Hacer una selección de sus obras es tarea muy difícil porque, en total, entre novelas, cuentos y ensayos, suman casi cincuenta y en Vila-Matas no hay novelas malas y buenas. Lo que sí puedo hacer es señalar aquellas donde la libertad creadora está más acentuada y las que iluminan el conjunto de su obra.
En su primera novela, Mujer en el espejo contemplando el paisaje (1971) vemos ya algunas de las constantes. Como en Bartleby y compañía, nos dice que “encontrar palabras cuando todas se han gastado me conducen al silencio”. Y aparece ya el tema del doble. Vamos adentrádonos en las radicales propuestas vila-matianas con un ojo puesto en la realidad y el otro en la invención

Vila-Matas paseando por Barcelona en una fotografía reciente
⁄ Entre sus novelas, cuentos y ensayos, casi 50 títulos, no las hay malas y buenas; sí algunas donde la libertad creadora está más acentuada
Historia abreviada de la literatura portátil (1985) es, como ya lo sugiere el título, abiertamente ficción y ensayo. Aparece una sociedad secreta conocida como la conspiración shandy (por Tristam Shandy, de Laurence Sterne), fundada en 1924 y disuelta en 1927 por el ocultista, místico y alquimista Aleister Crowly. Rasgos shandy son la sexualidad, la convivencia con el doble, el espíritu innovador o el nomadismo, los viajes. A la secta pertenecieron César Vallejo, Marcel Duchamp, García Lorca o los inventados Berta Bocado y Rita Malú.
Lejos de Veracruz (1995) gira en torno a los extravagantes hermanos Tenorio. Enrique, como su tocayo Vila-Matas, hace de su vida una obra maestra. En Xalapa se encuentra con nuestro común amigo Sergio Pitol, con quien en Veracruz vive una delirante noche de alcohol y locura.
En Extraña forma de vida (1997) el espía tiene que estar preparado para esquivar a sus perseguidores de formas muy extrañas, para establecer una semejanza entre espionaje y creación. El detective, llamado Cyrano por el tamaño de su nariz, espía, entre otros, a Graham Greene y a Salvador Dalí, al que reencontraremos en Ocho entrevistas inventadas (2024).

El escritor leyendo en su domicilio
⁄ En las radicales propuestas vila-matianas
hay siempre un ojo puesto en la realidad
y el otro en la invención
En El viaje vertical (1999), a Federico Mayol, en sus tiempos miembro del Partido Nacionalista Catalán, su esposa le echa de casa justo cuando acaban de cumplir las bodas de oro. Es así como inicia un viaje –los viajes tan presentes en la escritura y en la vida de Vila-Matas– para huir de la soledad, que le llevará a Oporto, Lisboa y Madeira, un viaje vertical a ninguna parte, es decir, al vacío. En estas dos historias hay cuatro capítulos compuestos exclusivamente por citas, otra de las constantes del escritor.
Con la canónica Bartleby y compañía llegamos al Vila-Matas más radical. El narrador es un rastreador de bartleblys . Escribe un diario que es al mismo tiempo un cuaderno de notas a pie de página, para comentar un texto invisible: penetra en los laberintos del No, la más inquietante tendencia de la literatura contemporánea, el miedo a no encontrar inspiración y sumergirse en el silencio, como Aznavour en La Bohème : “Souvent il m’arrivait/devant mon chevalet de passer des nuits blanches”, “A menudo me encontraba/ frente a mi caballete pasar las noches en blanco”. El narrador busca en la historia de la literatura a aquellos autores que sufren del síndrome de Bartlebty, el personaje del cuento de Melville Bartleby, el escribiente, cuando preferiría no hacer nada. Como Montano de El mal de Montano (2002), “si tuviera que elegir entre la vida y los libros, me quedo con estos, que me ayudan a entenderla”, lo que explica que haya tanto de novela como de ensayo.

Vila -Matas trabajando en su casa rodeado de libros
⁄ Conviven en su obra los libros y la citas, la escritura y los escritores, y también los viajes y el nomadismo, los dobles y los personajes extravagantes...
Una de sus novelas más celebradas fue París no se acaba nunca (2003), abiertamente autobiográfica sobre su vida de bohemia en el París de los años setenta del siglo pasado, donde redacta un libro en la buhardilla de su casera, la escritora Marguerite Duras, imitando al Hemingway de París era una fiesta. Por falta de espacio me salto novelas como Doctor Pasavento (2005) o Dietario voluble (2008), para llegar a la agitada y divertida Dublinesca (2010). Vila-Matas cultiva el sabor inglés que es, en realidad, el sabor irlandés. En el Dublín de Joyce, su alter ego Samuel Riba crea con un grupo de amigos escritores la Orden de Finnegans y se encuentran en el cementerio de Glasnevin, donde en el Ulises entierran a Paddy Dignam. En Kassel no invita a la lógica (2014), va a Kassel, vía Frankfurt, seguramente a buscar el misterio del universo y a iniciarse en la poesía: “He venido para investigar cuál es la esencia, el núcleo puro y duro del arte contemporáneo”. En Esta bruma insensata (2019), el narrador abandona su caserón de Cadaqués para emprender un largo viaje en busca de una cita perdida, una huida a tiempo que puede ser una puerta abierta hacia la escritura. Se dedica a buscar frases para ofrecérselas a su hermano, un afamado escritor.
Finalmente, y antes de llegar a Canon de cámara oscura, en Montevideo (2022) el protagonista es un escritor de escasa imaginación al que le persigue un cuento de Cortázar, que es con Rimbaud –quien dejó de escribir a los veinte años dejando un único libro, Una temporada en el inferno– el centro de la trama. Vive en cuartos de hotel de París, Bogotá y Montevideo. Junto a Cortázar le acompañan pintores, y escritores como Walter Benjamin, Blaise Cendrars, Valery Larbaud, García Lorca o Aleister Crowley.

Vila-Matas en su espacio de trabajo
⁄ ‘Canon de cámara oscura’ podría considerarse un compendio de los rasgos característicos de la trayectoria narrativa y ensayística de Vila-Matas
Vila-Matas ha escrito notables libros de cuentos. En Nunca voy al cine (1982) la sombra es la alternativa a las ideas demasiado claras, las sombras que encontramos al entrar en un cine o en la obra de escritores como Paul Celan o Laurence Sterne. En Una casa para siempre (1998) están las distintas voces de un ventrílocuo famoso. En Suicidios ejemplares (1991) los suicidios que no se realizan nunca sirven para unir los distintos relatos del libro, marcados de nuevo por los viajes. En Exploradores del abismo (2007), Vila-Matas está en el centro de libro, “convertido en un disidente de sí mismo”, que busca “la vida que hay en los cuentos”, habla con frecuencia de su escritura y nos dice, fiel a toda su obra: “voy pensando que un libro nace de una insatisfacción, nace de un vacío (…) Seguramente escribirlo es llenar este vacío”. Los autores que menciona (Kafka, Vladimir Holan o Roberto Juarroz), están relacionados con su escritura del abismo. Sophie Calle es la “artista narrativa” por excelencia. Y se nos dice que no quiere indagar más en el abismo del vacío.
Como imprescindible complemento están los ensayos, de El viajero más lento (1992), publicado en el 2011 con el subtítulo El arte de no terminar nada, o Importa tu suerte (2018), un verdadero recorrido por el camino de la libertad creadora.
‘Canon de cámara oscura’: Fragmentos en busca de su autor. La novela Canon de cámara oscura, que acaba de aparecer, podría considerarse un compendio de los rasgos que he ido señalando en la trayectoria narrativa y ensayística de Enrique Vila-Matas. La trama narrativa tradicional, es decir, el argumento, es un hilo muy delgado, y lo conocemos a través de las palabras del narrador, Vidal Escabia, que nos presenta a sus personajes. Su maestro de escritura es Altobelli (apellido del exfutbolista internacional italiano Alessandro Altobelli), del que fue su ayudante, “secretario y sirviente, más tarde buen amigo y después su heredero”. Quiso plagiar el final de los poetas malditos con su voluntad de destruirse. De él aprendió a leer e hizo posible la existencia del Canon de cámara oscura. Violet fue su “novia eterna”, ejerció de novia obediente y hoy es museóloga, “analista de las conexiones específicas en los museos entre los seres humanos y la realidad”. Tiene unos ojos de extrema belleza, pero robóticos, como androides parecen la mayoría de los personajes, que luchan enconadamente por ser humanos. La comisaria de arte Chus Martínez es “una experta en transitar de lo corriente a lo anómalo”.
Vidal Escabia estuvo casado con Aiko, una mujer excepcional que se borró hace tiempo, “al saltar de aquel acantilado en Töjinbö, en Japón” y pensar en ella “me lleva a enfurecerme por el modo en que la perdí”. Pero el personaje con más presencia narrativa es la hija del matrimonio, Ryo, que lleva tres años en Berna y convivió, hasta su separación, con el patán Fritz, quien cree que la tierra es plana, acaba con una camisa de fuerza y pide a la asistenta que se la lleve, “como quien pide otra cerveza”. Ryo, que “siempre fue para mí esencial, el centro del mundo”, anuncia su llegada a Barcelona, y él se ve obligado a despejar su “biblioteca ligera del cuarto oscuro”, donde estuvo su dormitorio. El lector espera con impaciencia su llegada, para poder conocerla personalmente.

Enrique Vila-Matas
Pero la auténtica dimensión narrativa se da en el narrador, y es allí donde aparece otro elemento de tensión que surge de la identificación de invención (el plano más divertido del libro) y ensayo; hasta el punto de que los comentaristas tenemos que evitar el error de presentar la novela como esencialmente ensayística. Asistimos a lo insólito, a lo que los amigos de la lógica llaman lo inverosímil. En el narrador, también conocido como el Auctor o el ocupante, no hay rastro de su origen. Su padre nunca existió y la madre nunca nació. Carece de infancia. En realidad su infancia lo son sus años de intensas lecturas, un lletraferit, un tocado por la literatura. La atmósfera literaria proviene esencialmente de Kafka, autor siempre presente. Son muchos los escritores que le acompañan, entre ellos Musil y su El hombre sin atributos , Robert Walser, Cortázar, Sergio Pitol y, por encima de todos, Laurence Sterne y su Tristam Shandy (el de los escritores shandy), como el propio Vila-Matas “osado, libre y divertido”. Le interesa asimismo la filósofa fallecida en febrero de 2024 Camila Cañeque, autora de La última frase, un ensayo construido con las 452 frases últimas de 452 libros. Un libro que acompaña inevitablemente al escritor barcelonés, maestro en coleccionar citas, como las muchas que aparecen aquí. Porque el Canon no es otra cosa que una biblioteca de citas o fragmentos, un gabinete de la escritura. Fue Altobelli quien le transmitió “la luminosa idea de la biblioteca del cuarto oscuro”, que no es otro que el dormitorio de Ryo. Habría que añadir las numerosas referencias a la música pop. “Si tuviera letra, Love Concert repetiría con insistencia que la noche, como Canon in progress, es un viaje rectilíneo abierto y sin retorno, como lo es todo trayecto a Parte Ninguna”.
Especialmente interesantes son las reflexiones en torno a la creación literaria, en torno a la escritura y a la lectura. Asimismo, los numerosos motivos recurrentes, como el hueco en el escritorio de Vidal Escabia, el divertido espíritu de la escalera, la silla giratoria, lo indecible, la fiesta y la noche, que nos transportan al Ulises de Joyce, las sombras y la oscuridad, o los Denver-7.
Y no podía faltar Barcelona, especialmente la zona (que fue su zona) del paseo de Sant Joan y las hermosas páginas dedicadas a la calle Balmes, la terraza del bar Doria, hoy Jamaica, o el pasaje Mercader.
Mi primer amigo escritor
IGNACIO MARTÍNEZ DE PISÓN
El primer libro de Enrique Vila-Matas que leí fue ‘Nunca voy al cine’. En la contraportada decían que el autor, barcelonés, había vivido largas temporadas en Milán, París y Zembla. En esa época yo no había leído ‘Pálido fuego’ y supongo que fue el propio librero el que me informó de que Zembla era un reino ficticio, existente solo en la imaginación de Vladimir Nabokov. Que alguien pretendiera colarnos esa broma literaria en el exterior del libro fue lo que me indujo a comprarlo: ¿Qué otras provocaciones estarían esperándome en su interior?
En aquella época tenía la costumbre de anotar la fecha de compra de los libros. Ese lo compré en la librería Muriel de Zaragoza el 5 de abril de 1982. Por entonces me faltaba poco para terminar la carrera de Filología e instalarme en Barcelona y, desde luego, no podía ni imaginar que un par de años después publicaría mi primer libro y que Enrique, compañero de colección en la editorial Anagrama, sería mi primer amigo escritor.
Nos conocimos en el cóctel del Premio Herralde de Novela de 1985, que entonces se celebraba en el histórico Hotel Colón, frente a la catedral. El hecho de que desde este mismo año el hotel ya no se llame Colón sugiere (¡ay!) que aquel primer encuentro se produjo en una era geológica diferente.
En aquellos años ochenta, en realidad no tan lejanos, nuestros trayectos literarios nos llevaban de barra de bar en barra de bar: al Astoria, al Séptimo Arte, a la Sala Bikini, al Giardinetto… Aquel Enrique era anticonvencional, afrancesado, irónico, elegante, original, descreído, brillante, algo excéntrico, enemigo de toda solemnidad… y lo era cada vez más a medida que avanzaba la noche: más anticonvencional, más afrancesado, más irónico, etcétera. Si alguna vez había adoptado la pose de dandi como un capricho o una estrategia, ese dandismo lo tenía ya tan interiorizado que era inseparable de su persona y de su literatura.
Pero por entonces Vila-Matas no hablaba de literatura dandy sino de literatura shandy. En su fundacional y casi diría programática ‘Historia abreviada de la literatura portátil’ inventó una sociedad secreta, la conspiración shandy, que recorría secretamente los márgenes de la historia y la cultura del siglo XX. A mí, que venía de tradiciones literarias muy alejadas, me tenía fascinado ese universo suyo, tan cosmopolita, tan vanguardista, tan extravagante, tan refinado, tan lúdico. Yo era todavía un escritor a medio hacer y Enrique era ya un escritor hecho, lo que en alguna medida explicaba que él hubiera acertado a construirse un personaje y yo no. Un personaje, por cierto, que parecía salido de sus propios libros, tan estrecha era la comunión que existía entre el autor y la obra.
Pasan los años, pasan los libros, y en los textos de solapa de sus últimas novelas encontramos otra vez al bromista y provocador Vila-Matas que decía haber pasado largas temporadas en el imaginario reino nabokoviano de Zembla. Por uno de esos textos supimos que pertenecía a la convulsa (sic) Orden de Caballeros del Finnegans, que se constituyó con el objetivo de rendir culto al ‘Ulises’ de Joyce. Por otro posterior nos enteramos de que ostenta el “rectorado desconocido” (nuevamente sic) de la Universidad Desconocida de Nueva York. Y por algunos textos más recientes hemos sabido de su incorporación a cierta Sociedad de Refractarios a la Imbecilidad General (más sic), institución tan secreta que ni él mismo conoce a los otros miembros… En su reciente y estupenda ‘Canon de cámara oscura’ inventa un territorio llamado Parte Ninguna. ¿Nos informará en alguna novela futura de las temporadas que ha pasado en tal lugar?
En fin, pasan los años, pasan los libros, pero el anticonvencional, afrancesado, irónico, etcétera, Enrique Vila-Matas, al que conocí hace cuatro décadas en un hotel que ya no se llama Colón, sigue, de un modo u otro, presente en todos sus libros posteriores, que parecen imaginados por algunos de esos shandys que poblaban las páginas de su ‘Historia abreviada’.

Vila-Matas preparándose para salir a la calle
Enrique Vila-Matas
Canon de cámara oscura
Seix Barral. 224 páginas. 19,90 euros