Enrique Murillo ha trabajado medio siglo en las entrañas del sector editorial español y ahora cuenta su experiencia en estas memorias profesionales que, intencionadamente, titula Personaje secundario y subtitula La oscura trastienda de la edición . En ellas reivindica como inspiración vital a Guillermo, el personaje de Richmal Crompton: un anarquista instintivo, rebelde, díscolo y resistente a la adversidad. Y, al tiempo, reivindica su labor como “personaje secundario”, pero indispensable en la edición de libros de éxito.
El currículo de Murillo (Barcelona, 1944) es singular. Debutó a los veinticinco años redactando informes para el editor Carlos Barral y, tras un lustro en Londres, donde se empleó en la BBC y Europa Press, trabajó a destajo un decenio de incontables horas –como lector de originales, traductor, corrector de estilo, encargado de prensa, intérprete e incluso hábil diplomático que resolvía conflictos institucionales– para Jorge Herralde, en la etapa de consolidación de Anagrama.
⁄ Por el relieve de las empresas en que trabajó y por su anarquismo instintivo, este libro incluye pasajes sabrosos
Abrió luego otra etapa periodística, al frente de El Europeo , revista tan sofisticada como fugaz, asumió un papel relevante en la creación de Babelia, suplemento cultural de El País , y a continuación tuvo cargos directivos en Plaza & Janés, Planeta o Alfaguara.
Dado el relieve de tales empresas y el anarquismo instintivo del autor este libro incluye pasajes sabrosos. Como algunos relativos a su desigual relación con Herralde, al que echa flores como creador de un sello modélico, pero reprocha la prepotencia –“Anagrama c’est moi”– y el ninguneo, concretado en la negativa a contratarle como fijo tras larga colaboración. Una negativa que acabó en ruptura, dolorosa para Murillo, que quiso actuar cual mandarín literario por la consolidación de una nueva narrativa española, e impulsó apuestas tan productivas como la contratación de La conjura de los necios de John Kennedy Toole, o las de Pombo y Marías.
Riesgos de un negocio realmente complicado
“El editor trabaja en un negocio realmente complicado, porque vende un producto con un derecho a devolución que nunca caduca (…). Imprimir es muy caro. Vender es muy difícil. El coste del producto sube mucho si hay traducción, aunque sea pagada con tarifas tercermundistas. Acertar en una tirada elevada (…) pero sin pasarse, porque entonces generas devoluciones, no es nada sencillo. Tratar de cubrir una cantidad razonable del anticipo, cuando éste ha sido muy alto, elevando el precio de venta, es arriesgado…”.
También es jugosa e ilustrativa la edición para Plaza & Janés de El Rey , firmado por José Luis de Vilallonga, paradigma de los llamados libros-acontecimiento por los que la gran industria apreció, a ratos, a Murillo.
O su confianza editorial con Terenci Moix, que en los años en que este entregaba tres libros anuales a Planeta le encomendaba la confección de sus artículos de prensa. U otros sugerentes pasajes, como aquellos en los que destripa el cálculo y la pantomima que se oculta tras la mayoría de los grandes premios literarios. O la verdad (según Murillo) sobre la crisis de la distribuidora Enlace, que suscitó odios africanos entre editores de la gauche divine ; o sobre el divorcio editorial de Jorge Herralde y Javier Marías. O sobre las agallas del propio Murillo, que se presenta como “paria” –comparado con editores patricios que “a la hora de pagar royalties se convertían en el pícaro más pintado”–, pero luego aprendió a torear a la superagente Balcells o a negociar reparadoras indemnizaciones para sus despidos. Guillermo hubiera aplaudido.
Enrique Murillo parece muy franco y, además de reivindicarse, habla en este libro de sus aciertos con el mismo desparpajo que de errores y omisiones. Entre estas, haber tenido acceso temprano a superventas como La sombra del viento de Carlos Ruiz Zafón o El infinito en un junco de Irene Vallejo y no haberse puesto a gritar como un loco “¡hay que comprarlos!”
Esta franqueza también la exhibe al denunciar viejas trapisondas de editor, como los dobles registros de ventas para defraudar a los escritores. Quizás eso obedezca a la convicción de que su primer compromiso le vincula no a sus empleadores, que también, sino a autores y lectores. Convicción similar a la del periodista cuyo primer compromiso es con los lectores.
Por ello añadiré que Personaje secundario se resiente de dos fallos inesperados en un experto editor como Murillo. Primero, las reiteraciones, fruto quizás de una narración cronológica con mucho salto adelante y atrás. Y, segundo, algunas imprecisiones notables: desde escribir que nueve millones de pesetas equivaldrían a 200 millones de euros, o 10.000 millones de pesetas a “unos pocos cientos de millones de euros”, hasta afirmar que en 1989 apenas se conocía en España a Barceló o Mariscal; o que cierta pareja editora barcelonesa no tiene hijos. Probablemente, dichos fallos tengan que ver con la extensión del texto –larga, reconoce el autor–, cuya redacción se ha demorado diez años, acaso en circunstancias cambiantes.
Dicho lo cual, la lectura de Personaje secundario resulta muy aconsejable para cuantos trabajan en el sector editorial, en especial para los más cándidos. También, para todo lector que agradezca la luz que aporta a la trastienda de la edición Murillo, un apasionado de la edición siempre fiel a su instinto de
lector.
Enrique Murillo Personaje secundario Trama editorial 538 páginas 29 euros
