El minotauro de Tacoronte. Imperial y melancólico en el laberinto del surrealismo que fue su reino, su lenguaje, su lienzo. El hábitat onírico de la pintura indómita de Óscar Domínguez con raíces canarias y en la vanguardia parisina, rica en la polisemia desafiante de sus símbolos: el drago, el Teide, los abrelatas, el piano, el deseo, las armas de fuego, la sangre. Su militancia poética en Los Cantos de Maldoror del Conde de
Lautréamont –su libro de cabecera plástico–, y de fondo el presagio de la muerte en muchos de sus cuadros.
Claves del magnético extrañamiento de una obra poderosa, orgánica, alucinatoria y vivencial cómo explicita el viaje por la exposición a través del cubismo picassiano, de un surrealismo personal y con resonancias dalinianas, y de la decalcomanía. La técnica que inventó como un ejemplo del automatismo categórico, dándole protagonismo al azar y a lo insurgente del proceso creativo, a la imaginación interpretativa del espectador.
Óscar Domínguez, hacedor simbólico. Bohemio feliz en su Autorretrato parisino (1928) investido de pintor novel asomado a las vanguardias representadas por la torre Eiffel, el aeroplano, los objetos cubistas de la pared, la ventana espejo de Alicia. El tránsito presente también en Mariposas perdidas en la montaña (1934) con la cima sagrada a cuya cumbre ofrenda el fuego una
mujer guanche, reverencial igualmente de una caja de mariposas evocadora de la afición de su padre, signo del vuelo creativo rehén de alfileres, y la liberación desnuda de la otra mujer alejándose del tótem del paraíso camino de su aventura.
‘La Venus del Ebro’ (1943)
Una alegoría de la dicotomía de su obra, sujeta al influjo de la magia primitiva de su tierra y a su fascinación por las fabulaciones del universo del inconsciente. Completa ese ansía de libertad y su gusto por las dualidades Le dimanche ou Rut marin (1935) donde contrapone en un espejo, en referencia a La novia desnudada por sus solteros de Duchamp, un caballo bifronte, centro de un carrusel inmóvil para expresar una subversión contra la identidad en favor del doble, al que corona con la insinuada fuga de una cometa con una cola de labios de sugerente erotismo, y utopía de la libertad con vitalidad de colores desenvueltos.
⁄ El óbito de Domínguez sucedería en la Nochevieja de 1957, el arte ya no sutura su insondable angustia
Óscar Domínguez, médium de la erupción pictórica. Presente en la serie Grisú (1936) con sus fabulosas variantes de Le Lion- Le fenêtre y León-bicicleta, (1936) que recuerdan las placas de gelatina de plata de las fotografías estereoscópicas. Con ellas explora la bestia interior, el deseo voraz y a la vez contenido, el reverso perturbador de la conciencia con un interesante lirismo.
En ese mismo período hace emerger del trance en movimiento espontáneo de su mano las epifanías de la naturaleza, la orografía sísmica de sus pesadillas, sus paisajes de raíces cósmicas. Imágenes de poderosa gestualidad e interacciones de las masas de colores abstractos, en las sinestesias de sus oscilaciones y los magmas oníricos de Nebulosas (1939), Decalcomanía (1936), y Nostalgias del espacio (1939). Extraordinarios campos magnéticos de formas cristalizadas del azar, que albergan el arañuelo de su dramatismo interior, su incesante metamorfosis de ida y vuelta.
'Autorretrato con cabeza de toro, 1941
Óscar Domínguez, el surrealismo feroz. Su voluntad de expresar nuevas dimensiones plásticas, de otorgarle a los objetos –Incluso a los inconscientes– diferentes significados, lo convirtieron en un imaginador audaz y provocativo. Un ejemplo es su pintura capital Máquina de coser electrosexual (1934), escénica coreográfica de dramatismo erótico (Lautréamont y Sade subyacentes) que conjuga el deseo inmolado –la cabeza de toro degollado, su autorrepresentación, cuya sangre eyaculada fecunda la espalda de la bacante del ritual dionisíaco–, la violencia impuesta del placer simbolizada por el perfil del dios Pan con cigarrillo.
Un altar pictórico, una alcoba de disección del surrealismo voraz y su pulsión liberada, resuelto con excelente factura del dibujo que aúna el amor por las formas de Dalí y la pasión de Domínguez por estar dentro de los equilibrios antagónicos del deseo y del sueño.
⁄Su obra está sujeta a una dicotomía, el influjo de la magia primitiva de su tierra y su fascinación por el inconsciente
Le gusta a este mago freudiano jugar con indicios y enigmas, airear los secretos del eros como del thanatos, y en su propósito se sirve de abrelatas, otra de sus herramientas simbólicas, para abrir las gavetas que albergan la violencia interior, la virilidad, el trauma –el desgarro de la proa–. Y también la vulnerabilidad desveladas en Abrelatas (1936) con el disparo de un cazador-escopeta contra la misma proa –transgresión y catarsis en un solo gesto– en un intento de liberalizar la psique, mientras una mano le señala a un pájaro el índice de la fuga.
'La vidente', 1944 '
Una bellísima pintura que adentra la mirada del espectador en las posibilidades de su desenlace. Algo similar propone con otra utilización de los abrelatas en Le Vague (1939) donde las latas de sardinas son ataúdes a la deriva de una ola, y de nuevo la dualidad con el cadáver del arenque y el arenque que fluye en el vientre del mar, eclosión del orgasmo, el de la vida y el de la muerte en un mismo instante. Un desasosiego más evidente en Le solitude (1940) y su geométrico paisaje de fragmentos aristados, punzantes, de colores apagados, encerrados en una metáfora de la mente, del alma en los tiempos de la barbarie de la guerra. Tal vez en este lienzo se inspiró su gran amigo Ernesto Sábato para escribir Sobre héroes y tumbas.
Óscar Domínguez, el dragón elegíaco. Su aspecto se agiganta, la acromegalia lo aproxima a un abismo introspectivo. Se pinta como un Toro herido (1939), con el expresionista cuerpo lacerado, la visceralidad del rojo convierte el color en un grito abisal.
⁄Era su flujo telúrico el que lo transmutaba en un maestro del surrealismo, tangencial a Dalí, a Picasso, a De Chirico
Una metáfora existencial en la que ahonda con la misma intensidad del color investido de tonalidades psíquicas, mediante líneas afiladas, trama de aristas, una puerta roja entreabierta, el altar de la mesa con armas en los cajones abiertos y el hilo cárdeno del teléfono con disco de ruleta en Teléfono y revólver (1943). Amenaza resuelta con el estallido trágico de la sequedad del amarillo, la contundencia de las pistolas que apuntan cargadas al espectador, y la mano ejecutora en Naturaleza muerta y revólver (1947). Cumplimenta así, en la composición antropomórfica, la muerte del toro y del dragón.
Pintaría después Domínguez La diosa de Europa y Rapto de Europa (1953) de esquematismo decorativo ambas y de colores lúdicos en torno al cuerpo circular del toro, carroza mortuoria de su destino conducida por la sacerdotisa con ígnea caballera –recordatorio de las mujeres guanches de 1947 con su ofrenda al volcán–, alegoría del viaje fúnebre del minotauro. Su óbito sucedería en la Nochevieja de 1957. Pero el arte ya no sutura su insondable angustia. Esa misma mañana le envía un telegrama de felicitación de año nuevo a una examante con el dibujo del laberinto de Teseo. Horas después se corta las venas de un largo brazo extendido, igual que el de su Autorretrato de 1933.
⁄ Su voluntad de otorgarle a los objetos diferentes significados lo convirtieron en un imaginador audaz
Nunca pienso, decía Domínguez. Era su flujo telúrico el que lo transmutaba en un maestro del surrealismo, tangencial a Dalí, a Picasso, a De Chirico, admirados en el lenguaje versátil de sus cuadros, de los universos en los que dejó patente su talento, su fuerza, su lucha. Los muchos pintores que fue con un mismo apellido, y en el corazón un pájaro.
Óscar Domínguez Museo Picasso Málaga www.museopicassomalaga.org. Hasta el 13 de octubre
