La aventura intelectual y vital de Lolita Franco

Retrato

Perfil de una pionera entre las mujeres españolas en los estudios de Filosofía, escritora, amiga de Cela, esposa y madre de Julián y Javier Marías, a partir de correspondencia inédita

lolita franco

Lolita Franco en una ilustración de Albert Asensio 

 

En el amplísimo haz de artículos periodísticos de Javier Marías es frecuente el recuerdo de su madre Lolita Franco (1912-1977), a quien dedicó su novela Negra espalda del tiempo (1998): “Para mi madre Lolita que bien me ha conocido, in memoriam”, junto a su hermano Julianín, a quien no llegó a conocer. En ese haz tiene especial relieve Aquella mitad de mi tiempo (4-I-2004), donde bosqueja un brevísimo perfil biográfico de su madre: “Estudió en San Luis de los Franceses, en el Instituto Beatriz Galindo, luego Filosofía y Letras (no sin la oposición paterna) en una época en que aún pocas mujeres eran universitarias y fue alumna de Ortega, Gaos, Morente, Salinas, Zubiri. Ya casada, concibió y publicó un libro, España como preocupación, se lo prologó Azorín y tuvo algún problema con la censura franquista. Después… empezamos a nacer nosotros, y aunque siguió dando cursos a veces y siempre la vi luchando por disponer de más tiempo para la lectura, ‘se dedicó a hacer personas’, según escribió mi padre, dando mayor valor a la tarea de ella que a la suya de hacer libros”.

En efecto, Lolita fue alumna destacada de la Facultad de Filosofía y Letras; Ortega y Morente trataron de convencerla para que fuese la primera licenciada en Filosofía, pero lo hizo en Letras a poco de iniciarse la Guerra Civil que se llevó por delante la Segunda República y la Facultad en la que había estudiado. Luego, tras contraer matrimonio con Julián Marías (la boda se celebró el 14 de agosto de 1941, oficiada en latín por el ya presbítero García Morente), fue una madre ejemplar de cinco hijos: Julianín (fallecido antes de cumplir cuatro años), Miguel, Fernando, Javier y Álvaro. Retornó a la docencia en los peculiares Estudios Hispánicos de Soria en los últimos años de su vida (1972-77). Por allí pasaron como conferenciantes Rafael Lapesa, Miguel Delibes, Rosa Chacel, el padre Batllori, Juan López Morillas y Carmen Martín Gaite, entre otros.

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Carnet de alumna de Lolita Franco en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Madrid 

Biblioteca Histórica de la UCM

Siendo ministro de Instrucción Pública de la Segunda República el institucionista socialista Fernando de los Ríos (1879-1949) se inauguró la nueva Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Madrid, que abandonaba el caserón de la calle de San Bernardo para ubicarse al noroeste de Madrid, con el Guadarrama al fondo. Corría el mes de enero de 1933. El decano que impulsaba ese hermoso proyecto (había nacido para decano) era Manuel García Morente (1886-1942), catedrático de Filosofía, formado en la Sorbona y Alemania, profesor de la Institu­ción Libre de Enseñanza y del Instituto Escuela, y ejemplar discípulo de Francisco Giner. En su discurso de octubre de 1932 había dibujado el futuro: “Hay que salir a alta mar y con la colaboración de todos crear una Facultad de Filosofía y Letras que pueda parangonarse con las más ilustres y respetadas del mundo”. Ahí, en esa Facultad, donde enseñaban Ortega, Gaos, Besteiro, Zubiri, Menéndez Pidal, Américo Castro, Salinas y Fernández Montesinos se forjó la carrera universitaria de un buen número de mujeres, entre las que destacaba por su entrega y fascinación, Lolita, quien en una carta a Ortega, fechada en 1953, recordaba: “algo tan vivido en aquellos años de facultad y de oírles a ustedes, a usted sobre todo, fervorosamente”.

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Julián Marías, Lolita Franco y Azorín en 1944 

Biblioteca Histórica de la UCM

Para ilustrar el camino que la nueva Facultad quería recorrer, García Morente puso en marcha el gran proyecto –avalado por Fernando de los Ríos– del Crucero Universitario por el Mediterráneo, a bordo del Ciudad de Cádiz, iniciado el 15 de junio de 1933 y de cuarenta y cinco días de duración. El jefe de la expedición era el propio García Morente. Entre los profesores viajaban Martínez Santa-Olalla, Díaz-Plaja, Lafuente Ferrari y Lluís Pericot de un total de treinta y tres, y del numeroso número de estudiantes baste recordar los nombres de Isabel García Lorca, Matilde Goulard, Soledad Ortega, Laura de los Ríos, María Luisa Oliveros, Fernando Chueca, Julián Marías, Carlos Alonso del Real, Salvador Espriu, Bartomeu Roselló-Pòrcel, Antonio Tovar y Jaume Vicens Vives. Los participantes en el crucero procedían sobre todo de la Facultad madrileña, y en menor medida del Centro de Estudios Históricos, de la Escuela de Estudios Árabes, de las Escuelas de Arquitectura de Madrid y Barcelona, y de la Facultad de Filosofía y Letras de Barcelona. Lolita sacrificó su deseo de participar en el crucero para ayudar a su madre, que iba a tener su noveno hijo. Cuando Julián Marías editó su diario Notas de un viaje a Oriente en 1934, recibió un ejemplar con la siguiente dedicatoria: “A Lolita Franco, este pretexto para hacer el crucero con los ojos”. Era el principio de lo que sería una vida en común.

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Retrato de Lolita Franco en fecha sin determinar 

Biblioteca Histórica de la UCM

Durante sus estudios universitarios Lolita conoce a Camilo José Cela. El momento inicial de esa amistad data del verano de 1934, que las familias de ambos pasan en Las Rozas, en unos chalets contiguos. Un incendio asoló la residencia de los Cela y, tal y como recuerda el premio Nobel en Memorias, entendimientos y voluntades (1993), “a mi familia y a mí nos dieron hospitalidad en el chalet de al lado, que era el de los padres de Lolita Franco, la persona que más influyó en mi ánimo de adolescente, con aficiones y pretensiones literarias”. Y, en efecto, así fue a tenor de la intensa correspondencia cruzada entre 1934 y el final de la Guerra Civil.

⁄ Las memorias de Cela disimulan su enamoramiento (1934-1936) de la mujer a la que dedicó más poemas

No obstante, si esa correspondencia es muy importante para conocer los primeros pasos de Cela, vestido de poeta en esos años de aprendizajes, lo es también –y de modo sustancial– para dibujar la silueta de “una mujer excepcional, inteligente, culta y serena, con la cabeza clara y el sentimiento noble y sereno”, según el texto de las memorias celianas, que disimulan discretamente su enamoramiento en aquellos años (de 1934 a 1936) de la mujer a la que dedicó más poemas entre la realidad y el deseo. Dedicatorias suprimidas, también el poema La rosa (que se reproduce en estas páginas), en las recopilaciones incompletas de sus poesías.

Las cartas de Lolita son espléndidas por su lucidez y buen tino: le intenta corregir su narcisismo existencial, analiza sus poemas con destreza y buen gusto (sus juicios sobre Rafael Alberti son muy sugestivos), le insta a participar más en la vida de la Facultad, le facilita el contacto con Pedro Salinas y, sobre todo, insiste en afiliarle al grupo de universitarios que adoraban a Ortega, aunque en una carta de comienzos de julio de 1936, admite que “son pedantitos, porque saben demasiado para su edad”.

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Con José Ortega y Gasset 

REDACCIÓN / Otras Fuentes

Desgrano brevemente una anécdota. Cela le regaló un ejemplar de la bellísima edición de Canción (Signo, 1935) de Juan Ramón Jiménez. Meses después, junio de 1937, Lolita le devuelve el ejemplar con esta dedicatoria: “Por la tarde grata en que me diste este libro, por la hoja cortada que lleva tu dedicatoria, la amistad clara de Lolita”. El ejemplar, con la hoja cortada, lo descubrí en la Fundación Camilo José Cela (Iria Flavia) hace unos veinte años.

Lolita, pese a su indiscutible pasión por la personalidad de Ortega, estaba también fascinada por la labor docente de Pedro Salinas y José Fernández Montesinos. Los apuntes de sus clases revelan el esmero con que las atendía. Creo que las clases del autor de La voz a ti debida son la clave para su decisión de licenciarse en Filología Española. Y desde luego fueron la espoleta para la redacción en los primeros meses de su matrimonio de La preocupación de España en su literatura (Madrid, Aldán, 1944), que, dada la calidad de la selección de textos, bien podría haber sido la base de su tesis doctoral, dirigida por Salinas. El profesor había dirigido una tesis similar, El espíritu del 98 y los personajes de las novelas de la época, presentada en la Universidad de Madrid en abril de 1935 por Katherine Whitmore, quien recibía el 18 de agosto de ese año una carta del poeta: “Estoy locamente enamorado de ti. Katherine, ésa es hoy mi gran verdad, mi absoluta verdad. Quiero ser tu destino”.

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Hoja de apuntes manuscritos de Lolita Franco de sus clases de Literatura en la Universidad 

Biblioteca Histórica de la UCM

Lolita no olvidó nunca aquellas enseñanzas. Al volver a su título original (que la censura no permitió en 1944), España como preocupación (Madrid, Guadarrama, 1959), indicó en una breve e importante nota preliminar la presencia en la antología de nuevos textos. Los más importantes son, sin discusión, los de Ortega, quien había fallecido cuatro años antes. La selección es magnífica y la introducción al denso capítulo orteguiano, que es el último del libro, contiene esta impagable reflexión: “Vamos a adentrarnos en las páginas del hombre que ha dedicado su vida entera a la preocupación por España, que ha puesto al servicio de ella su poderoso talento, su genialidad filosófica, sus maravillosas dotes literarias, un rigor intelectual y una precisión verbal nuevos en nuestras letras”.

Las lecciones de Ortega son para Lolita inolvidables (la correspondencia que cruza con el autor de España invertebrada durante los años cuarenta y cincuenta así lo acredita), si bien a partir de la segunda edición de España como preocupación, el libro lleva una dedicatoria ejemplar: “A la memoria de mi maestro Pedro Salinas, cuyas lecciones sobre la generación del 98 me sugirieron la idea de esta antología y a quien vi morir entre las nieves de Nueva Inglaterra, soñando con España”. Así es, cuando Salinas fallece el 4 de diciembre de 1951 en Boston, Lolita reside, acompañando a su marido, profesor visitante en Wellesley College, a trece millas de Boston. En los últimos días de vida del poeta los Marías le visitaron con frecuencia.

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Poema mecanuscrito de Camilo José Cela dedicado a Lolita Franco 

Biblioteca Histórica de la UCM

Durante la Guerra Civil –“El fin será amargo, lo sé, y después la convivencia habrá muerto para siempre. ¿Y nuestras derechas, aprenderán o son totalmente incapaces?”, le escribe a Cela el 3 de agosto de 1936– con acendrado espíritu cristiano asiste con generosidad los dolores de la contienda. Un suceso terrible e inolvidable pondrá a prueba su tremenda firmeza moral y vital: el asesinato de su hermano Emilio, de dieciocho años, en la cruel checa de Fomento durante el otoño de 1936. Javier Marías lo ha narrado en Tu rostro mañana 1. Fiebre y lanza: “Mi madre se había echado a la calle a patearse comisarías y checas en busca del hermano menor perdido […] No tuvo suerte y sí dio con él, o más bien con su reciente foto de muerto, de joven muerto, de hermano muerto”.

Los trágicos años de 1936 a 1939 son, pese a las ausencias, los que fraguan el incipiente noviazgo de Lolita y Julián. En el proceso tuvo cierta importancia como mediadora una mujer singular, formada en la Facultad de Filosofía y Letras madrileña, que fue la mejor amiga de Lolita en aquellos años difíciles, pese a residir habitualmente en su tierra, Canarias. Se trata de María Rosa Alonso, de quien Javier Marías escribió en el artículo Mis viejas (28-VI-1998): “Es una mujer de gran alegría, con sus carcajadas generosas y sonoras y su sentido del humor de buena ley. Republicana por los cuatro costados”. Desde La Laguna escribía a Lolita (con el visto bueno de la censura militar) el 12 de abril de 1939: “Julián es de las criaturas más buenas y nobles que he tratado en mi vida. ¿Cómo es posible que tú no correspondas a sus sentimientos?”. Pocos días después de que Marías fuera detenido y encarcelado (15-V-1939) y ante las continuas vacilaciones de Lolita, le escribe (5-VI): “Con él se puede hacer no una familia sino un hogar, que es lo que hay que hacer”. Al poco de salir de la cárcel de Santa Engracia, Alonso, incesante, le escribe: “Cuida a Marías, y no seas tan exigente, que es bueno y fiel”. Son botones de una correspondencia en la que Alonso siempre subraya la disponibilidad enamorada de Julián hacia Lolita.

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Lolita con, entre otros, Julián Marías y Carlos Alonso del Real en 1936 

Biblioteca Histórica de la UCM

Dos personajes, con el apoyo del mediocre novelista Darío Fernández Flórez, llevaron a Marías a la cárcel, apoyándose en diversas mentiras y una sola verdad: la fidelidad de Marías a don Julián Besteiro. Fueron su antiguo compañero y amigo Carlos Alonso del Real y el catedrático Julio Martínez Santa-Olalla, ambos cruceristas en 1933. Tres delatores, que Julián Marías nunca quiso mencionar. Lo hizo su hijo, Javier, en diversos textos, así en la novela Fiebre y lanza: “Yo nunca me había abstenido de mencionar esos nombres cuando se había terciado o había venido a cuento, porque desde niño me los sabía […] y para mí habían sido siempre los nombres de la traición”. Lolita hizo todo tipo de gestiones para conseguir la libertad de Julián, y aunque seguramente no fue decisiva, la ayuda de Cela es indiscutible. Lolita le dio las gracias el 17 de junio por el certificado que le había remitido para la judicatura: “El certificado es magnífico, muy bien de contenido, muy bien hecho y muy bien escrito. Nos ha gustado mucho y te damos por él las mejores gracias”. Por su parte, Marías, que en sus memorias, Una vida presente (1988), recordó que Cela “hizo un magnífico certificado retórico y rimbombante, que hubiese valido la pena conservar”, en una carta del 12 de agosto de 1939 (había salido de la cárcel cinco días antes) le confiesa: “No sabes cuánto estimo tu buena amistad, tu afecto sincero, tu interés grande por nuestras cosas”. Julián ya hablaba también en nombre de Lolita.

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Con Ramón Menéndez Pidal en 1947 

Biblioteca Histórica de la UCM

Los meses iniciales de la posguerra son ásperos y fríos. Lolita y Julián trabajan sin cesar con la esperanza –ya es de los dos– de una pronta boda, que llegaría en la canícula de 1941. Al compás de la redacción por Julián de la Historia de la Filosofía (1941), Lolita imparte clases –todos los testimonios hablan de su excelencia como docente– de Filosofía en su antiguo colegio y de Literatura Española en los Sagrados Corazones de Fuencarral y en un centro de nueva planta creado por los Marías y algunos amigos, el Aula Nueva de Preparación Universitaria. La docencia, que Lolita llamaba “cura de reposo”, se alternó con la edición y traducción de una amplia selección de escritos y discursos de Napoleón, bajo el marbete De Córcega a Santa Elena (1941). Tiene razón su hijo Javier, quien en la entrevista que concedió a The Paris Review (2006) dice acerca de su madre: “Hace poco he descubierto un libro que tradujo del francés al español cuando tenía veintitantos años, una selección de cartas de Napoleón, con un breve prólogo muy bueno”. Olvida Javier que su madre, con sabiduría y sutileza, introduce los diversos períodos de la vida del Emperador. Ahora bien, desde su matrimonio –incluso, antes– lo que Lolita trae entre manos es el libro, de título forzado por la censura y prologado por Azorín, La preocupación de España en su literatura (1944), que seguirá revisando y ampliando hasta su segunda edición quince años después. Conocimiento histórico, destreza y sensibilidad críticas (el capítulo de Pardo Bazán es soberbio) y ademán orteguiano son pilares de una obra, que es un clásico de esa temática, de la que se han ocupado, al margen de Américo Castro y Sánchez Albornoz, Menéndez Pidal, Gregorio Marañón, Salvador de Madariaga, Pedro Laín, José Antonio Maravall, Guillermo de Torre y un largo etcétera que debe incluir al propio Julián Marías.

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Ejemplar del libro de Lolita franco 'La preocupación de España en su Literatura', con una dedicatoria a Julián Marías 

Biblioteca Histórica de la UCM

Tras esta intensa aventura intelectual, Lolita tuvo que atender al nacimiento (entre 1945 y 1953) y cuidado de sus cinco hijos. Buscaba incansablemente tiempo para la lectura y daba algunos cursos para estudiantes norteamericanos. En un artícu­lo del 2001, su hijo Javier sintetizaba el cambio tras la publicación de España como preocupación: “Después mi madre tuvo cinco hijos y, como tantas mujeres de su tiempo, dejó la actividad laboral bastante de lado para dedicarse a nosotros”.

La experiencia americana de los meses finales de 1951 y durante 1952, al cuidado de sus hijos y acompañando a Julián en Wellesley, le ofreció algunas satisfacciones, como también la nueva experiencia de 1956 –ahora en Yale University– o ya, en la década de los sesenta, los viajes por Europa. Las mayores alegrías de Lolita vinieron de los veranos sorianos, que culminaron en los años setenta con su principal participación en los cursos de Estudios Hispánicos.

Bien es cierto que a partir de la mitad de su vida, su actividad intelectual pasa a segundo plano, aunque el capítulo sobre Ortega de la segunda edición de su gran libro es muy relevante. Lo que no perdió nunca fue su capacidad perentoria de diálogo, de atención y de respeto por los demás. La confesión de su hijo Javier en el 2006 es un buen colofón de su vida: “Yo diría que comprendía a la gente y al mundo mucho mejor que mi padre”.

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Ejemplar del libro de Napoleón traducido por Lolita Franco 

Biblioteca Histórica de la UCM
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