Retórica a vida o muerte en la China clásica

ENSAYO

Juan Luis Conde nos guía por la época de los Reinos Combatientes, antes de Cristo, cuando los consejeros imperiales se jugaban la vida cada vez que abrían la boca

SHAANXI PROVINCE, CHINA - April 14: Terracotta warriors from the Terracotta army stand in Xi'an on April 14, 2006 in Shaanxi province, China. The Terracotta Army contains the Terracotta Warriors and Horses of Qin Shi Huang the First Emperor of China. Dating from 210 BC, the terracotta figures were discovered in 1974 by several local farmers near the Mausoleum of the First Qin Emperor. The Terracotta Army includes over 8,000 soldiers, 130 chariots with 520 horses and 150 cavalry horses, the majority of which are still buried in the pits. (Photo by Lucas Schifres/Getty Images)

Guerreros de terracota en la tumba de Qin Shi Huang, primer emperador chino 

Lucas Schifres / Getty

En Convencer o morir, Juan Luis Conde firma un ensayo sorprendente, que invita al lector a mirar más allá de las fronteras del pensamiento occidental. Como advirtió el sinólogo Jacques Gernet, Occidente ha confundido durante demasiado tiempo modernidad con occidentalización, y esa miopía cultural nos impide comprender un mundo cuya influencia es ineludible. El libro de Conde funciona como un puente que nos acerca a un territorio intelectual donde Europa aparece como un rincón remoto y donde muchos de sus mitos y estrategias ya eran viejos siglos antes de su aparición en nuestra cultura.

Conde nos guía por la China de los Reinos Combatientes, medio milenio antes de Cristo, cuando los consejeros imperiales se jugaban la vida cada vez que abrían la boca. Estos shi, una curiosa figura a medio camino entre el intelectual y el caballero andante, tenían por oficio asesorar y convencer a un único interlocutor, el tirano, y orientar su decisión en un sentido u otro por el interés del reino. Si la persuasión funcionaba (lo que no era muy frecuente) el consejero podía alcanzar la gloria a la sombra del poder, incluso ejercerlo de facto; si fracasaba, las consecuencias se escribían con sangre. En las páginas del libro aparecen los que fueron asados a la parrilla, eviscerados, despojados de sus rótulas y otras lindezas que nos ilustran sobre el origen de términos como “martirio chino” y dejan claro que en esos tiempos la retórica era cuestión de vida o muerte.

⁄ Aparecen los que fueron asados a la parrilla, eviscerados, despojados de sus rótulas y otras lindezas

La comparación con la tradición occidental resulta inevitable. Mientras que en Grecia o Roma el orador des­plegaba su discurso como un monólogo solemne ante un grupo numeroso buscando el aplauso y la aceptación general, en China el arte de la palabra se articulaba en el diálogo directo, en la táctica refinada de transformar la voluntad de un solo hombre. Es la ciencia de Confucio, del Tao o del Arte de la guerra de Sunzi, por la que los consejeros recurrían a parábolas, a la flexibilidad y al aprovechamiento del impulso del adversario para reorientar esa voluntad a su favor. El arte de una astucia verbal tan sofisticada como arriesgada que recuerda las andanzas del detective chino el Juez Di, de las novelas de Robert van Gulik: un magistrado que resuelve crímenes y misterios en la corte imperial durante la dinastía Tang con técnicas de sutileza similar.

Conde nos muestra que la historia de estas intrigas palaciegas no es una mera arqueología de la retórica y el poder y establece el paralelismo con nuestros gobiernos contemporáneos, tan claro como inquietante. También hoy las víctimas suelen tener por verdugo al peor enemigo de la sabiduría, el idiota con poder. El autor subraya la vigencia de esa lección con ejemplos recientes. La invasión de Irak en el 2003 o la guerra de Ucrania ilustran cómo la oratoria política se ha consolidado como un soliloquio de élites para élites en el que la ciudadanía es ignorada o despreciada.

Conde nos invita a entender que, tanto en la antigua China como hoy, las consecuencias de no escuchar la voz de la razón y la sabiduría siguen siendo devastadoras

Más allá de la historia, destaca el estilo erudito pero cercano con que Conde conduce al lector. Su prosa, elegante y envolvente ofrece un relato vivo sustentado en traducciones inéditas y ejemplos bien traídos. El resultado es un texto que logra ser a la vez académico y periodístico, culto y narrativo, sin sacrificar rigor ni capacidad de seducción. Conde no idealiza a China, se acerca a ella con el respeto y la cautela del investigador que sabe que toda cultura tiene aspectos inaprensibles y, a través de esos consejeros míticos, nos invita a pensar el poder desde la fragilidad de la palabra y a entender que, tanto en la antigua China como hoy, las consecuencias de no escuchar la voz de la razón y la sabiduría siguen siendo devastadoras.

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