“Si no és natura, és cultura”. Así, con solemnidad y tono de axioma, lo dejó dicho un conseller de Cultura. Una de esas frases que, por su redonda simplicidad, parecen esculpidas en mármol. ¿Pero qué pasa cuando la aplicamos al bisturí de la antropología? ¿Qué ocurre si la enfrentamos a la obra de Maria-Àngels Roque Alonso y su libro Mitos y rituales, espejos de la naturaleza? Pues que, con matices, la cosa se tambalea. O, al menos, se enriquece.
Porque si algo nos enseñaron los clásicos (los griegos y los de la antropología, que también los hay) es que la realidad no es binaria. No es blanco o negro, cultura o naturaleza. Y es que, como bien nos recuerda Roque Alonso en su libro, lo que llamamos cultura, en buena medida, es la sublimación de la naturaleza. Y, a su vez, la naturaleza está empapada de cultura. Un juego de espejos en el que no sabemos si la imagen es la original o el reflejo. La cigüeña (portadora de bebés) como símbolo de vida es un ejemplo que la autora utiliza magistralmente para ejemplificarnos esta idea.
El antropólogo Clifford Geertz ya defendió hace años la cultura como “una telaraña de significados” en la que los humanos nos hallamos atrapados. En La interpretación de las culturas (Gedisa, 2009), nos dice que no hay naturaleza humana sin cultura, porque somos lo que pensamos, y pensamos a través de símbolos. Y ahí está el quid de la cuestión: ¿acaso no hemos convertido la naturaleza en símbolo desde tiempos inmemoriales? De ahí el acierto de Roque Alonso al recordarnos que los mitos y rituales no son más que la forma en que intentamos descifrar esa naturaleza indómita, traducirla a términos comprensibles, darle estructura y sentido. Un diálogo entre lo crudo y lo cocido, que diría Lévi-Strauss.
Geertz, como Victor Turner, es un referente a quien Roque Alonso rinde tributo con su último ensayo. Y Turner, en El proceso ritual (Taurus, 1988), nos enseñó que los ritos son el pegamento que mantiene unida a la sociedad, una estructura simbólica en la que el caos de la vida encuentra orden. En ese proceso, la naturaleza se convierte en el escenario donde la cultura se expresa. Los ritos de paso, por ejemplo, suelen estar plagados de referencias a la naturaleza: la cueva oscura como matriz, el fuego como purificación, el agua como renacimiento. ¿Es esto naturaleza o cultura? Difícil trazar la línea divisoria.
La fecunda obra de Georges Dumézil, a quien Roque Alonso también cita como referencia, nos diría que todo esto está ya en los mitos indoeuropeos y que los dioses que adoraban los antiguos eran un reflejo estructurado de las sociedades humanas. De hecho, en su obra magna Mito y epopeya, desentraña cómo las divinidades se organizaban en tres funciones (sacerdotal, guerrera y productiva) que, a su vez, reflejaban el orden social. Y aquí volvemos al punto de partida: la naturaleza como espejo en el que la cultura se mira, se proyecta y se reinterpreta.
Maria-Àngels Roque Alonso no es ajena a esta tradición. Directora de Quaderns de la Mediterrània, es una antropóloga con una trayectoria envidiable, que ha dedicado su vida a estudiar las interacciones simbólicas que tejemos con el mundo que nos rodea. En Mitos y rituales, espejos de la naturaleza, nos recuerda que la cultura no es una negación de la naturaleza, sino su prolongación. Que los símbolos con los que interpretamos el mundo han nacido de la observación del cielo, los ríos, los animales. Que no hay una frontera clara entre lo natural y lo cultural, porque ambos se entrelazan como las raíces de un árbol milenario.
Maria-Àngels Roque Alonso
Mitos y rituales, espejos de la naturaleza
Páramo. 277 páginas. 19 euros