La verdad de los pequeños acontecimientos

ARTE

Henri Cartier-Bresson fue el ojo del siglo XX, uno de los fotógrafos más famosos e influyentes del mundo. El Centro KBr nos presenta su trabajo en el contexto social y político en el que se produjo. El instante fotográfico adquiere así una profundidad esencial

Henri Matisse en su casa de Vence, en 1947, con las palomas de sus cuadros. Es la paz y la sabiduría en el caos de la guerra

Henri Matisse en su casa de Vence, en 1947, con las palomas de sus cuadros. Es la paz y la sabiduría en el caos de la guerra 

Cartier-Bresson

Henri Cartier-Bresson encontró la verdad en los pequeños acontecimientos, esos instantes de la vida cotidiana que sirven para explicar una época.

Ahora que la propaganda sepulta a la verdad conviene revisitar el trabajo de este fotógrafo, uno de los más importantes del siglo XX.

Sus fotografías nos demuestran que detrás del poder escenificado permanecen los detalles que lo desenmascaran. Lo regio y lo dictatorial, por ejemplo, pierden su grandeza de cartón piedra si nos fijamos en los gestos sencillos, casi íntimos, de las personas gobernadas. Los súbditos adquieren así una dignidad y una singularidad que la política de masas y el pensamiento único intentaban anular.

Berlín, 1962. El muro divide la ciudad desde hace un año y estos berlineses en el lado occidental hablan con sus parientes atrapados en el comunismo.

Berlín, 1962. El muro divide la ciudad desde hace un año y estos berlineses en el lado occidental hablan con sus parientes atrapados en el comunismo.

Cartier-Bresson

Han pasado casi cien años desde las primeras fotografías de Cartier-Bresson, pero su presente, en gran medida, también es el nuestro.

Los acontecimientos –decía el fotógrafo francés– son importantes, pero mucho más lo es la reacción que producen: “Los únicos actores que me entusiasman en lo más hondo son los actores de la propia vida. Las lágrimas que derrama el señor del público me siguen conmoviendo mucho más que las del actor”.

Cartier-Bresson, como él mismo confesó, indaga en la “necesidad básica” que cada persona tiene de resolver el reto que le plantean absolutos vitales como la guerra, la raza, el trabajo, “el hambre o el amor”.

⁄ Fotógrafo de calle y pionero del fotoperiodismo, ayudó a fundar la agencia Magnum en Nueva York

A través de esta indagación, el fotógrafo consigue que aflore la emoción. El lirismo abre un espacio a la esperanza, humaniza incluso los momentos más dramáticos de la vida.

Cartier-Bresson nació en 1908 en una familia burguesa. Fotografió la España republicana y estuvo en la batalla del Ebro. Luego, fue soldado del ejército francés en la Segunda Guerra Mundial. Pasó tres años en un campo de prisioneros alemán, del que se escapó al tercer intento de fuga y se unión a la resistencia. El horror del combate, la injusticia inherente a cualquier guerra, hundió su fe en el comunismo y otras utopías políticas. Entender y dignificar al superviviente fue, a partir de entonces, el eje de su vida.

La reacción ante lo que pasa, como la coronación de Jorge VI en Londres en 1937, era más importante para Cartier-Bresson que el propio acontecimiento.

La reacción ante lo que pasa, como la coronación de Jorge VI en Londres en 1937, era más importante para Cartier-Bresson que el propio acontecimiento 

Cartier-Bresson

No se estaba quieto. Viajaba constantemente. Él mismo admitió que era “un manojo de nervios a la espera del instante”.

Todo estaba ahí, en el instante decisivo, una idea filosófica que definió en el libro Imágenes a hurtadillas (1952). Captar ese instante no solo implicaba atrapar el tiempo, sino, sobre todo, el significado de ese mismo tiempo.

Para “retener la eternidad en un instante” –que de esto se trataba– confiaba en el instinto, pero esta libertad no era útil sin la razón, es decir, sin “una organización formal precisa”. El encuadre, por ejemplo, respondía a una geometría muy estudiada. Sólo desde este rigor formal se podía “resucitar el acontecimiento dado”. El fotógrafo solo podía transmitir la sorpresa desde el cálculo razonado de la forma. Sólo desde este rigor podía reproducir la emoción, incluso el placer físico, que había sentido en el momento de disparar. Sólo así la fotografía puede llenarse de lo que él llamaba aire, una atmósfera que es mucho más un aliento espiritual que un espacio físico.

El ojo, como en cualquier fotógrafo, era para él mucho más que un órgano físico. Cuando decía que era un “hombre visual” se refería, sobre todo, a que entendía el mundo a través de los ojos, no de los textos.

⁄ Prefería el blanco y negro por su poder narrativo y porque el gris era “el color de todos los colores”

“Observo, observo, observo”, dijo una vez al definir su actividad y el centro KBr de Barcelona, en colaboración con Bucerius Kunst Forum de Hamburgo y la fundación Henri Cartier-Bresson de París, titula así la exposición, Watch! Watch! Watch! , en inglés, para realzar el espíritu internacional de un fotógrafo que parecía flotar sobre los sucesos.

Cartier-Bresson recorrió el mundo. Estuvo allí donde la historia del siglo XX se mostró más cruel y humana, como en los campos de concentración nazis, en los últimos días del Kuomintang, en los primeros del castrismo o en el asesinato y funeral de Gandhi.

Un paseo familiar en Leningrado en 1973 adquiere un significado político bajo la figura de Lenin

Un paseo familiar en Leningrado en 1973 adquiere un significado político bajo la figura de Lenin 

Cartier-Bresson

En cada uno de estos lugares encontró el común denominador que une a la humanidad, una naturaleza universal que reacciona de la misma manera ante el dolor y la ambición.

Fue un pionero del fotoperiodismo, un fotógrafo callejero, de los que anda más que habla. Robert Capa lo llamó desde Nueva York para que ayudara a fundar la agencia Magnum, que alumbró la era dorada del reporterismo gráfico.

Cartier-Bresson fue un realista convencido de que nada debía alterarse. Si se quería mantener la claridad testimonial de la fotografía, el negativo debía publicarse en su integridad. Los pies de foto, muy descriptivos y nada interpretativos, también eran intocables.

Prefería el blanco y negro porque el gris era “el color de todos los colores” y las películas en color de mediados del siglo pasado no tenían la sensibilidad de luz ni la profundidad de campo adecuadas. Las revistas ilustradas, sin embargo, le exigían color y él accedía por necesidad profesional.

⁄ Su ambición de “retener la eternidad en un instante” transformó la fotografía de la actualidad

The New York Times lo envió a Burgos en 1970 a cubrir el juicio a varios etarras, un proceso que conmocionó a las democracias porque se pedía la pena de muerte para los acusados y el tribunal franquista lo presidía un jinete sin ninguna experiencia jurídica. Como la prensa tenía prohibido el acceso a la sala, Cartier-Bresson fotografió a los familiares de los etarras en el hotel donde se alojaban, reuniones familiares en las que, de nuevo, la dignidad del hombre prevalecía sobre las atrocidades que lo rodeaban.

Un salto sobre un charco en la plaza Europa de París, en 1932. Es un instante que es una eternidad. Al captarlo y definirlo, Cartier-Bresson cambió la fotografía

Un salto sobre un charco en la plaza Europa de París, en 1932. Es un instante que es una eternidad. Al captarlo y definirlo, Cartier-Bresson cambió la fotografía

Cartier-Bresson

¿Cómo lo hacía? ¿Cómo podía llegar tan cerca viniendo de tan lejos? ¿Cómo podía hacerse íntimo en las situaciones más difíciles? Tal vez porque viajaba despacio, se mezclaba con la gente, tenía la ambición de fundirse, de no estar y de esperar a que se produjera la magia del instante decisivo.

Gracias a esta magia de artista, a la paciencia del que sabe que el instante siempre llega, Cartier-Bresson revela la verdad sin pontificar. Nos abre los ojos, pero no impone nada que no veamos todos.

Henri Cartier-Bresson Watch! Watch! Watch! KBr Fundación Mapfre Barcelona https://kbr.fundacionmapfre.org/ Hasta el 26 de enero

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