Cristina Fernández Cubas (Arenys, 1945) es licenciada en Derecho por la Universitat de Barcelona y diplomada en Periodismo. Ha residido, entre otras ciudades, en El Cairo, Buenos Aires, Lima, París y Berlín. Autora de las novelas El año de Gracia (2015), El columpio (1995) y La puerta entreabierta (2013) y de las memorias Cosas que ya no existen (2001), es, sobre todo, autora de relatos, y sus largos silencios son tan inquietantes como lo fueron los de otra excelente cuentista, Ana María Matute. Todos los cuentos (2009) reúne, en edición de Fernando Valls, los publicados desde Mi hermana Elba (1980) a Parientes pobres del diablo (2006), a los que siguió La habitación de Nona (2015).
Ahora, diez años más tarde, publica Lo que no se ve, seis relatos de diversa extensión, dependiendo de la ligereza o de la densidad. Unos son claramente autobiográficos y ella es la protagonista; en otros, espectadora de extrañas situaciones. Desde el mismo título se define la naturaleza del libro, algo que se dará en muchos de los relatos. En Tú Joan, yo Bette , se nos dice que los narradores omniscientes “s e creen superiores en todo lo que ven. Pero no lo viven”; la vida de Bette, como este libro, “ no tiene continuidad. Sólo fragmentos”; y “la imaginación es un potro desbocado”.
En Monomio se celebra “ la facilidad para transformar lo extraordinario en lo más natural del mundo” y, del mismo modo que como lectores vivimos lo que leemos, aquí “ logró con su relato que yo también estuviera allí”. Finalmente, encontramos una explicación al hecho de que Arenys, tan presente en su escritura, no aparezca aquí. Ni siquiera cuando tiene la oportunidad de hacerlo. Así, en ¿De qué se habla en las fiestas? se menciona con frecuencia el colegio (en otros será la universidad) pero en ningún momento se menciona que es el impresionante Col·legi La Presentació donde estudió ella. Se menciona Barcelona un par de veces, pero sólo de pasada.
Es decir, que aquí, a Cristina, ciudadana del mundo, no le interesa ambientar los lugares familiares al lector. En Buco encontramos la clave. Estamos en la ciudad de M***, como en Kafka estamos en K, donde el narrador acompaña a su esposa al Salone della Moda. “Andábamos por las calles de M***. Por la ciudad de M***. Tres asteriscos y punto. Se me dijo que, al escribir, evitara en lo posible cualquier topónimo que pudiera conducir a una localización indeseada”. Naturalmente, esto lleva a las hipótesis. M*** bien podría ser Milano. Y en estas hipótesis está el ancla del lector, que se encuentra con una serie de palabras de extraño significado.
En Monomio, las palabras “ el Otro”, así como el mismo “Momomio”. En La hermana china , el nombre de Adelfa. Y sobre todo en El Buco , donde una visita a la catedral da el significado de la palabra. “ El placer del conocimiento”; “palabras que nombraban lo que nunca se me había dado nombrar. Y comprendían. Comprendían conceptos como Infinito, Absoluto, Eterno, Inmensidad”. “Me oigo, así, decir en un tono sorprendentemente pausado que tal vez lo que llamamos Dios (…) no sea más que la respuesta a todas estas preguntas”.
Hipótesis que no son más que un juego que encierra de lo más inmediato a lo más delirante. Lo secreto, el misterio, la fantasía, lo que se calla, con referencias concretas a la época: a la señora Francis, a las faldas escocesas. Recuerdos que conducen al futuro. Una inmensa cantidad de significados semiocultos en una narración limpia, amena, con finales sorprendentes y brillantes y un viaje fascinante de lo más inmediato y visible a lo que no se ve pero que se vive intensamente.
Cristina Fernández Cubas Lo que no se ve Tusquets 172 páginas 18,90 euros