Nunca estudié en Harvard, aunque durante un año pasaba por el campus de esta universidad cada día.
Cuando me dieron la beca Fulbright para estudiar Liberal Arts en EE.UU. el 1991, los maravillosos responsables del Comité conjunto hispanoamericano que se ocupaban del tema me avisaron. Con la Fulbright resultaba muy fácil ser aceptado en cualquier facultad del país, incluidas las de la Ivy League, con tres excepciones: Harvard, Yale y Stanford. A esas tres, consideradas la élite de la élite, y al parecer las más exigentes en su admisión, la Comisión Fulbright no presentaba entonces estudiantes, y quien la deseaba debía tramitarla por su cuenta.
Opté por un centro cercano, Boston University, y fue una buena decisión porque allí encontré a profesores inolvidables como el sociólogo Peter L. Berger o la experta en pintura Erica Hirschler. Pero esa es otra historia.
Aquel curso mi mujer y yo alquilamos a los profesores Ángel y Joan Berenguer su apartamento de Medford, en la periferia bostoniana. Y camino de mis clases cada día pasaba por Cambridge, la localidad que aloja a Harvard, separada de Boston por el río Charles, para coger allí la línea roja en la estación de metro, tomar café y muffins en alguno de sus acogedores establecimientos o comprar libros en The Coop.
⁄ Fue fundada en 1636, poco después del desembarco del Mayflower, y su crecimiento estuvo ligado al esplendor de Boston
Nunca estudié en Harvard, pero sí estudié su importancia en mis cursos de historia de Boston con obras como Bibles, Brahmins and Bosses de Thomas O´Connor. La universidad más antigua de EE.UU. fue fundada en 1636, pocos años después del desembarco de los peregrinos puritanos del Mayflower, y debe su nombre al clérigo John Harvard, su primer benefactor. En sus primeros siglos su crecimiento estuvo ligado al esplendor bostoniano. En el divertido The Proper Bostonians, Cleveland Armory recuerda que la plana mayor de la élite urbana (los Cabot, Lowell, etc.) pasaron por el centro que pronunciaban “hahvud”.
En sus inicios educó a eclesiásticos y magistrados; más tarde desfilaron por sus aulas autores como Emerson y Thoreau. Y con ellos investigadores que serían laureados y futuros hombres de negocios, diplomáticos y políticos, como los Kennedy y distintos presidentes del país.
Otro ex-alumno, Henry Adams, sentenció que “el clero unitarista había dado a la universidad un carácter de moderación, equilibrio, juicio, contención, que los franceses llamaban mesure, de modo que sus licenciados podían ser reconocidos por este sello”.
Como alma mater de los brahmines, la clase dirigente bostoniana calificada con este término la regó de donaciones. Y su sistema de clubs y fraternidades constituía “el mas exclusivo de cualquier college en America”. Clubs masculinos que evidentemente se han transformado.
Cuenta hoy con doce facultades, entre las más prestigiosas en el plano internacional; residencias ; siete museos de primera categoría, como el de Historia Natural, el Peabody o el de Arte. Su Widener Library es la mayor biblioteca académica del mundo.

Imagen de la Business School de la Univesridad de Harvard, en Cambridge, EE.UU.
Resulta difícil no quedar cautivado por la atmósfera serena y cuidada de su campus, con majestuosas construcciones neoclásicas romanesques como el Sever Hall; abundantes edificios de ladrillo rojo y alguna aislada pieza de arquitectura moderna como el Holyoke Center de Josep Lluís Sert. En invierno una capa fina de nieve cubre a menudo sus cuidados jardines y senderos, donde se han rodado películas como el arranque de La firma, basada en la novela de John Grisham. Pocos lugares en el mundo dan mejor la idea de un paraíso universitario.
Nunca estudié en Harvard, pero es difícil no sentir fascinación por su compromiso puritano de servir a la sociedad y su voluntad de sublime excelencia, arropados por el equilibrio estético y matizados por cierta altivez que ha dado tradicionalmente pábulo a sus críticos. Pero que en su conjunto cimentan la institución líder del primer plante académico serio frente a las arbitrariedades de Trump. Es difícil no admirar a la Universidad de Harvard.