Aldous Huxley es el Loco; Diógenes de Sinope es el Emperador; la cibernética es la Rueda de la Fortuna; el transhumanismo es la Luna. En su personalísima y erudita baraja del tarot, la artista británica Suzanne Treister ensaya una genealogía de las fuerzas visibles y ocultas –culturales, científicas, militares, tecnológicas– de nuestro siglo XXI dibujando 22 arcanos mayores y 56 menores, todos ellos distintos, con la conciencia de que la etimología de la palabra arcano nos lleva tanto al secreto como al misterio.
Se pueden ver las 78 ilustraciones en una de las salas de la exposición La Torre Invertida. El tarot como forma y símbolo (que ha comisariado Pilar Soler Montes para La Casa Encendida). Y es posible consultar en su página web el proyecto en el que se inscriben, Hexen 2.0, que consta también de diagramas históricos, el vídeo de una sesión de espiritismo cibernético, una serie de portadas de libros copiadas milimétricamente a lápiz y composiciones de texto e imágenes sobre los asistentes a las Conferencias Macy, los investigadores que a mediados del siglo XX crearon puentes entre la cibernética, la teoría de sistemas y las ciencias cognitivas.

La carta ‘The fool’, en la versión del tarot de la artista británica Suzanne Treister
La exhibición madrileña consta de otras interpretaciones contemporáneas de la baraja de cartas adivinatorias, firmadas por artistas como Aldo Urbano (que ha creado un tarot ex profeso, incluido en la caja catálogo), Johanna Dumet (que versiona con óleo o espray sobre madera los arcanos del Tarot de Marsella), King Khan y Michael Eaton (autores del conocido Black Power Tarot) o Niki de Saint Phalle, quien llevó su interés por la simbología tarotista al extremo de diseñar y construir durante más de veinte años el Jardín del Tarot en la Toscana (inspirado por el Park Güell de Gaudí). El despliegue pictórico y escultórico, de intenso colorido, contrasta en la museografía con dos vídeos muy sobrios. En uno, la cineasta francesa Agnès Varda filma en plano cenital cómo le tiran las cartas a la protagonista de Cleo de 5 a 7 en el inicio de la película; en el otro, el apropiacionista estadounidense Andy Warhol hace que una tarotista muy joven, sentada en el suelo, en un contexto de trasnoche colectivo, les adivine el porvenir a los miembros de la banda The Velvet Underground.
Como se pudo ver en su exposición de este mismo año en la galería Ryder Projects (De videojuegos ficcionales a hipotéticos museos del futuro), Treister es una artista pionera en la exploración de internet como espacio creativo, que ha vertebrado sus propios relatos interactivos y ha colaborado con instituciones de prestigio como el Museo de la Ciencia de Londres o el CERN. Tampoco es evidente el interés de Varda o Warhol por la cartomancia. ¿Por qué se sintieron atraídos por el tarot? ¿Qué hay de creativo o mágico en esa baraja de cartas para que atraiga con tanta fuerza a los artistas de los últimos ciento cincuenta años? Porque también algunos de los pintores más importantes del siglo XX, como Remedios Varo, Salvador Dalí o Leonora Carrington, crearon sus propios mazos, sus propias versiones de una simbología ilustrada que tal vez nació en el Renacimiento y que Jung legitimó reconociendo en las intuiciones supersticiosas un conflicto intrínsecamente humano: la vía solar del yo contra los otros y la vía lunar, contra uno mismo.
⁄ Ante las prescripciones de la IA, no es extraño que se normalicen las cartas astrales o la lectura del tarot, mucho más personales
Su poder consiste en resumir –ni más ni menos– tanto la vida humana como el entero universo. La locura y el amor, la justicia y la muerte; todas las fuerzas que remueven la existencia de los hombres y mujeres se relacionan con la fuerza y la justicia y la templanza, invisibles, pero también con la luna y el sol y el mundo, a un mismo tiempo sólidos y simbólicos. Para un artista, se trata de tener en sus manos todos los temas universales y un sistema dinámico, tremendamente visual, para representarlos. Un artefacto gráfico y narrativo que se proyecta hacia el porvenir gracias a un archivo pretérito en verdad imponente.
El Museo del Tarot (con sedes en Madrid y Barcelona), que dice atesorar la mayor colección de Europa, posee más de 2.500 mazos distintos. Casi seis siglos de iconografía y de cultura, por tanto, inspiran cada uno de esos libros sin encuadernar que retoman o producen los artistas y diseñadores gráficos de nuestra época. No para recordar el pasado ni adivinar el futuro, sino para interrogar su presente.

La mesa que forma parte de la instalación ‘Your Future in Foolish Memes’ (2021-24), de Plastique Fantastique
La cartomancia en tiempos de crisis. Si la modernidad es sinónimo de fragmentación y ruina, como dejó claro T.S. Eliot en La tierra baldía (1922), la cartomancia puede ser su gran metáfora: “Hijo del hombre,/ no puedes saberlo ni imaginarlo, pues conoces solo/ un montón de imágenes rotas”. Por eso en el primer canto del poema aparece Madame Sosostris: “Es conocida como la mujer más sabia de Europa,/ y tiene una baraja maldita”. Con ella Eliot muestra la desolación que ha dejado la Primera Guerra Mundial en los campos de trincheras y en la atmósfera mental de gas mostaza, en los paisajes físicos y los espirituales. En 1945, mientras acaba la Segunda, es André Breton quien recurre al tarot para indagar en el espíritu de la época, invocando en el poema en prosa Arcano 17 las resonancias simbólicas de la Estrella: optimismo, purificación, nuevos caminos. Mientras las tropas estadounidenses liberaban París, él construía desde el exilio un texto sobre la infancia, el viaje y, sobre todo, la esperanza.
En esos años, el joven Alejandro Jodorowsky publicaba en Chile sus primeros poemas. Durante la década siguiente viajó por todo el mundo acompañando al célebre mimo francés Marcel Marceau. Fue entonces cuando se aficionó al tarot: en cada pueblo o ciudad de las giras visitaba librerías esotéricas y se compraba una baraja. Llegó a tener más de mil. En México conoció a Leonora Carrington, que usaba la simbología del tarot en su obra pictórica, y lo inició en las artes de su lectura. “El tarot es un camaleón”, le dijo antes de regalarle una baraja de Rider Waite. De regreso a París a principios de los años sesenta, frecuentó el café La Promenade, cenáculo surrealista, atraído por su ídolo, André Breton. El autor de Arcano 17 le reveló entonces que para esa obra se había inspirado en el Tarot de Marsella (del que los surrealistas hicieron su propia versión), que para él era el único válido. Según cuenta la leyenda que el propio Jodorowsky ha difundido en sus textos y conferencias, entonces decidió desprenderse de toda su colección y ser fiel únicamente a esa baraja. La estudió. La reconstruyó indagando en bibliotecas y viejas planchas de imprenta. Se la apropió. La llevó hacia la psicomagia. Es una enciclopedia de los símbolos universales, sostiene, que no habla del futuro, sino del estricto hoy. Como escribió Ramon Dachs en Tarot de Marsella. Poema aleatorio –después de que su esposa, Anne-Helène Suárez, tradujera al castellano La vía del tarot, de Jodorowsky: “El tarot nos habla/ naipes boca arriba”. Y su mensaje es siempre extrañamente actual.

‘The Fool’ de Raúl de Nieves, en la exposición ‘La Torre Invertida’
En los últimos años esos juegos más o menos serios de cartas simbólicas han salido de las tiendas de ocultismo y espiritualidad: muchas librerías de todo el mundo le han consagrado una sección. E incluso, como en La Insòlita de Barcelona o Pergamino de Lugo, organizan talleres de iniciación a su storytelling anfibio (entre dos mundos, entre tantas épocas). No es casual que en el año 2020 la editorial Taschen le dedicara un libro entre la historia cultural y el diseño contemporáneo, Tarot, que iniciaba su colección La biblioteca de esoterismo, que acaba de proseguir con el volumen Astrología.
Fue el año marcado drásticamente por la covid. El mismo en que la ilustradora canadiense de origen serbio Nina Bunjevac decidió crear su propio mazo, en una hipnótica paleta de blanco, negro y dorado. En el libro que acompaña Los arcanos mayores del tarot, escribe que vivimos en “una época complicada”, marcada por “una pandemia global, agitación política, crisis climática y la humanidad está experimentando una noche oscura del alma”. En efecto, el tarot siempre resurge en momentos críticos, porque crea la ilusión de que brinda las respuestas y las narrativas necesarias para responder a la adversidad histórica. Y, desde la fe extrema o la ironía lúdica o el arte crítico, son legión los que se adhieren a ellas.
⁄ El tarot siempre resurge en momentos críticos, porque crea la ilusión de que brinda las respuestas a la adversidad histórica
Los algoritmos del yo. En India o en China, los juegos sagrados, de carácter adivinatorio o simples pasatiempos, se remontan a los primeros siglos posteriores a Cristo. Es probable, como dice Pedro Ortega Ventureira en Tarot. Significado e historia, que llegaran a Europa a través de Al Ándalus o de Tierra Santa. Un fraile llamado Francesco d’Andrea escribe en 1379 que “llegó a Viterbo el juego de las cartas que en el habla de los sarracenos se llama nayb”. De ese vocablo deriva nuestra palabra naipe. Durante el siglo XV ese dispositivo ilustrado –el juego de cartas– alumbró, al parecer, los primeros tarots italianos. Pero los orígenes del tarot son inciertos. Durante el siglo XVIII incluso se atribuyeron a la cultura egipcia. Esa inestabilidad les es propicia a una práctica y a una mística que están, por definición, abiertas. Cada época reclama sus propios tarots, sus propios tarotistas y sus propios árboles genealógicos.
La nuestra se caracteriza –en lo macro– por un extraño desajuste entre la certeza que supuestamente aseguran los algoritmos predictivos y las constantes sorpresas que nos da la historia; y –en lo micro– por la frustración respecto a las promesas incumplidas de personalización de los sistemas automáticos. Ni Netflix o Spotify aciertan con sus recomendaciones de consumo cultural, ni Tinder o Bumble garantizan la satisfacción de los encuentros sexuales o amorosos. En el centro de las plataformas hay algoritmos tan complejos como opacos, cajas negras que no podemos comprender. Una tecnología que no solo no puede garantizar la realización personal, sino que además no le interesa hacerlo, porque su objetivo no es nuestra felicidad ni plenitud, sino nuestro consumo. Esa voracidad tiene lugar en una estructura social y profesional cada vez más precaria, en la cual es cada vez más frecuente la terapia para tratar los problemas de salud mental.
⁄ El tarot se amolda también a estructuras arquetípicas, como el viaje del héroe o la existencia humana
En ese contexto, no es extraño que se normalicen las cartas astrales o las lecturas del tarot, dos sistemas de lectura que parecen ser mucho más personales que la prescripción o el match de la inteligencia artificial (y tan oscuros como sus algoritmos). Y que, precisamente por su elasticidad formal, por ser 78 tarjetas o fichas o iconos en infinitas combinatorias posibles, acompañadas de un discurso, de una voz, no solo son tan ambiguas como las propias plataformas, además se adaptan tanto a las performances tradicionales sobre una mesa como a las aplicaciones, las redes sociales, los zooms (o los videojuegos: en The Cosmic Wheel Sisterhood, del sello Deconstructeam, los arcanos que crea el jugador al principio de la partida se convierten en la propia mecánica de juego). Son, por tanto, igual de efectivas en el mundo analógico y en el virtual.
Como dice la dibujante Rosanna Staus en la introducción a su Maravilla tarot (de estilo lorquiano, surrealista, laberíntico), se trata de “una forma visual de preguntar”, en la que “cada uno puede vincular las ilustraciones con su propia vida”. La tarotista es una experta en crear una ficción con potencial de autoficción. Es decir, su trabajo es diseñar narrativas, a través de una máquina múltiple avalada por siglos de tradición, que cada cual pueda hacer coincidir con su propia experiencia y con sus propias expectativas. La baraja del tarot cuenta un viaje, el del Loco que se enfrenta con distintos obstáculos y se encuentra con diversas figuras protectoras, hasta que alcanza la totalidad del mundo. En paralelo cuenta otro viaje, el de la vida. Se amolda, así, a estructuras arquetípicas, como la del viaje del héroe o como la de la existencia humana, que han sobrevivido en el tiempo porque son capaces de identificarse simbólicamente con cada situación particular. Y hacernos sentir, fugazmente, universales.

'Tarot Cards’ (2020) de Johanna Dumet en la exposición ‘La Torre Invertida'
“Los lectores del tarot cuentan historias, que puede ser que no siempre tengan lógica pero sí tienen un significado intuitivo”, escribe Jessa Crispin en El tarot creativo. Entre las distintas formas de tirar las cartas, destaca la de la cruz celta, que cuenta con principio, nudo y desenlace; personajes con deseos; un conflicto, un objetivo; trama y subtramas; y “se revelan los miedos más profundos de esa persona”. Con eso, añade Crispin, se puede escribir una novela (y cita El castillo de los destinos cruzados, de Italo Calvino, en que unos personajes que pierden la voz reconstruyen lo que les ocurrió gracias a las cartas del tarot). Pero, sobre todo, se pueden escribir miles, millones, innumerables relatos provisionales. Novelas fugaces, en miniatura y espejo, que nos conviertan en protagonistas. Y, sobre todo, que nos devuelvan algún tipo de reflejo: para reconocernos.
La Torre Invertida
Comisaria: Pilar Soler Montes.
La Casa Encendida (Madrid). Hasta el 5 de enero de 2025
Bibliografía
Nina Bunjevac
Los arcanos mayores del Tarot
Libros del Zorro Rojo
Rosanna Staus
Maravilla Tarot
Libros del Zorro Rojo
T. S. Eliot
La tierra baldía
Traducción de Andreu Jaume.
Lumen
André Breton
Pleamargen.Poesía 1940-1948
Traducción de Xoán Abeleira.
Galaxia Gutenberg
Pedro Ortega Ventureira
Tarot. Significado e historia
Kairós
Jessa Crispin
El Tarot creativo. Una guía moderna para una vida inspirada
Trad. de Montse Meneses Vilar.
Alpha Decay
Italo Calvino
El castillo de los destinos cruzados
Traducción de Aurora Bernárdez.
Siruela