A finales de los años ochenta, un personaje intentó hipnotizar a los telespectadores soviéticos para que siguieran creyendo en el comunismo mientras la perestroika fracasaba y caía el Muro de Berlín: Anatoly Kashpirovsky. Era famoso por realizar sesiones de hipnosis masivas y curar todo tipo de enfermedades a través de la televisión. En aquella época, Saodat Ismailova miraba la pantalla fascinada desde Tashkent. Todavía no conocía Arslanbob, en la vecina Kirguistán, el bosque de nogales mayor del mundo, famoso por su belleza, pero también por sus fantasmas. Se ve que el árbol produce más dióxido de carbono que oxígeno y libera toxinas que pueden provocar efectos alucinógenos en personas y animales. La artista uzbeka recuerda que, de pequeños, los mayores les aconsejaban no dormirse nunca bajo un nogal, porque se pensaba que atraían los malos espíritus. Para ella, la pesadilla pasaría por volver a ver a Kashpirovsky durante la perestroika, un periodo que califica de “obsesivo y sofocante, lleno de contradicciones, que ha marcado profundamente a todos los que lo vivieron”.
Su respuesta es, precisamente, Arslanbob: The Healing Forest (Arslanbob: el bosque que cura), una experiencia de cine expandido que lleva el séptimo arte y las artes escénicas a otro nivel. Porque la inmersión es total. Durante el pasado Kunstenfestivaldesarts en Bruselas, Ismailova intentó recrear la inmersión en aquella pesadilla. Primero, a través de un paseo por el bosque de las Beguinas de la capital belga, un trayecto de veinte minutos entre hayas, olmos y cerezos a la puesta de sol, para acabar en un claro rodeados de pantallas, delante de un bailarín, Muhtor Asrorov, que nos ha hecho de guía, y bajo la mirada fantasmal de Durdona Tilavova, una presencia distante y transparente, que nos observa y se deja ver poco.

La artista uzbeka Saodat Ismailova
⁄ La propuesta d’Ismailova lleva el séptimo arte y las artes escénicas a otro nivel; la inmersión es total
Ismailova, en la pantalla, encadena imágenes de una veintena de películas provenientes de la Asia Central soviética y post-perestroika, con el añadido de una producción propia que intercala en medio de los otros filmes. Es un acto hipnótico en toda regla. No en balde, veremos a Kashpirovsky. Pero no será él el protagonista del viaje, sino el paisaje de Arslanbob fusionado con el bosque de las Beguinas. Para la artista, el cine nos ofrece “la posibilidad de entrar en un mundo imaginario que se parece mucho a la experiencia que vivimos en nuestros sueños”. En Arslanbob: The Healing Forest pretendía que nos perdiéramos en su bosque, no psíquica, sino mentalmente, mientras nos preguntamos por qué estamos en el bosque sin encontrar la respuesta definitiva.
La integración de cine y teatro en espacios no convencionales, a menudo lejos del jaleo de la ciudad, es un fenómeno al alza. El año pasado, en Temporada Alta, pudimos disfrutar de Paisatges compartits, un proyecto liderado por el Théâtre Vidy-Lausanne y coordinado por Caroline Barneud y Stefan Kaegi (Rimini Protokoll) que nos permitió pasar el día por los bosques y campos de Celrà. Al final, El Conde de Torrefiel nos plantaba la instalación Yo no tengo nombre, una gran pantalla led en la que la naturaleza expresa todo lo que tiene que decir a los seres humanos del presente. El Sismògraf de Olot ofrece cada año un buen número de espectáculos integrados en el paisaje volcánico de la Garrotxa.

'Arslanbob: The Healing Forest' en el bosque de Bruselas
⁄ “Mi trabajo está ligado a la reflexión sobre las manipulaciones y la propaganda que podemos oír hoy de forma abrumadora”
“Mi trabajo está al mismo tiempo ligado a la reflexión sobre las manipulaciones y la propaganda que hoy podemos oír de forma abrumadora”, dice Ismailova. Ella trabaja entre Tashkent y París, y su obra, tan performativa como cinematográfica, se ha visto en la Berlinale, el Centro Pompidou, la Bienal de Venecia. En el Kunstenfestivaldesarts ya estuvo en el 2019, donde presentó el díptico Zukhra / Stains of Oxus. Su trabajo está íntimamente conectado a otro gran realizador no convencional, el tailandés Apichatpong Weerasethakul, que en el 2016 fue invitado de honor del certamen, lo que significó una importante retrospectiva de sus filmes y el estreno de Fever Room, que definió como una película “en tres dimensiones”.
Cuando sales del bosque de las Beguinas de Bruselas para coger el tranvía en la parada Marguerite Yourcenar, dirección al centro, con el sol ya puesto, todas las imágenes que Ismailova nos ha propuesto y el último tramo a pie en medio de los árboles, entendemos lo que nos ha querido decir la artista cuando afirma: “Espero que sentiremos la presencia del bosque, que nos sentiremos abrazados por ella y que de alguna manera, nos sumergiremos, cosa que nos permitirá sentir una presencia mayor, una presencia que existía antes de nosotros y que subsistirá después de nosotros”. Quizá no iremos nunca a Arslanbob, en “la puerta del tigre”, que Ismailova descubrió cuando investigaba, precisamente, sobre el tigre de Turan, un gran felino que desapareció en los años sesenta del siglo pasado. A partir de eso hizo el filme The Haunted (2017). Arslanbob: The Healing Forest es una experiencia que va mucho más allá del cine convencional. Es una pesadilla soviética en medio del bosque, con seres extraños y un hipnotizador famoso que aparece a la pantalla.