Feminismo, siempre, y otros asuntos

Narrativa

Chimamanda Ngozi Adichie, la autora de ‘Medio sol amarillo’,  vuelve a poner a las mujeres nigerianas en el centro de su obra e ironiza sobre algunas costumbres estadounidenses

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Chimamanda Ngozi Adichie en una fotografía del 2017 

Llibert Teixidó

Tras doce años Chimamanda Ngozi Adichie (Enugu, Nigeria, 1977) regresa a la novela. La escritora, que tan bien supo articular y difundir el mensaje en favor de los derechos de las mujeres (Todos deberíamos ser feministas, Cómo educar en el feminismo), vuelve a poner la cuestión de género en el centro de su trabajo.

Lo hace ofreciendo el punto de vista de tres mujeres nigerianas de estatus acomodado que bordean la cuarentena. Se aleja así del relato de pobreza y precariedad tantas veces asociado al continente africano. Chiamaka, la narradora –posiblemente la que más bebe de la autora–, su prima Omelogor, y su amiga Kadiatou proceden de familias con recursos, que transitan entre Estados Unidos y su país de origen. El contrapunto de clase lo pone Zikora, guineana, camarera de hotel, quien realiza también tareas domésticas en casa de Chiamaka. Ella será víctima de un episodio de agresión sexual –inspirado, como señala la novelista en las páginas finalesdel libro, en el perpetrado por Dominique Strauss-Kahn en un hotel de París–.

Adichie tiene un indudable pulmón narrativo que desarrolla en cada uno de los capítulos dedicados a estas cuatro mujeres. Sabe contar y dibujar personajes, sus entornos, relaciones e inquietudes. Sin embargo, la novela queda demasiado encapsulada por esos apartados –la pandemia es la excusa que lo justifica, pero podría haber prescindido de ese marco temporal–. Probablemente hubiera resultado más atractiva para quien lee si los cruces entre esas figuras atravesarán más libremente el texto.

⁄ Adichie tiene un indudable pulmón narrativo, pero la novela queda demasiado encapsulada

La presión por una vida asentada –marido e hijos– sigue siendo en su cultura una exigencia personal y social. Así lo vive Chiamaka, que escapa de una relación tóxica en París para acabar encadenando otras. Su amiga Zikora, que ha sido madre –el padre decide desaparecer– también había estado con algunos hombres –los llama “ladrones de tiempo”– que no buscaban un verdadero compromiso.

Omelogor, a sus cuarenta y seis años, vive de forma desacomplejada su soltería. Actúa de forma libre y sin cortapisas –trabaja en un banco y sabe cómo sortear situaciones incomodas, tiene un amigo gay, asiste a fiestas alternativas o idea cómo redistribuir la riqueza de los poderosos con unas ayudas que denominará Robyn Hood–. Este personaje, que al igual que Chiamaka habla en primera persona, resulta el más atractivo del relato por su originalidad y por no ceñirse a los temas obligados. Omelogor dejará el mundo financiero para el que estaba dotada para estudiar un postgrado sobre el papel de la pornografía en Estados Unidos.

La historia de la cuarta mujer, Kadiatou, bien podría ser otra novela –cada mujer podría serlo de una–. Aparecen abundantes menciones a diferentes tribus y costumbres. Su episodio está marcado por las desgracias y tragedias: huérfana, mutilada, sufre pérdidas familiares, sueños truncados…y la mencionada agresión que la condenará en vida. Estas páginas resultan impactantes y su escritura ne­cesaria por mucho que se haya avanzado en la denuncia de estas violencias.

L autora nos invita desde la mirada femenina a visualizar unas realidades, que con sus particularidades, se parecen mucho a las nuestras

La novela retrata un mundo de mujeres que no aciertan con los hombres, que buscan y no encuentran complicidad. Los que aparecen son insalvables. Trata también el tema universal de las relaciones familiares, en especial entre madres e hijas –la comunicación y el deseo de aprobación– y los contrastes culturales entre África y Estados Unidos. Resultan especialmente irónicos los comentarios sobre este último. En su novela Americanah retrataba desde la juventud –de la autora y de la protagonista– el descubrimiento de una sociedad nueva y diferente a la de origen –el racismo en carne propia–. Ahora pasados los años una puede decir sin tapujos que la comida americana es insípida o ironizar sobre a la costumbre en ese país de culpar a los padres de casi todo.

Chimamanda Ngozi Achidie nos invita desde la mirada femenina a visualizar unas realidades, que con sus particularidades, se parecen mucho a las nuestras.

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