“Quiero agradecerte que escribas y que me lo hagas llegar”. En enero de 1993, Pasqual Maragall vive como alcalde de Barcelona la resaca de los Juegos Olímpicos. Entre viajes y reuniones, lee las últimas obras de Xavier Rubert de Ventós. “Ya casi solo me interesa leer, aparte de los diarios –que hablan de mí o no–, lo que escriben los amigos, sobre todo si es bueno”.
Es la última de una treintena de cartas conservadas de entre las que Maragall envió a Rubert de Ventós durante una vida de amistad, concentradas en los respectivos periodos de formación. Cultura/s ha accedido a la correspondencia inédita que forma parte del fondo del filósofo, político y profesor universitario, fallecido en el 2023. Un fondo donado a la Universitat Pompeu Fabra, que, después de cinco años, ha inventariado las valiosas 175 cajas de documentos personales, profesionales, correspondencia, libros, vídeos y fotografías.
A través suyo, se recorren, sobre todo, los intereses del joven Maragall, que encuentra en Rubert de Ventós a un sparring ideal para contrastar aquello que lee y piensa, como un hermano mayor intelectual. El carteo los dibuja como personajes de Los detectives salvajes de Roberto Bolaño, que se consultan, se explican y se persiguen mientras se mueven por diferentes geografías.
Rubert de Ventós y Maragall en Empúries, los dos en el centro de la foto, con dos personas sin identificar (sin fecha)
Maragall y Rubert de Ventós son amigos de infancia. Coinciden en la escuela Virtèlia. Pasqual es dos años más pequeño. Xavier frecuenta la casa familiar del poeta Joan Maragall, y le despierta el interés por las lecturas filosóficas. En julio de 1957, Maragall, con dieciséis años, cuenta con encontrarse con Rubert de Ventós, que está en París. En otoño, se matricula en la licenciatura de Derecho en la Universitat de Barcelona. Xavier estudia primero y le presenta a un estudiante mayor, José Ignacio Urenda, que lo introducirá en el mundo político.
En agosto del año siguiente, Rubert de Ventós está en Bruselas por la Exposición Universal. Maragall, que espera coincidir, ya conoce la ciudad. No le ha convencido. “Quizá porque estaba en obras y ahora debe ser modernísima”. Le recomienda Amberes y Rotterdam. Todo le interesa. “Me hago un hartón de leer”. Descubre al poeta Miguel Hernández. Va mucho al cine. El silencio es oro, de René Clair, una reflexión sobre la juventud, y ¡Viva Zapata!, de Elia Kazan, sobre la revolución mexicana, no son estrenos, pero las considera “las mejores que yo haya visto nunca”. Se matricula también en Económicas.
En otoño de 1959, Rubert de Ventós está en Londres. En Barcelona, Maragall se encuentra inmerso en un ambiente polarizado del que intenta distanciarse, a pesar de sentirse empujado. Se resiste a “dos tentaciones: el marxismo y el catolicismo”, pero le da “pereza pensar en el futuro”. Ve un partido de rugby de la selección inglesa por televisión y se imagina al amigo entre el público. El silencio, la rigidez, la solemnidad de la banda militar le parecen “absolutamente ridículos”. El mundo anglosajón no le satisface. “Ya me explicarás lo que queda detrás de eso”.
Los dos amigos, en el New York University Village, delante de una obra de Picasso
“De vez en cuando, vete a ver qué pasa por los medios proletarios: en Inglaterra debe ser curiosísimo”. Maragall vive con pasión la estancia del amigo y lo anima a suscribirse a algún diario como el socialdemócrata The Observer. Se encuentra en “una especie de pasión por el estudio, la historia de España sobre todo, que desconocía tanto!”. Escribe en horas muertas en la facultad, a donde va poco. “Compra todos los libros que encuentres con documentos sobre España, especialmente historia social y económica”. Le interesa Mouvements ouvriers et socialistes (chronologie et bibliographie). L’Espagne 1750-1936, de Renée Lamberet. “Es único para tener algo más que puta idea de lo que es la historia de España”.
Ahora estamos en febrero de 1962. Rubert hace una estancia en Madrid. Maragall, en mayo, evita la detención cuando cae el Front Obrer de Catalunya, el FOC, en el que milita, igual que Xavier, ambos siguiendo a su artífice Urenda. Sin embargo, en los meses que siguen, no se desanima. Con Xavier, y Raimon Obiols, se dedica a repartir octavillas y hacer pintadas nocturnas.
⁄ Un joven Maragall encuentra en Rubert de Ventós a un sparring ideal para contrastar aquello que lee y piensa
Al empezar el año 1964, Maragall, con veintitrés años, conoce a Diana Garrigosa. Confiesa a Rubert de Ventós, ahora profesor visitante en la Universidad de Cincinnati, que se ha enamorado. “Son esos ojos en los que me puedo perder, una presencia que reconozco desde el fondo de mí mismo, la necesito mucho, me da miedo que demasiado, quiero decir que, cuando no está, me siento desacompañado y, cuando no me mira, me siento olvidado”.
En junio, Xavier está en Dallas, camino de México. El paisaje le hace pensar en la novela Tortilla flat, que narra la pobreza en Estados Unidos. Se lo describe a Maragall en una postal. “A medida que bajas, piensas cada vez más en John Steinbeck: gente que sale y entra, siete u ocho coches destartalados en la puerta, casas de madera llenas de quincallas, retratos de hace cincuenta años, potes y sillas”. También visita la avenida donde en noviembre asesinaron a John F. Kennedy. “Hoy he hecho la reconstrucción”.
Rubert de Ventós y Maragall con Jaume Soler y alguien sin identificar (imagen sin fecha)
Pasqual, en octubre de 1964, está en Utrecht. Xavier, en Barcelona, pero pronto se marcha al Goethe Institut de Murnau, Alemania. Maragall está preocupado. Junto a su grupo de amigos, los han sacado de la revista Promos, pero les han dado una página económica en Destino. Él se encargará de coordinarla. “Tengo miedo de meter la pata porque el público economicista es, a su manera, muy exigente”. Maragall se licencia en Derecho y Económicas y Rubert de Ventós, en Derecho y Filosofía.
Pasqual y Diana se casan en diciembre de 1965. Él trabaja en el gabinete de programación del Ayuntamiento de Barcelona y en el servicio de estudios del Banco Urquijo, pero, durante los primeros seis meses del año siguiente, hace una estancia de prácticas en París bajo la tutela de Jacques Delors, futuro primer ministro socialista y presidente de la Comisión Europea. Se pierde la Caputxinada. De retorno, se reincorpora a sus trabajos.
Al empezar el año 1970, el FOC se disuelve, fruto de las disensiones entre la izquierda. Maragall se siente desorientado. La dictadura todavía tardará en caer. Decide marcharse para tomar distancia y pide una beca Fulbright para ir a Estados Unidos. Rubert de Ventós también se marcha. En los tres años siguientes, será profesor visitante en las universidades de Harvard y Berkeley, antes de retornar.
En noviembre de 1971, Maragall está en Nueva York. Una tarde patina sobre hielo en el Rockefeller Center con sus
hijas, Cristina y Airy. Nieva. Está pendiente de si las aceptarán en la escuela. “El cabrón de Nixon ha recortado todos los programas de educación, welfare, y ahora nadie tiene dinero para pagar maestros, para el vaso de leche de las diez, para nada”.
Maragall y Rubert de Ventós, en una fotografía de agosto de 1990
Se ha matriculado en un máster de Economía Política y Diana, en uno de Economía, en la New School for Social Research. Como universidad, “no es muy seria –dice–, hay mucha gente en las clases, no aprietan, son muy democratiquets, pero los profesores, sobre todo todos los míos, son muy buenos y conocen bien el oficio. Estoy estudiando mucha economía internacional, que es lo que quería”.
En adelante, Maragall considerará Nueva York como su segunda ciudad. “Si tuvieras que hacer caso de lo que dice la clase media de aquí –la poca que queda–, estamos viviendo casi el apocalipsis. Se nota que los felices cincuenta y sesenta fueron muy felices, porque esta ciudad está extraordinariamente bien organizada y, sin embargo, todo el mundo se queja. Paro el carro de la sociología barata. Cuando vengas, ya verás la suciedad de las calles y la maravilla de todo lo demás y te podrás hacer tu filosofía personal sobre la cuestión”.
⁄ La treintena de cartas forman parte del fondo del filósofo, político y profesor, fallecido en el 2023, donado a la UPF
Los Maragall hacen una breve visita a Barcelona. Pasqual vuelve a coincidir con Xavier. Y también con Urenda, de quien reconoce que “siempre me ha impresionado mucho, casi abrumado”. En el avión de vuelta, lee el primer artículo de Francis Scott Fitzgerald, el autor de El gran Gatsby, sobre los años veinte. Maragall se queda en la New School hasta la primavera de 1973.
De retorno, se siente descolocado, pero, como siempre, encuentra calor en Rubert de Ventós y el refugio familiar de este en Sant Martí d’Empúries. A partir de este momento, la correspondencia languidece. La presencia de ambos en Barcelona la hace innecesaria. Xavier tiene treinta y tres años y Pascual, treinta y uno. Ambas trayectorias, como profesor e intelectual el uno, como político el otro, toman vuelo. La amistad pervivirá.
