“La rebelde realidad no se amolda a la premura. Es demasiado tortuosa para que nadie la enderece, demasiado arrugada para que la alisemos, demasiado compleja para ser recogida en los cinco versos rimados de un limerick ”. Esta declaración de principios del escritor y periodista neerlandés Frank Westerman en el inicio de su nuevo libro, La indómita especie humana (Abada Editores), sirve para introducirnos en el método Westerman para responder a las grandes preguntas de nuestro tiempo.
En España conocimos al autor, en 2006, gracias a las traducciones de El Negro y yo , una aproximación a medio camino entre la investigación y la vivencia personal a la figura del hombre disecado en un museo de Banyoles, un ensayo en el que ya planteaba una cuestión que iba a ser determinante a lo largo de su trayectoria: ¿dónde situamos el listón de lo que es normal, la frontera de lo que estamos dispuestos a aceptar sin hacernos preguntas?
Anticipándose varios años al debate sobre la posverdad, Westerman ha cimentado su carrera en la obsesión por los hechos demostrables. Eso le ha permitido navegar entre el mito y la realidad en asuntos como las grandes obras hidráulicas de la era soviética, el Arca de Noé o la misteriosa muerte de 1.746 personas, en 1984, por las emisiones venenosas de un lago en Camerún.
Tenemos que atenernos a los hechos, repite machaconamente Westerman a los alumnos enrolados en el curso que dirige como escritor invitado de la Universidad de Leiden, en el arranque de La indómita especie humana . En su nuevo ensayo, el autor zarandea sin remilgos el árbol genealógico de la paleoantropología, o, dicho de una manera más coloquial, de los “cazadores de homínidos”, para comprobar qué hay de ciencia y qué hay de mito tanto en el relato como en los huesos que han llegado hasta nuestros días.
“Me asombra que el sentimiento nacional influya en la búsqueda de nuestro origen”
Desde el hallazgo del homínido Lucy (“Gracias a su atractivo apodo se subió inmediatamente a la fama de los Beatles cuando fue descubierta en 1974; si se hubiera dado a conocer con su nombre de catálogo, AL 288-1, el lanzamiento no habría tenido éxito”) hasta el Homo floresiensis (por la isla indonesia de Flores), que utiliza como hilo conductor de su historia, el autor realiza una inédita indagación personal sobre los hombres que han escrito la historia de nuestra especie.

Frank Westerman, autor de 'La indómita especie humana'
Como acostumbra en sus libros, Westerman, que además de ser un escritor riguroso conoce los secretos de la tensión narrativa, se reserva para el final un viaje analógico en el que tratará de desbrozar en persona la literatura que envuelve los hechos. Su secreto es haber alimentado con oficio ese misterio para que el lector afronte el final del relato con ánimo de explorador: ¿Tendrá de verdad el Homo florensiensis la importancia que se le atribuye en la escala evolutiva?, ¿pertenece a una especie humana distinta?
El texto de Westerman, que está trufado de científicos entrañables y disparatados, cráneos que viajan en correo postal y paleopolítica a espuertas (“Me parece asombroso que el sentimiento nacional influya en algo tan transfronterizo como la búsqueda de los orígenes del ser humanos”), consolida un estilo narrativo diferente de cualquier otro.
Su investigación parte siempre de las fuentes más próximas, como las celebridades locales de la paleoantropología o alguna Madame Gérard que vive en una casa cercana y que lo sabe todo sobre eso que usted está buscando. Y de ahí avanza sin apriorismos y evitando los caminos trillados, trazando una ruta que a veces parece caprichosa pero que, al final, le permite encontrar conexiones insospechadas.
El mismo elegante discurrir que sirve a un novelista como Patrick Modiano para recorrer los laberintos de la desmemoria es el que practica Frank Westerman en su caminar en el filo entre los hechos y la leyenda. Con todo el tiempo del mundo por delante, en abierto desafío a un periodismo actual en el que el imperio de las métricas y de la productividad sofocan la capacidad de llegar hasta el fondo de las historias. Como si fuera también su propósito hallar el eslabón perdido del buen reporterismo.