El misterio siempre nos ha fascinado. Lo desconocido y el inframundo están en la esencia de lo narrativo. Hay otros mundos, pero no están en este… Bajo la realidad existe una suprarrealidad, un mundo paralelo e inconsciente donde anidan nuestros fantasmas, miedos y demonios. Las pulsiones son aquellos contenidos reprimidos de los que habló Freud. Aquello que nos incita hacia lo prohibido y lo desconocido. La mirada voyeur, lo mórbido o, simplemente, lo raro y extraño.
Este estilo, estética o forma de contemplar las otras realidades más allá de la razón ha estado desde hace siglos en las artes, la literatura o el cine. Tanto el romanticismo, el simbolismo, el decadentismo del siglo XIX como las vanguardias rupturistas del XX, con el dadaísmo y el surrealismo al frente, han versado sobre el misterio, las pulsiones y la suprarealidad.

'El cíclope' (1914), del pintor simbolista y onírico francés Odilon Redon
Hoy son diversas las novedades editoriales que merodean estos temas, desde sagas tan populares como Blackwater (Blackie Books) de Michael McDowell a cuidadas reediciones como la de La divina comedia de Dante ( Infierno, Blackie Books), antologías de poesía gótica como Amores eternos (Alba), miradas sobre La locura compiladas por Enrique Vila-Matas (Gris Tormenta), ensayos narrativos como Almas ancestrales de Tom Shroder (Errata Naturae) y turbadoras novelas como Crisálida de Fernando Navarro (Impedimenta).
CLÁSICOS. El origen parte de la llamada literatura gótica que despunta a finales del siglo XVIII y se extiende por todo el siglo XIX. Se dice que El castillo de Otranto (1764) de Horace Walpole fue la primera novela que poseía este gusto por el terror oscuro y medieval, aunque posiblemente fueran el Frankenstein (1818) de Mary Shelley y el Drácula (1897) de Bram Stoker las obras más representativas. En Alemania los cuentos de E.T.A. Hoffmann son también muy representativos. En general, la narración breve es la que mejor ha encajado con esta creación de mundos extraños, inquietantes y desconocidos. Como precedentes literarios también podemos fijarnos en la cuidada reedición del Infierno (Blackie Books, 2025) de Dante que describe como debe ser el reino del inframundo. Ese averno imaginario por el que podemos sentir una curiosa y malsana fascinación.

Imagen del infierno según la 'Galería Dantesca' pintada por Filippo Bigioli (c.1859/1860)
Esta primera parte de La divina comedia fue publicada en 1472. El libro está dedicado a su amada Beatriz, que murió prematuramente. Ríos de fuego y lagos de hielo componen este infierno que nos sumerge en lo más oscuro. Ahí nos encontramos con el barquero Caronte, la isla de los muertos y el abismo más temible. Como propone Stephen King, esta es la primera novela de terror, nunca igualada. La edición contiene el original en italiano (poesía), una versión en prosa traducida y toda una serie de anexos sobre el infierno, sus visiones, la música…, además de toda una extensa galería de imágenes de fuentes muy diversas.
Dentro de la tradición de los cuentos de terror, sin duda los norteamericanos Edgar Allan Poe y H.P. Lovecraft son dos maestros fundamentales. Tanto la poesía como los cuentos de Poe son expresiones del atormentado mundo interior de su autor, marcado por la temprana muerte de sus padres y su joven esposa. Ahí quedan cimas como El cuervo, Leonor o Anabel Lee. Adicto al alcohol y a las drogas, su figura es el arquetipo de la bohemia decadente sin ningún tipo de esplendor. Sus Cuentos de terror en la traducción de Julio Cortázar son una de las obras más reeditadas. ¿Quién no ha leído con pasión El gato negro o La caída de la casa Usher? Por no hablar de las múltiples versiones cinematográficas realizadas por Roger Corman. La estela de Poe permea la modernidad desde su influjo sobre simbolistas franceses como Rimbaud o Baudelaire o su incidencia sobre la cultura audiovisual del siglo XX. Probablemente, no podríamos entender ni a David Lynch ni a Tim Burton sin su influencia. Misterio, oscuridad, necrofilia, sadismo, mundos ocultos… Todo cabe dentro del inquietante mundo irracional de Poe.

El actor Boris Karloff como Frankenstein
H.P. Lovecraft es otro caso de una vida atormentada, marcada por una infancia enfermiza y la creación de un poderoso mundo interior que llamamos horror cósmico. Sus relatos hablan de posesiones, alienígenas o prácticas esotéricas. Creador de ese ficticio Necronomicón o libro de saberes arcanos y magia negra que provoca la locura o la muerte en quien lo lee. Noctámbulo y solitario que escribió cuentos célebres como El horror de Dunwich (1928), La llamada de Cthulhu (1926), Las montañas de la locura (1931) o novelas cortas como El caso de Charles Dexter Ward (1941). Muchas de ellas se publicaron en revistas pulp como Weird Tales. Los mundos de Lovecraft siempre están habitados por extraños seres del inframundo y dimensiones espaciales.
En Francia la estela de lo irracional y oscuro alcanza de lleno a todos aquellos artistas que quieren desafiar a la razón y al cientifismo del siglo de las luces. Desde el romanticismo hasta el simbolismo lo ancestral, las ruinas medievales, los paisajes desolados son el centro de atención, hasta que desde ahí nos adentramos en poderosos y ocultos mundos interiores. Esta es la escuela de pintores como Odilon Redon o Gustave Moreau que beben de las fuentes de precedentes como el Bosco o Goya y sus pinturas negras. De ahí parten las puertas hacia el absurdo y la suprarrealidad institucionalizada por el movimiento surrealista.
⁄ Solo es cuestión de partir del absurdo para adentrarse en la realidad alternativa, poblada de fantasías o miedos
Por el camino quedan poetas del decadentismo, inquietos y bellamente melancólicos. El joven Rimbaud, a quien la musa musical Patti Smith considera el primer poeta punk. Charles Baudelaire y Las flores del mal (1857), un canto a la depravación, al erotismo y a la belleza más mórbida y decadente. Sin olvidar obras veneradas por los surrealistas como Los cantos de Maldoror de Isidore Ducasse (conde de Lautréamont, 1870) o biblias del dandismo como À rebours (1884) de J.K. Huysmans.
Entre las novedades literarias dentro de esta vertiente poética destacaríamos Amores eternos, poesía gótica (Alba, 2025), que reúne autores mayormente románticos anglosajones como el visionario William Blake, William Wordsworth, Samuel T. Coleridge, Percy B. Shelley, A. Tennyson o los más tardíos Oscar Wilde y W.B. Yeats. Entre los primeros no podía faltar lord Byron. Así empieza uno de sus poemas:
OSCURIDAD
“Tuve un sueño, que no era del todo un sueño.
El sol resplandeciente se había apagado y las estrellas
vagaban a ciegas por los espacios infinitos,
sin brillo y sin rumbo, y la tierra helada
giraba ciega y tenebrosa en el éter sin luna;
llegaba el alba y pasaba... y volvía, pero no traía el día;
y los hombres olvidaron sus pasiones en el temor
de aquella su desolación; y todos los corazones
se congelaron en una oración egoísta suplicando la luz;
y vivieron junto a las hogueras nocturnas…”
SUPRARREALIDAD. Esta oscuridad de la que habla Byron es la misma que sirve a modernos creadores de la suprarrealidad como el cineasta David Lynch para crear umbrales que nos llevan del mundo real a territorios inquietantes donde nuestros miedos o pulsiones campan a sus anchas. El concepto suprarrealidad nace de la traducción correcta del francés surréalisme. Se refiere a una realidad oculta, superpuesta, alternativa y que subyace a la realidad que habitamos. Pintores como Magritte o Dalí la pintan con línea clara, introduciendo elementos descontextualizados, paisajes nítidos que albergan relojes en la arena, tijeras que cortan las nubes y toda una galería de imágenes figurativas que remiten a lo onírico. La suprarrealidad parte de la ensoñación o la imaginación más abyecta. Esa que lleva a creadores como David Lynch a idear películas tan extrañas como Eraserhead (1977). Otros, como nuestro Luis Buñuel en El ángel exterminador (1962) o Belle de jour (1967), no necesitan hacer alarde de atmósferas malsanas. A veces solo es cuestión de partir del absurdo que tanto gustaba a dadaístas como Artaud o Duchamp para adentrarnos en esa realidad alternativa poblada de fantasías o miedos.

'Alicia en el país de las maravillas' en la versión cinematográfica de Tim Burton
MISTERIO Y PULSIONES CONTEMPORÁNEAS. De estos miedos nos habla Vila-Matas, entre otras cosas, en sus cinco miradas sobre La locura. Chéjov habita un pabellón de un sanatorio mental para descubrir que locos como Iván Dmítrich pueden estar más cuerdos que quienes son sus cuidadores. La idea es que hay más locos fuera que dentro. “Decenas, centenares de locos pasean en libertad porque su ignorancia es incapaz de distinguirlos de los sanos. ¿Por qué entonces yo y estos desgraciados debemos estar aquí por todos, como chivos expiatorios?”.
Aparece otro segmento de Cervantes, uno de Laura Adler hablando de la locura de Margarite Duras y se cierra con una narración sobre cómo Dalí y Le Corbusier conquistan Nueva York en la posguerra. El método paranoico-crítico del surrealista es una de las formas de crear distorsiones de una realidad que no alcanzamos a comprender. Tal vez la locura sea la que nos centre.
Almas ancestrales de Tom Shroder constituye un ensayo narrativo donde el doctor Stevenson plantea la reencarnación como una evidencia científica. Diversos pacientes en momentos críticos de su enfermedad han recordado escenas de otras vidas. Un joven que recuerda haber muerto de tuberculosis, una adolescente que fue atropellada al cruzar la carretera… Se trata de un libro fascinante que se lee como una novela.

Un enigmático ingenio inspiraba las obras de los artistas surrealistas, como este 'La prêtre marié' (1961) del pintor belga René Magritte
Antes de pasar a la ficción habría que recordar alguna obra de aire posmoderno como Lo raro y lo espeluznante (Alpha Decay, 2018), en la que Mark Fisher mezcla la literatura de Lovecraft o H.G. Wells con la música de Brian Eno o el cine de Kubrick y Fassbinder. En esta misma línea, Resonancia siniestra (David Toop, Caja Negra, 2013) trata al oyente como un médium y al sonido como una fantasmagoría o metáfora de revelaciones místicas.
Dentro de la ficción es obligado hablar del fenómeno Blackwater, escrito por el difunto Michael McDowell, quien fue guionista de Tim Burton o de series de televisión como Alfred Hitchcock presenta. La historia de una familia de Alabama sirve para encadenar muertes y extraños sucesos bajo un entorno sobrenatural que ha fascinado a lectores de todo el mundo. Todo empieza cuando una riada da pie a una extraña aparición.
⁄ Lo irracional y oscuro alcanzó a los artistas que querían desafiar a la razón y el cientifismo
Pese a que esta saga de seis volúmenes apareció a finales de los ochenta, ha vivido recientemente un revival que ha servido para que Blackie Books lo editara en nuestro país el año pasado, mediante una bonita edición en cofre de bolsillo con algún extra para coleccionistas.
De entre las novedades, Crisálida (Impedimenta) de Fernando Navarro es una novela inquietante que recoge la atmósfera de la anterior y está igualmente vestida de drama familiar. La niña Nada abre los ojos en un sanatorio al que no sabe cómo ha llegado. Prosa árida y poética al mismo tiempo, que nos lleva a bosques en las Alpujarras y Sierra Nevada. Una presencia aguarda en el corazón del bosque… Folk-horror y universos lisérgicos para una historia de abandono infantil.

Fotograma de la serie 'Twin Peaks', de David Lynch
Inquietante David Lynch
David Lynch nos dejó apenas hace unos meses. Su pérdida llenó de luto el mundo del cine porque quienes crecieron en las postrimerías del siglo XX aprendieron que, bajo un mundo idealizado de vallas blancas y césped verde, había un inframundo de pulsiones reprimidas, tan fascinantes como perturbadoras. Su popular Blue Velvet (1986), sirvió para que una teen movie propia de aquel tiempo nos contara cómo un inocente joven caía preso de la fascinación por una misteriosa Isabella Rossellini.
Morbo, mirada voyeur y personajes inquietantes poblaron la filmografía de Lynch desde la romántica El hombre elefante (1980) hasta Corazón salvaje (1990). Ahí queda también, entre la frontera del mainstream y lo provocador, la conmovedora historia de la desaparición de Laura Palmer que capitaliza la popular serie Twin Peaks, que arrasó en los primeros años noventa.
Seguidor de la senda iniciada por Polanski en cuanto a la austeridad y crudeza de la imagen, pese a ser mucho más estético que este. Seguidor de esa modernidad que contempla el sonido como un elemento altamente expresivo, aunque sea desde sonoridades profundamente abstractas. Zumbidos y líneas de frecuencias bajas que acompañan a travellings por pasillos en los que el espacio desaparece hasta sumirnos en la más inquietante oscuridad. Coetáneo de otros maestros de pulsiones elegantes como David Cronenberg, Lynch fue siempre un esteta que diseñó muebles y vistió sus interiores.
La esencia de Lynch fueron siempre las atmósferas malsanas y bellamente oscuras. Planos como pinturas que evocaban formas de aquel expresionismo abstracto con el que creció. No fue Pollock ni Motherwell, pero su cine fascinó como lo seguirá haciendo en los años venideros por una estética tan extraña como envolvente. Todo ello acompañado de ese canon surrealista y de la suprarrealidad donde se rompe la causalidad del espacio tiempo. Ahí están cimas como Carretera perdida (1997) y Mulholland Drive (2001), entre extremismos como Inland Empire (2006). Junto a ello, Lynch también fue capaz de filmar road movies clásicas como Una historia verdadera (1999), esa en la que un anciano cruza Estados Unidos sobre una podadora, o de escribir libros tan zen como Atrapa el pez dorado (Reservoir Books, 2016) en el que nos habla de conciencia y meditación. Así es la naturaleza de los genios que se reservan un lugar en la eternidad.