Todos para uno y Alatriste para todos

Novela histórica

El personaje creado por Arturo Pérez-Reverte protagoniza su octava aventura tras quince años de silencio narrativo. Analizamos esta nueva entrega y la trascendencia de su personaje protagonista

Alatriste

Detalle de una de las ilustraciones de Joan Mundet para 'Misión en París', la nueva aventura del capitán Alatriste 

Joan Mundet / Alfaguara

Hace mucho tiempo aproveché que Fernando Fernán Gómez daba una conferencia en mi ciudad olivarera para escucharlo. Yo era un joven entusiasta de sus artículos, novelas y obras teatrales, así que asistí a su charla desde las primeras filas. Con su voz jupiterina y su dicción adiestrada en las tablas dinamitó la absurda diferenciación entre literatura culta y popular, o lo que es lo mismo, entre alta y baja literatura, pues a su entender sólo existía la buena y mala literatura. Llevaba más razón que un santo.

Misión en París, octava entrega de las aventuras del capitán Alatriste, reitera el espíritu de la saga: entretener a raudales en un viaje de ida y vuelta al siglo XVII con una narrativa que sintetiza lo culto y lo popular, tal como hacían muchos autores del siglo de oro. Según la famosa división de Umberto Eco –un entusiasta de Pérez-Reverte– entre apocalípticos e integrados, los libros del capitán estarían entre estos últimos, al formar parte de una cultura de masas que asume una larga herencia literaria para mejorarla con los aportes de la modernidad.

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Ilustración de 'Misión en París' 

Joan Mundet / Alfaguara

⁄ El argumento da un giro que pilla de imprevisto, al plantear una misión capaz de enmendar la historia

En la nueva peripecia alatristesca, el académico logra la cuadratura del círculo. En primer lugar, rinde homenaje a las novelas de Alejandro Dumas al introducir a sus cuatro mosqueteros en la trama, manteniendo Alatriste e Íñigo Balboa sendos duelos con Athos y D’Artagnan sin que a la postre los espadachines queden necesariamente como enemigos. A ver, esto de trasvasar los mosqueteros de Dumas al territorio revertiano es para quitarse el sombrero, mejor dicho, el chambergo. En segundo lugar, el protagonista de papel homenajea al de celuloide al incorporar la frase más emocionante de la película. En tercer lugar, el argumento da tal giro en el tramo final que pilla de imprevisto al lector y lo hace dar un bote, pues plantea una misión capaz de enmendar la historia, algo que ya sucedió en El puente de los asesinos con el tema de la conjura de Venecia. Y, por último, la destreza profesional se consuma en cómo evolucionan los personajes.

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El escritor Arturo Pérez-Reverte durante la presentación en Madrid de su nueva novela sobre el capitán Alatriste, 'Misión en París' 

Dani Duch

Quevedo retoma su papel diplomático en la intriga, y como tiene la mecha corta en lo referente a Góngora, no pierde ocasión de injuriarlo, algo con lo que me troncho, porque jamás he soportado el culteranismo. El maño Sebastián Copons acentúa si cabe su lealtad hacia sus compañeros así haya paz o suenen los disparos, y en su primera valoración parisina, Notre Dame se le antoja más o menos como la catedral de Huesca. El cordobés Juan Tronera, un veterano de los tercios que sale por vez primera, me gusta especialmente por el carácter que le otorga Pérez-Reverte, el cual capta una forma de ser andaluza alejada de los estúpidos estereotipos. Íñigo Balboa, cronista de las aventuras del capitán, ha cumplido los dieciocho y es correo del Rey, y continúa enamorado hasta el corvejón de la irresistible Angélica de Alquézar, convertida en una joven mujer fatal que deja atrás los malvados arrebatos de la adolescencia, mas no su naturaleza manipuladora y caprichosa.

Alatriste alcanza la máxima depuración de su personalidad expresada por la parquedad verbal y gestual, se ve poseído en ocasiones por un sombrío ensimismamiento de estirpe conradiana, exuda un aplomo que no elude la altanería por donde aflora su honor, y acepta su sino con una carga extra de melancolía que sólo alcanzan en la madurez las personas inteligentes. Las necias, nunca. Y el cardenal Richelieu se nos muestra con una fascinante altivez, como un iceberg de arrogancia y un dechado de mefistofélico pragmatismo. Su mera presencia carga de tensión las escenas. El suspense está servido.

Los innumerables seguidores de Alatriste encontrarán en Misión en París una novela en la línea de las anteriores, pero aún mejor.

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Ilustración de 'Misión en París' 

Joan Mundet / Alfaguara
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