Una buena cosecha

ESPECIAL SANT JORDI/NARRATIVA EN CASTELLANO (II)

Una buena cosecha

Este año pasado ha venido cargado de narraciones más que decentes y con una temática cada vez más variada y donde se nota de modo ineluctable la diferencia entre generaciones, sobre todo en la más reciente, que se ha criado en una literatura de personajes escasos y con continuas referencias a hacer del autor el personaje principal de la narración.

Desde luego, la nueva novela de Inés Martín Rodrigo (Madrid, 1983) cumple con el canon más estricto de esta modalidad: Otra versión de ti (Destino ), después de Azules son las horas o Una homosexualidad propia , amén de Las formas del querer, cuya naturalidad apenas ocultaba lo que había de autobiográfica en ella. La novela es un sentido canto a los padres: Candela, una escritora marcada por la ausencia de su madre, muerta cuando era una niña, tiene que ocuparse de su padre, que padece una enfermedad terminal.

La situación es un disparadero donde se mezclan recuerdos e indagaciones que parecen no tener fin.

De resolución muy distinta es el estupendo texto de Menchu Gutiérrez, Vida y muerte de un jardín de papel (Siruela ), donde el texto se densifica con el lugar que ocupan las flores en el mundo y cuyos ejemplos pueden ir desde el girasol en un autorretrato de Van Dick hasta Jünger plantando nabos después de una batalla.

Por su lado, Belén Gopegui acaba de publicar Te siguen (Random House) una fábula sobre la sociedad de la vigilancia donde se dan razones para la insumisión, única forma de resistir en un mundo donde el individuo es espía del otro.

Y para espionaje, pero del clásico, se acaba de publicar la última novela de Luis García Jambrina, un muy divertido libro, El manuscrito de sangre (Espasa ) donde el autor pretende acabar con la serie de libros en los que se nos narraban las pesquisas de Fernando de Rojas, al servicio de los Reyes Católicos. Esta vez aparecen en la Roma de Alejandro VI, que acaba de morir, personajes que acompañan a Fernando de Rojas, como Juan del Enzina y Francisco Delicado y la mismísima Lozana Andaluza.

David Uclés ha publicado uno de los libros más inesperados y más exitosos del año 2024, en clave de realismo mágico: La península de las casas vacías (Siruela ): desde el territorio mítico de Jándula, en Jaén, una familia con aspecto de clan yerra dispersa por toda la superficie ibérica durante la Guerra Civil.

Pero, Uclés aparte, ahora se trata más la posguerra que la propia guerra española. Juan Manuel de Prada ha escrito una novela de casi 1800 páginas, dividida en dos partes, Mil ojos tiene la noche (Espasa ) centrada en la colonia española, falangista y republicana del París ocupado, que creo, calculo según Ciryl Connolly, estará presente dentro de diez años entre nosotros, cuando la mayoría de las que ahora se publican sean otra vez solo papel: esta muy buena novela incluye en su trama a Fernando Navales, Urraca, Arrese, Picasso, Óscar Dominguez, Otto Abenz, María Casares, Ana María de Sagi, María de Pombo, en un argumento que roza muchas veces el delirio, al que acompaña el lenguaje.

Por su parte, Andrés Trapiello ha publicado Me piden que regrese (Destino), una bella fábula en el Madrid de la posguerra sobre la necesidad del perdón y la reconciliación. Novela llena de datos que hacen que el lector se haga una idea cabal del paisaje y el paisanaje de la ciudad, crea un personaje femenino excepcional y describe lugares al modo de una cámara oculta con una trama que, gracias a la intervención de un policía franquista, no decae.

Y ahora, dos escritores que han hecho del humor e ironía su seña de identidad, por muy distintos que sean: Rafael Reig con la novela Cualquier cosa pequeña (Tusquets ) y Juan Tallón, con El mejor del mundo (Anagrama ). La novela de Reig es un simulacro de una novela de espías y hace tiempo que no he leído en castellano una narración con tamaños recursos... Parecería una especie de Evelyn Waugh menos circunspecto. Lo de Juan Tallón, novela por otro lado muy bien escrita, juega con la doble identidad de una manera inteligente y original.

Otra autora gallega, Cristina Sánchez Andrade, con Habitada (Anagrama ), hace una disección de esa tierra gallega, rural, mediante los avatares de Manuela, una mujer a la que creen poseída, que tiene el corpo abierto. La novela tiene momentos espectaculares, sobre todo cuando retrata a las gentes que acuden fascinadas a sus peroratas. 

Por otro lado, Ana Rodríguez Fischer, con Notre Dame de la Alegría (Siruela ), ha escrito una novela sobre Maruja Mallo, una de las grandes pintoras españolas del siglo que creo imprescindible.

Alejandro Palomas ha vuelto con Una vida (Destino) a dar vida a una madre, con todos los recursos literarios que posee, que son variados e inteligentes y disecciona el miedo, lo que se calla, lo que sabe, lo que le hace feliz... 

Rubbi Rada en La residencia (Ediciones del Viento  simboliza a través de una casa de estudiantes lo que es Venezuela, su historia, sus deseos, sus derrotas, hasta concluir que Venezuela es un descomunal fracaso. Robert Juan Cantavella, narrador muy interesante, en Detente bala (Candaya), nos ofrece la parodia de un mundo dislocado que es, evidentemente, el nuestro... O se le parece.

Por último, Fer Rivas, en Yo era un chico (Sexto Piso ), escribe una larga carta de un adolescente a su padre, que está en coma en un hospital, que parece a las antípodas de la de Kafka. Es la primera novela de su autor y posee una certera cualidad como es la de la fina descripción de un chico homosexual.

Ya digo: una buena cosecha.

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