Antes los persas eran conocidos por sus alfombras, ahora lo son por sus películas. Hace ya casi medio siglo que la cinefilia que frecuenta el circuito de V.O., valga la redundancia, no puede parar de ver películas etiquetadas con el distintivo de calidad made in Iran, y lo más paradójico del caso, a priori, es que se trata de uno de los países sujetos a una de las más férreas censuras: el ministerio de Orientación Islámica puede intervenir desde que se presenta el proyecto en forma de guion hasta que se autoriza, o no, el estreno en salas de la película acabada.
España, sin que sirva de precedente, va a ser, el próximo 16 de octubre, uno de los primeros territorios en los que se estrene Un simple accidente, una deliciosa mezcla de comedia negra y thriller político que ya ha arrasado en Francia, país al que representará en los Oscar, después de haber sido portada de Libération con esta lacónica declaración: “Mi sueño sería que mi película pudiera verse en Teherán”. Éxito internacional, invisible en su país de origen, la gran paradoja.
⁄ Iran es uno de los países con una de las censuras más férreas, desde que se presenta el guion hasta el estreno en salas
Para entenderla, habría que retroceder a los albores de la revolución iraní, en 1979, cuando ardieron algunos cines, con espectadores en su interior, dejando presagiar que todo aquello podía acabar como en Afganistán. Pero Jomeini no condenó el cine en sí mismo, sino su occidentalización. Así pudo florecer un cineasta como Abbas Kiarostami, que no sólo fue el mejor en su país, sino también uno de los mejores de la historia. Habitual de Cannes, llegó a ganar la Palma de Oro con El sabor de las cerezas (1997) –compartida, eso sí, con La anguila, de Imamura–, a pesar de que su cine se vio condicionado por la censura, filmando por ejemplo pocos interiores, cuya iluminación estaba regulada para no sugerir ninguna clase de intimidad. A pesar de su constante tira y afloja con el régimen, el maestro pudo seguir haciendo sus películas y ser aclamado en Occidente.
Fotograma de 'El sabor de las cerezas', de Abbas Kiarostami
Pero su discípulo, Jafar Panahi, que empezó siendo su ayudante en A través de los olivos (1994) y debutó como cineasta con El globo blanco (1995), a partir de un guion de Kiarostami, siempre tuvo peor suerte. Sus películas, que también eran más abiertamente políticas, fueron censuradas sistemáticamente – El círculo (2000), León de Oro en Venecia, por hablar de la prostitución; Fuera de juego (2006), Oso de Plata en la Berlinale, de las mujeres que se cuelan a ver el futbol masculino–. La llegada de Ahmadineyad al poder empeoró sensiblemente las cosas. Empezaron los arrestos, y no tardó en ser condenado por propaganda contra el régimen, con entradas y salidas de la cárcel, huelgas de hambre, así como prohibiciones de viajar y de trabajar. Un calvario que se prolongó hasta abril del 2023, cuando por fin le dejaron viajar a Francia, después de una huelga de hambre y de sed que casi acaba con su vida.
⁄ Las películas de Panahi siempre fueron las más abiertamente políticas y censuradas
En todos esos años, mientras otros cineastas como Asghar Farhadi lograban sacar adelante películas que se adecuaban a las normas, como la oscarizada Nader y Simin, una separación (2011) –aquel fenómeno que recaudó veintidós millones de dólares en la taquilla global–, Panahi siguió rodando películas clandestinas, aunque se presentaran con el irónico título de Esto no es una película (2011), rodada en su casa con un teléfono durante un arresto domiciliario. Así, haciendo de la necesidad virtud, Panahi fue perfeccionando un estilo austero de guerrilla, en el que acostumbra a mostrarse a sí mismo tratando de acometer su trabajo, haciendo siempre gala de flema persa, pese a lo desesperado de la situación. En la magnífica Los osos no existen (2022), premiada en una Mostra de Venecia a la que no pudo asistir por estar recluido en la cárcel de Evin, se le ve tratando de filmar una película a distancia, luchando como cualquier mortal contra la falta de wifi: en la película dentro de la película, la actriz Mina Kavani tiene un gesto icónico al arrancarse la peluca –en ocasiones, se autorizan pelucas, cuando el guion exige que las mujeres vayan sin pañuelo (un detalle fascinante)–.
Fotograma de 'Nader y Simin, una separación', de Asghar Farhadi
Pero, para acabar con las paradojas, Panahi pudo, finalmente, desplazarse a Cannes para alzarse con la última Palma de Oro por su película, Un simple accidente, que también es su mayor ajuste de cuentas con el régimen ahora comandado por Hasán Rohaní. Inspirado por sus meses en Evin, arranca con el casual reencuentro, en la vida civil, de un antiguo preso político y el que fuera su cruel guarda de prisión. No se le ocurrirá otra cosa que secuestrarlo, aunque asaltado por las dudas –sobre su identidad, sobre la legitimidad de su venganza–, irá en busca de otros veteranos de la misma cárcel para decidir qué hacer con él. Es, como decíamos, un thriller político, pero rebajado por sus habituales dosis de humanidad, y atravesado por un humor irresistible, que implica a una mujer y a su pareja, cuando se están haciendo las fotos oficiales de su boda, vestidos de novios. Durante todo el vía crucis que relata la película, no podrá quitarse el vestido blanco, como si se tratara de un episodio de Poquita fe. Simplemente brillante.
Jafar Panahi
Un simple accidente
Estreno en cines el 16 octubre
