Aunque se ha debatido mucho sobre la “memoria democrática”, en Barcelona una de las principales arterias del Barrio Gótico sigue llamándose “Ferran”, en referencia a Fernando VII, un monarca conocido por su carácter traicionero y brutal. El hecho es que el absolutismo, en Catalunya, tuvo muchos más partidarios de los que algunos querrían reconocer.
En 1827, durante la revuelta de los agraviados, miles de personas se alzaron para protestar contra un gobierno que, a sus ojos, no era lo bastante reaccionario y tenía secuestrado al soberano. Fernando, para acabar con aquel movimiento, no tuvo más remedio que dejar Madrid y actuar sobre el terreno. Lo hizo acompañado de su tercera esposa, de la que sabíamos bien poco. María José Rubio, especialista en historia de la realeza, rescata su figura en María Josefa Amalia de Sajonia, reina de España (Fundación Banco Santander, 2024).
Hija de un príncipe alemán, aquella joven de apenas quince años iba a casarse con un hombre veinte años mayor, necesitado con urgencia de una esposa que le diera el ansiado heredero. Según una historia muy conocida, la noche de bodas resultó desastrosa: la inexperta niña se habría asustado ante la lujuria de un marido sin delicadeza. María José Rubio, sin embargo, sostiene que se trata de un episodio apócrifo. Documenta, por el contrario, las expresiones que utilizaba el Rey Felón para cortejar a su media naranja. Mientras se dedicaba, con empeño digno de mejor causa, a fusilar liberales, la llamaba “Pepita de mi corazón” o “pimpollo mío”, entre otros apelativos cursis.
María Josefa Amalia de Sajonia
Ella respondía con poemas privados y una fidelidad ideológica absoluta. Defendía el absolutismo desde un maniqueísmo radical: Fernando representaba el bien; la Constitución de 1812, el mal. El liberalismo era anarquía; el parlamentarismo, caos. “¿Quién ha de domar a un pueblo que es soberano?”, se preguntaba. Para ella, la libertad beneficiaba únicamente a los sinvergüenzas.
Uno de los pocos poemas que publicó estuvo dedicado a Fernando VII cuando este partió hacia Catalunya en 1827. Los rebeldes aseguraban por entonces que los masones controlaban la voluntad real, algo absurdo en un monarca que daba constantes muestras de antimasonismo. La reina exaltaba a su esposo como pacificador del “furor” partidista. Prefería tenerlo a su lado, pero asumía que, como esposa, no debía entorpecer su acción de gobierno.
Sus detractores, en cambio, la consideran un simple instrumento bajo el control del rey. No les falta razón: la joven, en ausencia de su esposo, no sabe dirigir la Corte y tomar decisiones por sí misma. Fernando VII, entre tanto, no pierde ocasión de enviarle cartas apasionadas donde le dice cuantas ganas tiene de besarla “en la punta de la nariz”. Finalmente, el matrimonio, se reunirá y entrará triunfalmente en Barcelona. La rebelión queda, por el momento, sofocada, pero faltan pocos años para que los ultrarrealistas vuelvan a las andadas, esta vez como carlistas, y desaten una contienda civil.
María José Rubio
María Josefa Amalia de Sajonia, reina de España
Santander Fundación. 376 páginas. 20 euros
