Acaso el mejor elogio que pueda hacerse de esta hermosa traducción de Pere Lluís Font (Pujalt, 1934; reciente Premi d’Honor de les Lletres Catalanes) de los tres poemas místicos de “el más santo de los poetas y el más poeta de los santos” –Cántico espiritual, Noche oscura y Llama de amor viva– sea que, en catalán, Joan de la Creu nos recuerda, fiel y estremecedoramente, a Juan de la Cruz, en su fuente castellana. Font ha realizado una tarea de adaptación plena. Y, aunque la de March y la de Cervantes sean lenguas de dicción y timbre distintos, el traductor ha sabido dar un equivalente catalán muy preciso a las memorables silvas del poeta castellano.
¡Menuda existencia de ajetreo, la de Juan de Yepes, conocido y reconocido con el nombre de Juan de la Cruz (Fontiveros, 1542-Úbeda, 1591), nombre que, habida cuenta de que forma parte inextricable de la historia hispánica y europea, adaptamos como Joan de la Creu! No llegó a los cincuenta años –repartidos entre su Castilla natal y la Andalucía de adopción–, pero conoció la ira de algunos coetáneos suyos (mayormente, la de los carmelitas calzados) y sufrió los rigores de la prisión (se escapó, novelescamente, descolgándose por una ventana gracias a una cuerda hecha de jirones de manta anudados). Falleció por un proceso gangrenoso, y su cadáver fue mutilado, en varias ocasiones, por buscadores de reliquias. Como Llull, jamás se consideró poeta, ni escritor, sino un religioso. Ilustra Font que la mística sanjuanista es la conocida como nupcial, por oposición a la esencial o de fusión. Los poemas traducidos mantienen no fundidas las dos instancias narrativas, amatorias: el esposo y la esposa.
El traductor ha sabido dar un equivalente catalán muy preciso a las memorables silvas del poeta castellano
¡Qué historia de amor, la de estos versos, cuya potencia desborda el marco místico (tal como hacen, por citar dos ejemplos también muy cercanos, el Llibre d’amic e amat, de Ramon Llull, y el Llibre d’amic, de Joan Vinyoli, el cual, por cierto, citó en poemas propios versos de estos poemas de Juan de la Cruz)! La actitud del amante entregado enteramente al amado –o la de la esposa ofrecida al esposo– creo que se resume muy bien en este verso: “entrem encara més en l’espessura”. Y los dos que siguen, maravillosos, tan conocidos: “la música callada, / la soledat sonora” dan cuenta del marco espiritual en que se desarrolla una experiencia transcendental, pero que nos llega descrita con una ferviente sensualidad (el Cantar de los cantares bíblico y la mística sufí, como apunta Font, resuenan por doquier). La esposa busca al esposo. Quien la ve le da noticias de Él. Ya nos había advertido el poeta santo que el sufrimiento amoroso –“la dolencia de amor”– “no es cura / si no és amb la presència i figura” (por cierto, estos son dos de los versos que se apropia Vinyoli). La esposa no quiere oír nada acerca del esposo (quiere poseerlo), y muchos de los andariegos informantes parece que deseen regalarle noticias: “i em deixa agonitzant / un no sé què que es queden quequejant ” (este último verso es uno de los más felices logros de la traducción fontiana). Un solo cabello sirve para dejar herido de amor al esposo. Juntos, los dos enamorados gustarán “el most de les magranes”. Al cabo, como afirma la esposa, “estimar és el meu únic exercici”. Compartámoslo, pues, en la música callada de la lectura.
Joan de la Creu
Poemes essencials
Traducción y edición de Pere Lluís Font.
Fragmenta. 158 páginas. 18,50 euros
