Las otras vidas de Yoko

AVANCE EDITORIAL

Las memorias de Yoko Ono ofrecen la versión de la artistas de una vida marcada por su relación con John Lennon

John Lennon and his wife Yoko Ono stage a 'bed in' in a hotel in Amsterdam, as a protest against war and violence in the world, 26th March 1969. (Photo by Charlie Ley/Mirrorpix/Getty Images)
Mirrorpix / Getty

CAPÍTULO 2.

El 7 de diciembre de 1941, Japón atacó la base militar de Pearl Harbor. Al día siguiente, el 8 de diciembre, Estados Unidos declaró la guerra a Japón. Eisuke [padre de Yoko] estaba en Hanoi, donde lo habían ascendido a director general de la filial bancaria. Yoko, a sus 8 años, no entendía qué hacía su padre, solo sabía que no estaba con ellos. Eisuke había sido una figura ausente la mayor parte de la vida de Yoko, pero aquello era distinto. ¿Por qué había abandonado a su mujer e hijos (que entonces ya eran tres: Yoko, Kei y Setsuko, su hermana pequeña) en un momento tan peligroso?

La guerra era una situación confusa para una familia japonesa con vínculos estrechos con Estados Unidos. “Unos meses atrás, iba a un colegio estadounidense, donde cada mañana juraba lealtad a la bandera”, explicó. Al principio, las escuelas japonesas siguieron abiertas, e Isoko [madre de Yoko] hizo todo lo posible para aparentar ante sus hijos que nada había cambiado. Sin embargo, en 1945 Japón había sido derrotado en muchos frentes extranjeros, y Estados Unidos empezó a bombardear impunemente Tokio. Los ataques aéreos ocurrían ya noche tras noche. Cuando sonaban las sirenas, Isoko agarraba apresuradamente a sus hijos y se los llevaba al refugio antiaéreo que tenían en el jardín.

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Yoko con sus padres, Eisuke e Isoko, en San Francisco en una fecha sin determinar 

© Yoko Ono

En el refugio había una radio. Yoko escuchaba un programa que retransmitía los mensajes de despedida de los pilotos kamikazes. “Antes de despegar, les permitían dejar un mensaje en la radio para sus padres o familiares –contó Yoko a la BBC–. Y todos los mensajes decían cosas del estilo: ‘Mamá, es hora de marcharme. Deseo que tengas una próspera y larga vida’. Nunca había escuchado unas palabras tan espeluznantes, y es algo que me ha quedado grabado en la mente... Qué cosa tan cruel para un ser humano. Creo que eso fue lo que me hizo tener una idea completamente diferente acerca de la guerra.”

Las escuelas hacían simulacros en los que los alumnos debían apiñarse debajo de las mesas. En casa de los Ono, el personal doméstico era llamado a filas o huía. El caos reinaba en las calles y, como siempre, el padre de Yoko no estaba.

El 9 de marzo de 1945, Tokio fue asolada por una miríada de bombardeos. Isoko se llevó a Kei y a Setskuko al refugio, pero como Yoko tenía mucha fiebre no pudo acompañarlos y se tuvo que quedar en su habitación. Desde allí, mirando por la ventana, vio Tokio arder.

Scholastic Medal

Yoko en 1937, en el colegio privado de élite al que asistía le concedieron una medalla al mérito académico 

© Yoko Ono

Muchas de las familias de los compañeros de clase de Yoko habían huido de la ciudad para irse a vivir a la montaña, pero cuando Isoko tomó la decisión de abandonar la ciudad, su plan era distinto. Una amiga le contó que había un pueblito rural en la prefectura de Nagano, e Isoko se imaginó una comunidad rural bucólica donde ella y sus hijos podrían pasar una temporada hasta que volviese a ser seguro regresar a Tokio.

Así que Isoko mandó a Yoko (que tenía 12 años), Kei (8) y Setsuko (3) y la única criada que les quedaba en un abarrotado tren hasta el pueblo de Nagano, donde Isoko había comprado una casita. Al llegar, lo primero en lo que reparó Yoko fue que la casa tenía el techo sin terminar. Como su madre se había quedado en Tokio, Yoko tuvo que asumir el rol de madre y encargarse de encontrar comida para sus hermanos. Tuvo que mendigar y hacer trueques, intercambiando kimonos, joyas y antigüedades de la familia por arroz. (...)

Esas sensaciones de miedo, enfermedad y hambre (es decir, el concepto de consumirse) se convirtieron en temas recurrentes del arte de Yoko. Las triquiñuelas mentales que ideó para sobrevivir a esa época también terminaron siendo elementos fundamentales en su manera de pensar y de expresarse artísticamente. Nunca abandonó esa idea de escapar refugiándose en el cielo que había creado en su mente. Al ver a su hermano muerto de hambre, empezó a inventarse banquetes ficticios. Kei recuerda que Yoko le decía: “Cómete esta manzana imaginaria, verás como te sacia”. (Aunque apunta, entre carcajadas: “A ella esa manzana imaginaria sí que la saciaba, porque se le daba bien imaginar cosas, pero la verdad es que yo seguía muerto de hambre”.)

Yoko Ono, Toshi Ichiyanagi, and Toshiro Mayuzumi

Yoko Ono con Toshi Ichiyanagi (al piano), su primer marido, y Toshiro Mayuzumi 

Foto Minoru Niizuma © Yoko Ono

Yoko sufrió anemia, y la malnutrición hizo que cayese enferma muy a menudo. De hecho, los médicos acabaron diagnosticándole pleuritis.Tuvieron que extirparle el apéndice, y como había escasez de medicamentos, le hicieron la cirugía sin anestesiarla. Años más tarde, confesó que un médico había abusado sexualmente de ella. En una de sus obras futuras, describía a un médico besándola en los labios.

Estos traumas marcaron la vida de Yoko, y la acompañaron siempre. La lección que aprendió era clara: no podía depender de nadie más que de ella misma.

CAPITULO 8.

La edición del 14 de septiembre de 1966 del periódico International Times anunciaba la inauguración de la exposición de “pinturas instructivas” de la “artista estadounidense de origen japonés Yoko Ono”, que tendría lugar en la galería Indica, en el número 6 de la calle Mason’s Yard, en la zona de St. James, Londres.

La exposición, que llevaba por título Unfinished Paintings and Objects by Yoko Ono , incluía tanto obras antiguas como nuevas. Entre ellas se encontraban, por ejemplo, Pintura para ser pisada y Pintura para añadir color (Add Colour Painting), que consistía en varias láminas de madera pintadas de blanco que debían ser pintadas por los asistentes (había pinceles y botes de pintura en una silla blanca colocada justo al lado). (…)

Unos días antes, Dunbar [John Dunbar, marido de la cantante Marianne Faithfull, socio de la galería] se encontró con John Lennon y le comentó que estaba dando los últimos retoques a la nueva exposición que inauguraría en Indica. Le habló de la Pieza saco de Yoko, y le contó que la gente que se metía dentro del saco podía hacer lo que quisiese. (…)

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Yoko en la presentación de su 'Pieza corte' (Cut Piece), el 21 de marzo de 1965 en el Carnegie Recital Hall de Nueva York. La obra, en la que el público le cortaba el vestido, fue aclamada por críticos y feministas como una de sus obras artísticas de mayor influencia 

Minoru Niizuma. © Yoko Ono

A pesar de no estar en un buen momento, John aceptó la invitación de Dunbar de visitar la galería el día antes de la inauguración. A Yoko no le hizo nada de gracia que Dunbar invitara a alguien antes de la apertura oficial. “¿De qué va este?”, pensó.

“La exposición ni siquiera estaba lista, pero John Dunbar, que era el propietario de la galería, estaba nerviosísimo, con cara de: ‘Este millonario ha venido a gastar el dinero en alguna pieza’ –recuerda John–. No paraba quieto ni un segundo, parecía enajenado. Y yo empecé a fijarme en las piezas. Vi unos clavos dentro de una cajita de plástico; más allá había una manzana encima de un pedestal; una manzana de verdad, con una nota escrita donde ponía: ‘Manzana’. Te juro que pensé: ‘Esto es una gran broma, la verdad es que es gracioso’. Poco a poco, fui dándome cuenta del humor que se escondía en esa exposición.”

John se acercó a Dunbar y le preguntó: “¿Cuánto cuesta la manzana?”.

“Doscientas libras.”

“Ah, ¿sí? Vale, ¿y qué precio tienen los clavos?”

A continuación, Dunbar llamó a Yoko y le presentó a John.

John, expectante, esperaba que ocurriese algo; quería ver de qué iba la pieza de los sacos de la que Dunbar le había hablado. “Yo seguía pensando: ¿dónde están las personas esas del saco? Llevaba todo el día cavilando en si me atrevería o no a meterme dentro del saco con desconocidos, porque claro, uno no tiene ni idea de quién va a encontrarse en el saco, ¿no?”

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Yoko junto a su pieza ‘Manzana’, una de las instalaciones que Ono expuso en la muestra a la que fue invitado Lennon en septiembre de 1966. Fue el primer encuentro entre ambos. Para sorpresa de Yoko, el beatle dió un mordisco a la manzana 

Mirrorpix / Getty

Al final preguntó: “Bueno, ¿y qué hay que hacer ahora?”.

Yoko, a modo de respuesta, le dio una tarjeta donde había escrita la palabra ‘Respira’.

John dijo: “Quieres decir...”, y soltó un jadeo.

“Exacto. Eso mismo”, le respondió Yoko.

“¡Eso mismo!”, pensó John.

John puso entonces su atención en la manzana sobre el pedestal. La agarró y le pegó un mordisco. Yoko quedó perpleja, pero también sintió mucha rabia. Esa pieza trataba sobre el ciclo de la vida; la manzana se iría pudriendo progresivamente hasta descomponerse. No se le había pasado por la cabeza que alguien pudiera arrancar de un bocado parte de la escultura.

A pesar de su enfado, quedó impresionada por la osadía de ese hombre.

John quería moverse, hacer algo. Vio una escalera apoyada en la pared por la que subir hasta el techo, de donde colgaba un catalejo. “Así que subí por la escalera, miré por el catalejo y vi un papelito pegado al techo con algo escrito. Haciendo esfuerzos para no perder el equilibrio desde lo alto de la escalera, si mirabas el techo a través de la lupa podías leer, en letra minúscula, una palabra: ‘Sí’.”

Ese minúsculo ‘sí’ dejó a John impresionado. “Claro, por aquel entonces el arte vanguardista era supuestamente negativo, toda esa patraña aburrida y destructiva de romper pianos con un martillo, hacer añicos esculturas y demás. Todo era anti, anti, anti, anti. Antiarte, antiestablishment. Y de repente ese ‘sí’ despertó en mí las ganas de quedarme en esa galería llena de manzanas y clavos, en lugar de echar a correr pensando ‘ni de broma pienso comprar nada de toda esta basura’.”

Yoko Ono with her installation

Yoko Ono en su instalación 'En Trance' en el Louisiana Museum of Art, en Humelbæk, Denmark, en el 2013 

Bjarke Ørsted © Yoko Ono

Los clavos a los que se refería John eran parte de otra pieza expuesta en la galería, Pintura para clavar un clavo (Núm. 9) (Painting to Hammer a Nail (No. 9)). Esa versión en concreto, que Yoko había ideado cinco años atrás, consistía en un panel blanco de madera en la pared. Había un martillo colgado de una cadena y un recipiente de clavos encima de una silla, justo debajo del panel.

John le preguntó si podía clavar un clavo en la madera, pero Yoko le respondió que no. Años más tarde, Yoko recordó ese momento entre risas: “Fue tan simbólico... la madera blanca, virginal, y lo primero en lo que piensa un hombre es agarrar un martillo para clavarle un clavo”.

Dunbar miró a Yoko con unos ojos que parecían implorar: “Por favor, déjale clavar un clavo”.

Más adelante, John señaló que, probablemente, Dunbar debía estar pensando: “Este hombre es millonario, quizás compre alguna de las obras”. Pero Yoko estaba más preocupada por la estética que por la perspectiva de vender alguna pieza.

Después de que Dunbar hablara en privado con Yoko unos instantes, esta le dijo a John: “De acuerdo. Por 5 chelines puedes clavar un clavo”.

“Vale, entonces yo te entrego 5 chelines imaginarios y tú me dejas que clave un clavo imaginario”, le espetó John.

“Y ese fue el momento en el que ‘nos conocimos de verdad’ –declaró John–. Nos miramos a los ojos, y ella me entendió y yo la entendí a ella.”

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