En 1986, ya instalado en Italia desde hacía casi dos décadas, Gregor von Rezzori (1914-1989) publicaba en Alemania su última ficción, El expreso de Oriente, que se inicia con un rico hombre de negocios de origen armenio alojado en un hotel de lujo de Venecia en plena canícula. Y al igual que en 1958, cuando vio la luz otra de sus novelas más subestimadas, Un armiño en Chernopol, Rezzori ponía en circulación una novela fuera de su tiempo, descolocando así a buena parte de la crítica alemana que, cayendo en los tópicos de siempre cuando se ocupa de su obra, seguía considerando básicamente a Rezzori el autor de las historias magrebinas, un entrañable anciano, algo cascarrabias, autor de varios libros evocadores de la antigua monarquía austrohúngara, y que residía en Italia, donde se dedicaba a participar en programas de televisión y publicar reportajes de viajes.
Más de un cuarto de siglo después de su muerte, la estupenda editorial Temporal (retomando la labor que en su momento hicieron Barral, Anagrama, Sexto Piso y Reino de Redonda) publica en primicia mundial una antología de aquellos reportajes y textos (en selección y traducción del incansable promotor de su obra, el cubano José Aníbal Campos) dedicados a Italia, su país de adopción, país en el que aterrizó ya mediados los años sesenta tras una vida nómada que le había llevado desde su Czernowitz natal, en la actual Ucrania, pasando por Bucarest y Viena, el Berlín de la guerra secuestrado por los pardos (donde publicó tres novelas románticas) y ciudades como Hamburgo, Múnich, París y Roma. Durante aquellos años llegó a formar una familia, se bregó a partir del año cero en la radio de posguerra alemana tutelada por los británicos (retransmitió con un colega de origen griego la sentencia de los juicios de Nuremberg) y colaboró asiduamente en la prensa. Era autor de dos novelas que muy pocos fueron capaces de apreciar (uno de ellos fue el pintor George Grosz), y más conocido por participar como actor en películas francesas y ser la comidilla de la prensa del corazón que por ser un escritor que se tomara su carrera con la seriedad e implicación con la que lo hacían autores como Heinrich Böll o Günter Grass.
⁄ Más conocido por sus apariciones en películas francesas y en la prensa del corazón, pocos apreciaron sus libros
Así que, como muy acertadamente indican en su epílogo el escritor alemán Jan Wilm (nacido accidentalmente en Barcelona) y el mismo José Aníbal Campos, Rezzori encontró en Italia un bálsamo para el sufrimiento que le había ocasionado Alemania (y de paso a su tercera mujer, el amor de su vida). Aunque leyendo este volumen y concretamente su texto La capilla Sansevero, donde un anciano caballero afirma que “puede que le suene paradójico, pero para entender Nápoles es preciso haber conocido Praga, la vieja Praga” (conexión que en 1973 ya avanzó el eslavista palermitano Angelo Maria Ripellino en su Praga mágica), un lector osado se podría atrever a afirmar que fue en Italia, y concretamente en la Toscana, donde Rezzori se reencontró con la cultura centroeuropea que marcó su infancia y juventud en las capitales de la Bucovina y de Rumanía durante los años veinte y treinta del siglo XX. Y es que Italia, por motivos históricos y geográficos, era el país occidental más sensible a esa Europa secuestrada de donde provenía él y fue en este país donde el apátrida Rezzori encontró refugio, probablemente hastiado de la falta de humor de una sociedad alemana obsesionada con el sentido de la culpabilidad.
Afincado definitivamente en Donnini en 1967 con la galerista Beatrice Monti della Corte, a la que conoció en una fiesta organizada por la familia Feltrinelli, los italianos –sobre los que uno en su desconocimiento de lo italiano se atreve a afirmar que siempre han demostrado una gran inteligencia vital– lo acogieron como uno más de los suyos. Y fue en su finca, no lejos de Florencia, donde culminó su carrera como novelista con varias obras maestras, que el lector español ha tenido la suerte de poder leer.

Gregor von Rezzori
⁄ Su lectura nos permite disfrutar de su inteligencia e ironía al hablarnos de las ciudades italianas y de sus gentes
Sin embargo, este volumen sirve sin duda para que sus lectores seamos conscientes de que Rezzori no distinguía al escribir entre sus grandes obras de ficción y estos encargos (y buena muestra de ello es seguramente el más logrado de ellos, Aquel verano …, dedicado a la ciudad de Siena), que escribió para revistas de viajes como Merian o Geo o que publicó en dominicales de la prensa alemana; su lectura nos permite disfrutar de su inteligencia e ironía al hablarnos de las ciudades italianas y de sus gentes de forma desacralizadora (qué delicia es leer el texto que cierra el volumen, Italia o ¿Cómo sustituir unos lugares comunes por otros?), pero con gran ternura, pues aunque Rezzori no se consideraba un escritor profesional o, por lo menos, no ejercía como tal, con su libro italiano se demuestra que su obra es una de las más importantes de la literatura de expresión alemana de la segunda mitad del siglo XX, y el suyo uno de sus nombres imprescindibles, y solo nos queda la esperanza de que sirva para que el gran público, incluido, sobre todo, el alemán, (re)descubra la obra de Gregor Von Rezzori, un ejemplo perfecto del modo en que la visión de un artista puede crear la realidad, y no solo la realidad aparente de su obra, sino una realidad palpable y viva, concretamente vivida.
Gregor von Rezzori
Passeggiate. De viaje por Italia
Selección, edición y traducción de José Aníbal Campos.
Temporal Casa Editora. 240 páginas. 20,90 euros