Entre la subversión y la ambigüedad, la locura ocupa un territorio de la historia tan extenso y tan radical que ha obligado a reunir las principales imágenes surgidas del deseo de visibilizarla como uno de los grandes desafíos de la cultura occidental. Y se ha llevado a cabo en una documentada exposición en el Museo del Louvre, cuya resonancia puede seguirse en la excelente acogida popular, largas colas para entrar a verla (catálogo agotado) y en las buenas críticas de los expertos.
Sus comisarios, Élisabeth Antoine-König y Pierre-Yves Le Pogam, proponen un fascinante recorrido por los diferentes modos de afrontar la locura como un hecho social de un mundo en transformación desde que el humanismo cambió el punto de vista sobre los personajes marginados hasta que el Romanticismo los convirtió en portadores de un anhelo de creatividad para sacarlos de la prisión en la que los había introducido la era moderna, según queda expuesto en un magnífico grabado de Francisco de Goya. Ese encierro explica el eclipse de la figura del loco durante los siglos XVII y parte del XVIII.

AKonrad Seusonhofer: ‘Máscara con cara de loco de Enrique VIII de Inglaterra’, Innsbruck, c. 1511-1514
El arte de la edad media y sobre todo del Renacimiento se interesó por este hecho social que es la locura con el fin de fijar los comportamientos extravagantes del yo como el que se percibe en los héroes de los relatos caballerescos, Tristán y Orlando, que vagan “furiosos” (vale decir, locos) por el bosque víctimas de un desengaño amoroso o en el mismísimo Aristóteles al que se le representa sometido al empoderamiento de la joven Phyllis, según aparece descrito en un célebre lay de Aristóteles atribuido al trovador normando Henri d’Andeli –aunque hoy en día se cree que es obra del cronista de la IV Cruzada, Henry de Valenciennes– donde se afronta la “locura de amor” en una línea moralizante, que hoy consideraríamos paternalista cuando no misógina, y que dio lugar a numerosas representaciones desde el siglo XIII, incluida una en la sillería de la catedral de Zamora.
El arte busca también esos estados alterados del yo en los sectores poco favorecidos de la sociedad, individuos que miran el mundo desde los márgenes y permiten aislarlo en la línea que hace famosa la figura del loco, el arcano más inquietante del Tarot, clave para las artes adivinatorias con gran predicamento en el siglo XV.
/ El Renacimiento utilizó la figura del loco para la crítica o como metáfora absoluta sobre el mundo
Se extiende así el convencimiento de que dentro de la mente humana a veces hay un elemento extraño que enajena a los individuos: la famosa piedra de la locura que se afana de arrancar un extravagante cirujano en la célebre pintura de El Bosco.
El Renacimiento abordó la locura en numerosos planos. Desde convertirla con Erasmo de Rotterdam en un alegato crítico en el famoso Elogio de la locura hasta la creación visual de una metáfora absoluta sobre el mundo con Sebastián Brant y su poderosa descripción de La Nave de los locos , a la que prestaron atención desde Lutero a El Bosco: esa balsa llena de gente sin que nadie la pilote dirigiéndose hacia un lugar indeterminado.

Marx Reichlich: 'Retrato de un loco', ca. 1519-20
Decisiva fue también la inclusión de la locura en el exclusivo círculo del retrato renacentista con la aportación de Marx Reichlich, que fue capaz de fijar los rasgos personales de lo que la sociedad de aquel tiempo entendía como un loco. Fueron los años en los que se consolidaron las fiestas populares, los carnavales principalmente, unos lugares donde se mueven los locos y los que se hacen los locos: figuras de la transgresión, de la revuelta de lo irracional sobre lo racional, dijo Mijail Bajtin al seguir de cerca la pintura de Brueghel el Viejo, en espacial su insuperable Margot La Loca de 1561.
En esa realidad rebosante de seres desplazados, marginados, algunos tullidos por guerras donde los cañones hacían estragos en los cuerpos, casi todos atraídos por sustancias alucinógenas (los hongos en el pan de cada día), se sustancia la búsqueda de locos reales, incluso indagando en comportamientos de algunos reyes como Carlos VI de Francia, al que trató de curar sin éxito el padre de la célebre escritora Christine de Pizan.
/ El arte lo representó mediante individuos de los sectores menos favorecidos, en los márgenes sociales
También Maximiliano I de Alemania, que envía al rey de Inglaterra Enrique VIII una máscara, obra de Konrad Seusenhofer, con el rostro de un loco. Sin dejar de lado el polémico caso de la reina Juana I de Castilla y Aragón, hija de los Reyes Católicos, madre del emperador Carlos I, cuyo retrato de Jean de Flandes es sometido a estudio para ver si justifica el apelativo con el que, lamentablemente se suele conocer a esta reina: “Juana la Loca”.
Encerrada en Tordesillas, incapacitada para alcanzar el trono, sometida a numerosos exorcismos esperó la sentencia (hoy diríamos el diagnóstico) hasta el mismo día de su fallecimiento en 1555.

Hieronymus Bosco: 'La extracción de la piedra de la locura', c. 1501-1505
Su caso y el de otros cayeron en el olvido y los considerados locos fueron recluidos en espacios específicos, de represión de su disidencia, sostuvo Michel Foucault en un célebre libro sobre la locura en la edad moderna. El arte los silenció, entrando sus imágenes en un eclipse hasta en el último tercio del siglo XVIII, cuando Jean-Antoine Watteau se interesó por la enigmática figura de Pierrot en una bellísima obra, recientemente restaurada, dando entrada a un personaje procedente de la Comedia del Arte y que llega hasta las vanguardias en pleno siglo XX, si pensamos en Picasso.
De nuevo se plantea la naturaleza de la locura como un gesto de crítica hacia costumbres sometidas a la coerción social. Frente a la clínica, la protesta. Personajes que se hacen los locos en la escena: al modo cervantino con su famoso caballero de la Triste Figura, recuperado por el Romanticismo como icono de una protesta contra el orden social dominante en el Antiguo Régimen.
Parece cosa de locos pero la revolución producto de la razón (cuyo sueño, decía Goya en la serie de Los Caprichos , produce monstruos) da paso al Romanticismo y con ello a una regeneradora mirada sobre la imagen de los locos en el arte que llega hasta Le Fou du peur de Gustave Courbet de 1844 y que desde el realismo se pregunta, de nuevo, sobre esos seres diferentes, a veces enigmáticos, los que la teología medieval había calificado de insensatos, los que niegan en su corazón a Dios y que el mundo contemporáneo trata de saber si son enfermos de cuerpo o de alma.
Figuras de la locura. De la edad media al Romanticismo. Museo del Louvre, París,www.louvre.fr. Hasta el 3 de febrero