Uno de los cambios más significativos que se han producido en el mundo en los últimos años, tal vez el más determinante del último medio siglo, es el progreso en la erradicación de la miseria. En 1980 cerca del 40% de la población mundial vivía en condiciones de pobreza extrema. Hoy, ya es solo el 10%. Vivimos en un mundo de clases medias.
Esta transformación no ha afectado por igual a todos los países de lo que hace cincuenta años se llamaba el tercer mundo. África se ha quedado atrás. Se ha producido en América Latina y, sobre todo, en Asia, y dentro de Asia en China, que ha tenido un protagonismo indudable.
Se trata de un progreso tan significativo que sus efectos no se han hecho sentir únicamente en los países en los que se ha producido, sino en todos los rincones del mundo. La incorporación de más de mil millones de personas a la economía productiva ha transformado la relación mundial entre el capital y el trabajo, con cambios –no siempre positivos– de las condiciones laborales, y ha trasladado al interior de los países, incluyendo a los más ricos, la enorme desigualdad que antes había entre el mundo desarrollado y el mundo en desarrollo. No creo que el fenómeno Trump, por ejemplo, pueda explicarse sin estas transformaciones. Todo esto hace que hoy tenga un gran interés examinar la evolución de los países que han protagonizado este progreso, en particular de China, por sus dimensiones.
⁄ Dezcallar explica muy bien las razones por las que el totalitarismo ilustrado es viable en China
Tres libros aparecidos en las últimas semanas pueden sernos muy útiles. En La revolución cultural (Acantilado), Frank Dikötter, profesor de Humanidades de la Universidad de Hong Kong, culmina una ambiciosa trilogía sobre el maoísmo, tras La gran hambruna en la China de Mao y La tragedia de la liberación.
Mao, según Dikötter, emprendió la revolución cultural para reforzar su liderazgo. El objetivo oficial era purgar a los burgueses infiltrados en el gobierno, para hacer posible la consolidación de los valores comunistas y evitar regresiones como la de Jruschov en la Unión Soviética. Pero Mao también quería deshacerse de miembros de la cúpula del Partido que veía como una amenaza para su legado. El resultado fue una cruel persecución de sospechosos en aras de la pureza revolucionaria, hasta caer en la guerra civil.
Sin embargo, paradójicamente, como Dikötter señala con perspicacia, una de las consecuencias no deseadas de esa década de purgas fue el despuntar de un proceso de reforma económica desde la base. Cuando el propio ejército fue víctima de la Revolución Cultural, la gente aprovechó el vacío para resucitar el mercado y vaciar la ideología del Partido. Es decir, para enterrar al maoísmo.
En El ascenso de China (Deusto), Rafael Dezcallar, embajador de España en Pekín del 2018 al 2023, analiza con gran rigor y de forma amena, clara y equilibrada el modelo capitalista-leninista actual, partiendo del fracaso del maoísmo y de la aparición de un líder visionario, Deng Xiaoping, que sentó las bases del programa de reformas que ha sacado de la pobreza a centenares de millones de personas.

Bustos de Mao Zedong en el mercado de Panjiayuan, en Pekín
¿Es sostenible el crecimiento económico sin democracia? Rafael Dezcallar explica muy bien las razones por las que el totalitarismo ilustrado es viable en China. La primera es que se trata de un pueblo muy nacionalista que nunca ha conocido la democracia y que, por tradición confuciana, siempre coloca a la comunidad por delante del individuo. La segunda es que el Partido Comunista es una máquina de poder implacable. El sistema está basado en el control total, paranoico. La censura de las redes –la Gran Muralla Electrónica– conduce al pensamiento único. Cada miembro del Partido Comunista tiene una aplicación en el móvil que vigila que actúe como se espera de él. La tercera es el éxito de las reformas económicas, que legitima al sistema.
Dezcallar subraya el rearme ideológico de la era de Xi Jinping y el abandono de un principio de contención característico de la política exterior de la etapa de Deng Xiaoping –“esconde tu fuerza y espera tu momento”– y la aparición de lo que llama la diplomacia de los lobos guerreros, más asertiva y desacomplejada.
En Indopacífico, eje de la geopolítica global (Catarata), Juan Manuel López Nadal, ex embajador de España en Tailandia, con larga experiencia en Asia, ensancha la mirada y nos muestra las implicaciones geopolíticas del ascenso de China en la extensa zona que va del Índico a la costa americana del Pacífico, con la emergencia de la India, la intensificación de las comunicaciones marítimas y de los intercambios comerciales entre los océanos Índico y Pacífico y la rivalidad estratégica entre China y Estados Unidos, que puede marcar el futuro del planeta.
López Nadal analiza de forma magistral las posiciones de los principales actores de la zona –Rusia, Japón, Australia, Corea del Sur, Asean– y los numerosos conflictos entre ellos y con China, en particular el conflicto del mar de China Meridional y el contencioso de Taiwán, dos polvorines de alto riesgo para la estabilidad mundial.
Todos lo hemos leído mil veces: el eje del planeta se ha desplazado hacia aquellas latitudes. Ya no pasa por el Atlántico sino por el Indopacífico. Pero esto tiene una consecuencia que, rehenes del eurocentrismo, no queremos acabar de asumir: lo que ocurre allí nos afecta más a nosotros que lo que ocurre aquí a los habitantes de aquellos países. Esto significa que, en un mundo tan interconectado y tan inestable como el actual, estar informado de lo que ocurre en China y en Extremo Oriente es imprescindible. De ahí el valor de estos tres libros.
Frank Dikötter
La revolución cultural
Acantilado
Rafael Dezcallar
El ascenso de China
Deusto
Juan Manuel López Nadal
Indopacífico, eje de la geopolítica global
Catarata