El cine de una vida

PREMIO NADAL

'El secreto de Marcial', de Jorge Fernández Díaz, es una emocionada crónica familiar a la vez que una novela de crecimiento, donde se refleja la evolución política y económica de Argentina

Jorge Fernandez, Diaz es el ganador del Premio Nadal otorgado por la editorial Destino. 06-01-2025. Foto: Miquel Muñoz / Shooting.

Jorge Fernández Díaz en la entrega del premio Nadal

Miquel Muñoz / Shooting.

Cuando faltan las palabras, los gestos y las miradas para comunicarse, las personas buscan lenguajes alternativos para hablarse y entenderse. Lo cuenta Jorge Fernández Díaz en El secreto de Marcial, premio Nadal 2025. El escritor y periodista argentino (Buenos Aires, 1960), autor de diversas novelas –algunas policíacas como El puñal, La herida o La traición –, miembro de la Real Academia Argentina de Letras, comparte en esta “crónica exploratoria” los caminos y desvíos idiomáticos que sirvieron para conectar con su ­padre en vida y tras su fallecimiento.

Enlaza este trabajo con el de otros escritores que han practicado un ejercicio similar, de Paul Auster a los más recientes de Galder Reguera, Menéndez Salmón, Fernández Mallo o Bortoluci. Todos ellos relatos literarios testimoniales e íntimos, con una clara intención analítica: arrojar luz sobre episodios pasados. Podemos hablar de un subgénero padres-hijos como lo hay de autoras respecto a sus madres, que ahondan en un tema tan universal como las relaciones filiales.

⁄ Tras el éxito en 2003 de su obra 'Mamá', había llegado el momento de abordar también la figura paterna

El escritor porteño publicó en el 2003 con gran éxito una obra dedicada a su progenitora (Mamá) fruto de cincuenta entrevistas con ella. Conseguía en aquel volumen articular un retrato emotivo y sólido de la figura de Carmina, una asturiana que bien joven se instaló en casa de unos tíos al otro lado del Atlántico, se casó, tuvo dos hijos y con firmeza y arrojo tiró adelante pese a las adversidades. Terminó sus días desmemoriada, lo que acabaría confiriendo mayor sentido y fuerza al libro del hijo.

El pasado seis de enero, cuando Fernández Díaz recibió el premio Nadal en los salones del hotel Palace de Barcelona, explicó que, pasados los años, había llegado el momento de abordar también la figura paterna, a la que aludía en el otro volumen, y bucear en su interior. La relación que mantuvo con él, escasa y tensa, no fue buena (“Mi madre había sido una mujer inolvidable y mi padre un hombre olvidado”; “ Ella era carismática y él era opaco”).

Marcial, su progenitor, nunca abandonó la conexión con los orígenes y su pertenencia al Club Asturiano de Buenos Aires marcó y dio sentido a sus días. Aquejado de silicosis, como tantos trabajadores del norte de España, tuvo problemas de salud. Locuaz de puertas afuera, era un hombre esquivo y poco comunicativo en el hogar.

Quien escribe cuenta su evolución desde la infancia hasta la madurez –esta es en buena medida una novela de crecimiento– con la compañía de su hermana Susan y su amigo Moe –apodos tomados de películas–. Las sesiones de cine en casa y en las salas con­formarán el vínculo con el padre, una grieta en la roca. Así hablar de los protagonistas de las cintas, de sus actuaciones, decisiones y encrucijadas morales era una forma velada de abordar la vida. Cine, cine y más cine hasta envolverlo todo.

La mente del niño, adolescente, y hombre Fernández Díaz no puede dejar de guionizar, de tomar elementos de aquí y de allá para construir relatos (“como si no lograra vivir sin soñar una historia”). Esta novela narra mediante argumentos y referencias cinematográficas, muchas y constantes, que requieren atención y pericia lectora y que harán disfrutar a los amantes del arte de la gran pantalla.

/Destacan las microhistorias como el viaje de la hermana a España, que en pocas páginas transmiten mucho

El hijo saca al padre al ruedo e insiste reiteradamente en conectar. Marcial nunca entendió la dedicación profesional de su vástago, pero aceptó el código del séptimo arte como vía de intercambio y confluencia. Pocas concesiones a los afectos; por eso una llamada a la redacción del diario del padre al hijo propicia un momento de profunda emoción. Dice el autor que “la experiencia del cine en blanco y negro siempre resultaba deslumbrante” en aquellas casas de “familias inmigrantes humildes”, una compañía balsámica y terapéutica.

El narrador crece en un país de vaivenes y crisis económicas y políticas –la dictadura, la guerra de Malvinas–, descubre otras vidas y lugares. Destacan las microhistorias que contiene este libro como el viaje de la hermana a España o las desventuras del amigo Jaime (alias Spencer), que en pocas páginas transmiten mucho.

El padre, un gran desconocido para el hijo, va emergiendo en estas páginas. De nuevo el bregado periodista Jorge Fernández Díaz –trabajó en prensa, primero en sucesos e investigaciones policiales, analista y columnista político, en la actualidad escribe en La Nación, Abc y Zenda y conduce en Radio Mitre el programa Pensándolo bien – consigue atrapar la figura de Marcial y su sombra. Resuelve al fin ligar cabos –imágenes y comentarios que en su momento no supo leer–, reparar y descubrir que en la vida como en el cine puede haber diferentes finales.

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