixíem força, però no érem amics en el sentit ple de la paraula”. Venían de dos tradiciones diferentes, el primero del nacionalismo catalán, el segundo del catalanismo socialista.
El retrato, que repasa todos los momentos de la relación, bascula entre la estima personal, incluso la admiración, y la discrepancia política, que se manifestó crudamente en dos momentos, una comida de ambos, solos, en
junio del 2017, y los whatsapps posteriores y otro con figuras de la comunicación, donde Puigdemont pedía asesoramiento sobre la forma de declarar la independencia.
En el primero, en un momento dado, Puigdemont le explicó que solo hacían falta sesenta mil personas en la calle para forzar la negociación con el Estado, que con esta fuerza habían triunfado las primaveras árabes. Puigverd lamenta no haberlo corregido en aquel momento, ya que era una desmesura comparar un Estado tan consolidado como España a Túnez o Egipto. Sí que más tarde, septiembre del 2017, antes del 1 de octubre, le envió este whatsapp: “No portis la gent a l’escorxador!... Pensa que, si no, sacrificareu molta gent en va (no seràs només tu) i la batalla posterior serà per l’amnistia o l’indult i per recuperar les competències autonòmiques”.
Bastión de la verdad
Aquí un ejemplo de cómo un producto culinario le sirve a Puigverd de escalón para cambiar de dimensión (del capítulo primero Carta casolana):
“El tomàquet és un bastió de la veritat. No suporta el relativisme actual. Gràcies a l’aire condicionat podem gelar-nos en plena canícula. Gràcies als hivernacles podem menjar síndria a l’hivern. Gràcies als robots prescindim de les persones. Hem substituït el sexe pels ordinadors. De fet, la cultura queer, tan influent, sosté que la sexualitat no té res a veure amb la natura sinó només amb la cultura. Les fake news han suplantat els fets reals. Tot és tan relatiu que fins la distinció entre veritat i falsedat ha desaparegut: la postveritat, sota l’imperi de la qual vivim, no té res a veure amb la clàssica mentida (que negava i, per tant, reconeixia en el fons l’existència de la veritat). La postveritat és la mentida general que tots els col·lectius volen sentir. Tothom reclama una adequació de la realitat a la seva fantasia particular.
L’únic que no es rendeix a l’artifici i a la postveritat és el tomàquet: horrible a l’hivern; boníssim a l’estiu. La veritat ha mort com a valor moral, polític o periodístic. Però resisteix als horts. Madura sota el sol d’estiu, enfilant-se per les tomateres”.
Talar un árbol de 2000 años
La literatura de Puigverd tiene hoy en día un punto de exótico, en especial por el sustrato cristiano y por su manera devota de describir la naturaleza. Este libro no habla de religión, aunque tiene un archivo con textos que podían haber formado un décimo capítulo, que se reserva para una próxima obra. La presencia de la belleza sí que es constante, y le pregunto si la concibe como una pasarela para captar una cierta trascendencia, como apunta Kant. “La contemplación de la naturaleza me despierta la conciencia de un absoluto que me sobrepasa, me hace sentir pequeño y agradecido, sometido a algo que está por encima de mí, por encima de todos nosotros. En Occidente, aunque todo el mundo es esclavo de tantas cosas, nadie soporta el concepto de sumisión. La admiración del paisaje me invita a someterme a aquello que es sagrado y que es de todos. Experimento la vivencia de formar parte de algo que va mucho más allá de mi pequeño ego”. En el libro, sin embargo, hay un fragmento que ironiza sobre cómo vivía años atrás la belleza, “Quan era jove, perseguia la bellesa com un bé absolut, ara la considero simplement una pastilla: em facilita la serenor”. En este fragmento explica después que recogía los plásticos que encontraba paseando por Aiguablava. A mí me cuenta que no le gusta ir a coger setas porque se pierde el paisaje teniendo que mirar constantemente al suelo.
¿Te sientes parte de una generación última que se alimenta y reactualiza la tradición humanista? “¡Es que hemos talado un árbol de 2000 años! Hemos decidido no transmitir. Como Steiner y tantos pensadores judíos laicos, no expulso de mí el bagaje recibido de mi familia o de mi formación católica. Me adhiero radicalmente al sentido crítico, pero no rechazo el legado recibido. No hay límites, si crees que el límite lo pones tú. Si, en cambio, crees que formas parte de algo que nos sobrepasa y nos une, ¿quién eres tú para cambiar los límites?”.

'Ocell de bosc', el nuevo libro de Antoni Puigverd
Antoni Puigverd
Ocell de bosc. Mirar, pensar-hi, explicar-se, coure, recordar
Libros de Vanguardia. 448 páginas. 24 euros
La edición en castellano de Ocells de bosc se publicará en febrero.