Cómo los ositos de peluche conquistaron el mundo

ARTE

El ser humano ha construido juguetes desde el Paleolítico, pero los 'Teddy Bear' no aparecieron hasta el siglo XX. Los analizamos cuando se acercan los Reyes Magos, París les dedica una exposición y los artistas los convierten en tendencia

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Tres 'Teddy Bears' de 1910-12, 1930-40 y 1993 

Museo de Artes Decorativas, París

En agosto de 1911, el diario francés La Liberté informaba de que en Gran Bretaña los osos de peluche, que eran “tremendamente populares”, también resultaban “tremendamente grandes”, hasta el punto de que, en periodo de vacaciones, ocupaban tanto espacio en los compartimentos del tren que se planteaba si sería necesario que pagaran un billete. Los ositos de peluche habían conquistado Europa y también Norteamérica, eran el regalo favorito de los niños y más de cien años después continúa siéndolo para los más pequeños. 

En vísperas de los Reyes Magos, no hay un catálogo de juguetes que no los incluya, pero no sólo eso: según una encuesta de Travelodge, un 35 por ciento de los peluches olvidados en los hoteles pertenecía a adultos. A medida que el mundo digital copa la infancia, los ositos tienen una nueva vida en la casa de los mayores, convertidos en populares objetos de regalo en, por ejemplo, San Valentín.

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Raymond de La Nézière, anuncio de Jouets Étrennes, 1925 

MAD, París

Y sin embargo los ositos tardaron mucho en aparecer en nuestras vidas. Según se explica en la exposición Mi oso de peluche, en el Museo de Artes Decorativas de París, desde el final del Paleolítico, entre el 17.000 y el 12.000 aC, ya existían objetos que cumplían la función de juguetes, como bastones perforados en miniatura o discos decorados con pequeñas escenas. Durante la Antigüedad aparecieron las muñecas, carritos y animales tallados, y entre la Edad Media y finales del siglo XIX se estableció la tipología de juguetes que conocemos hoy, bueno, que conocimos, hasta la irrupción de lo digital.

Salvo el osito de peluche, y eso que la humanidad ha convivido durante más de treinta mil años con estos animales, que forman parte de la imaginación y la imaginería populares; según el historiador Michel Pastoureau, el oso ocupa un lugar cultural que ningún otro animal puede disputar, por “la facilidad con la que puede ser antropomorfizado, debido a las características que comparte con nosotros: se mantiene erguido, es un plantígrado y omnívoro”. 

Osito de peluche de 1905, con rasgos aún realísticos

Osito de peluche de 1905, con rasgos aún realísticos 

MAD

El oso danzante, el oso tocando el tambor, imitando a los humanos o luchando contra ellos; en el francés Vallespir, en los Pirineos Orientales, aún se celebran desde al menos mediados del siglo XV las fiestas del oso cada principio de febrero, coincidiendo con el final de la hibernación, aunque ya no haya osos en el valle desde hace más de cien años. Casi al mismo tiempo que sacábamos de nuestra vida a los osos reales, los (re)introducíamos en forma de muñeco, paradoja de la modernidad.

¿Cómo se convirtieron en juguetes globales? A finales del siglo XIX, los osos no aparecían entre las figuritas infantiles, todavía talladas en madera, que generalmente representaban perros, gatos, animales de granja y especialmente caballos. Todo empezó cuando en noviembre de 1902 el presidente de Estados Unidos Theodore Roosevelt fue invitado por el gobernador de Misisipi a cazar osos, sin mucho éxito porque al acabar la jornada no habían conseguido ningún ejemplar, de manera que apresaron uno para que el presidente lo abatiera. 

Abrigo de Moschino, otoño-invierno 1988-1989

Abrigo de Moschino, otoño-invierno 1988-1989

MAD

Roosevelt, considerado un proteccionista aunque entendido de una forma muy diferente a la actual, se negó a disparar a un animal que no podía defenderse. Pronto el oso se convirtió en una especie de mascota del político, que era muy popular.

Rose y Morris Michtom, dos inmigrantes judío-rusos y propietarios de una tienda de dulces en Brooklyn, demostraron tener un olfato innato para los negocios: poco después de que la prensa divulgara el episodio, crearon un juguete de tela rellena con forma de oso que enviaron a Roosevelt y luego empezaron a vender, con su autorización, bajo el nombre de Teddy’s Bear, el oso de Teddy, el diminutivo de Theodore. 

Patrick Lavoix para Christian Dior Homme, oso de peluche, 1994

Patrick Lavoix para Christian Dior Homme, oso de peluche, 1994

MAD

Ese mismo 1902 y al otro lado del Atlántico, la firma de juguetes alemana Steiff lanzó un osito similar pero articulado; el triunfo definitivo llegó cuando unos años más tarde los alemanes dulcificaron los rasgos del oso para hacerlos menos salvajes, más tiernos, una cabeza más redondeada y un hocico menos puntiagudo: sin saberlo, estaban adoptando lo que Konrad Lorenz, estudioso del comportamiento animal y Nobel de Medicina, estableció como el “esquema infantil” en 1943 y que está en la base del triunfo de lo cute o tierno en las sociedades actuales, de los pandas a los gatitos.

Los osos de peluche se alejaron cada vez más de los reales para en esta estética de la ternura, que facilitó el apego de los más pequeños y su carácter de objeto transicional, siguiendo la teoría de Donald Winnicott, el psiquiatra infantil más influyente de la segunda mitad del siglo XX.

La investigadora Anne Monier Vanryb explica en uno de los textos del catálogo de la muestra que los ositos ayudan mediante el juego a los bebés y primeras edades a comprender la diferencia existente entre él y el resto del mundo, especialmente cuando se descubre como una entidad diferente a su madre y debe aceptar la separación. 

El osito versión 'cute', 1983

El osito versión 'cute', 1983 

MAD

Según estas teorías, el osito de peluche surgió convenientemente en las sociedades occidentales cuando con la revolución industrial y la posterior incorporación de la mujer al mundo laboral las familias extensas desaparecen y la madre debe ausentarse largas horas del hogar. El objeto transicional puede estar encarnado en una manta o cualquier peluche, pero el Teddy ha sido el rey. Y por supuesto que el mercado no podía pasar por alto algo así, y si Steiff ya producía en 1907 cerca de un millón de Teddys al año, hoy los ositos han invadido la moda y la cultura, como Aloysius. el oso inseparable de Sebastian Flyte, uno de los protagonistas de Retorno a Brideshead, de Evelyn Waugh.

Aloysius representaría el carácter inmaduro de su propietario, sin embargo según otra encuesta, el 51 por ciento de los británicos conserva sus peluches de infancia. El objeto de confort puede que siga siendo necesario, o que, como rechaza el zoólogo también británico Mike Jeffries, se trate de un caso de “adaptación con el parasitismo en una especie viva”, porque los osos de peluche ilustran “cómo somos manipulados irremediablemente por algo que excede con creces la mera ternura”. Y que, curiosamente, o no, se ha convertido también en símbolo de conciencia ecologista. Eso sí, muy cute.

EL ARTE CONTEMPORÁNEO

¡Pobre Teddy! Usado, tirado, apuñalado

Pobre Teddy, apuñalado en el suelo en instalaciones de gran tamaño o en figuras pequeñas rodeadas de ratones para denunciar, en palabras de su creadora, la artista norteamericana Rachel Lee Hovnanian, cómo la tecnología está cambiando la manera de jugar y con ella la infancia: “los niños ya no están interesados en los ositos de peluche y otros juguetes tangibles, el teléfono inteligente parece haber eclipsado a todos los demás juguetes como el pasatiempo definitivo para los niños, un cuchillo en el corazón para Teddy”, escribe en su web sobre Poor Teddy.

Instalación 'Poor Teddy', de Rachel Lee Hovnanian

Instalación 'Poor Teddy', de Rachel Lee Hovnanian 

Cortesía de la artista

Al arte contemporáneo no le ha pasado por alto la preeminencia/omnipresencia de los peluches; un buen número de creadores han descubierto sus posibilidades a la hora de visualizar la cara B de lo que oculta la sociedad occidental: la mercantilización de los niños, el triunfo de lo cute y su banalidad, al mismo tiempo su visión como parte del paraíso perdido de la infancia, aunque no haya sido tal. 

Mike Kelley: 'Ahh...Youth'

Mike Kelley: 'Ahh...Youth' 

Metropolitan Museum of Art

Hasta el 9 de marzo se puede ver en la Tate Modern de Londres la antológica Mike Kelley: fantasma y espíritu. El artista estadounidense (1954-2012) centró sus trabajos en los traumas colectivos del crecimiento y en el papel que desempeña la memoria en el establecimiento de la identidad; en su última etapa adoptaron la forma de esculturas a partir de animales de peluche, a los que describió como “el modelo perfecto de un niño para un adulto: lindos, limpios y asexuados”.

Sus peluches, especialmente osos, no son ni lindos ni limpios, porque proceden de tiendas de segunda mano, están gastados, rotos, sucios. De acuerdo con el Metropolitan Museum of Art de Nueva York, que alberga una de sus obras más conocidas, Ahh... Youth! (1991), “la reutilización de animales de peluche por parte de Kelley puso de relieve el desgaste, tanto físico como emocional, que experimentan los niños a medida que crecen”. “Kelley llevó los juguetes a la posición de arte elevado, presentándolos como objetos muy cargados de símbolos y significados que pueden reflejar importantes cuestiones sociales, culturales y políticas”, concluyen en su página web.

Precious Okoyomon: 'Touching My Lil Tail Till the Sun Notices Me', 2022

Precious Okoyomon: 'Touching My Lil Tail Till the Sun Notices Me', 2022 

Cortesía de la artista

La memoria, las herencias emocionales del pasado, la nostalgia o su denuncia –Mike Kelley explicó en una ocasión que cuando presentó sus primeras esculturas de peluche, la casi totalidad del público pensó que se trataba de denuncias de abuso infantil, “y no era el caso”– está en la base de la mayoría de los artistas que trabajan con peluches. Louis Morlæ presenta hasta el 5 de febrero en la londinense Somerset House Aut-OOO-Arcadia, Teddy Bears con ojos biónicos encerrados en vidrio para replantear la vigilancia y el control tecnológicos a través de un objeto aparentemente inocente. 

La serie Bears Who Care (osos, a quién le importan) de Dean JF Hoy (1996), presentada hasta mediados de diciembre también en Londres, retuerce desgarrados Teddy Bears, para subrayar, “en un material cuyo único enfoque es el cuidado, como son los osos de peluche” las ideas de “osos abandonados y maltratados y animales abandonados en el fuego. La esperanza de algo mejor está en la reparación de las esculturas blandas”, explicó en una entrevista en Mission.

Alan Measles, el ‘Teddy Bear’ de Grayson Perry

Alan Measles, el ‘Teddy Bear’ de Grayson Perry 

Cortesía del artista

Ydessa Hendeles recolecta fotografías antiguas de osos de peluche para sus instalaciones, Nathalie Rey, asentada en Barcelona, arranca a animales de peluche orejas y patas, para reconstruirlos de una forma diferente en sus Monstruos eternos, y la nigeriano-estadounidense Precious Okoyomon utiliza el osito de peluche como motivo recurrente para crear una tensión cargada entre lo cursi y lo traumático.

El suizo Tobias Kaspar hizo que un millar de ositos de peluche recibieran a los visitantes de la Kunsthalle de Berna en un desfile a primera vista adorable, pero que a medida que se añadían ositos recordaba cada vez más a una asamblea de masas típica de los regímenes dictatoriales. Los ositos se podían comprar, cuando su número disminuía, también lo hacía la sensación de autoritarismo, de manera que suscitaba en el público el debate entre capitalismo/mercado y totalitarismos.

Y Grayson Perry posa habitualmente con su osito, al que el tiempo y el uso infantil han destrozado. Es su memoria siempre presente.

Mi oso de peluche Museo de Artes Decorativas. París.madparis.fr. Hasta el 22 de junio

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