Vermeer, Rembrandt y sus “segundones”

LATIDOS

Benjamin Moser repasa la fascinante edad de oro de la pintura holandesa en 'El mundo del revés'

TOPSHOT - Britain's Catherine, the Duchess of Cambridge, looks at the famous Dutch 17th century painting

Kate Middleton contempla ‘La Joven de la Perla’ en el Mauritshuis, 2016

Robin Van Lonkhuijsen / AFP

En 1996 La Vanguardia me envió a La Haya, para cubrir la mejor exposición jamás consagrada a mi pintor favorito. El Museo Mauritshuis, que ya contaba con la mejor colección de Vermeer, consiguió reunir otras obras muy relevantes dispersas por el mundo. De las 35 conocidas se juntaban 22, probablemente más de las que su creador llegó a ver juntas en el estudio. Al final del recorrido con los comisarios me quedé cerca de una hora disfrutando de las obras, varias de las cuales rayan la perfección. Aquel rato casi a solas con Vermeer -mis colegas habían ido abandonando las salas- sigue constituyendo la más emocionante experiencia estética que he experimentado en mi vida.

En aquel mismo viaje, la Oficina de Turismo de Holanda me llevó a ver también una exposición sobre artistas coetáneos del celebrado en el Mauritshuis. Esa segunda muestra me desconcertó bastante. 

Yo pensaba hasta entonces que una razón del magnetismo de Vermeer radicaba en la originalidad de sus temas, como mínimo comparados a los de la tradición pictórica que yo conocía mejor. Pero allí pude ver que en la llamada edad de oro de la pintura holandesa (o neerlandesa, o de los Países Bajos, la terminología ha ido cambiando) las escenas intimistas abundaban, repitiéndose a menudo la disposición de interiores con luz cenital de ventanas; los ricos alfombrados; las mujeres leyendo cartas... 

Entendí que Vermeer había absorbido un imaginario visual muy característico de su entorno y su época... y lo había sublimado al máximo nivel. Porque aunque tuvieran afinidades temáticas, ninguno de los coetáneos se aproximaba de lejos a la intensidad visual y espiritual que comunican los cuadros vermeerianos.

⁄ Benjamin Moser recupera las figuras de Rembrandt, Vermeer y sus coetáneos en El mundo del revés

Lo cierto es que la pintura holandesa de esa época tiene un gran poder de atracción. Comparada a otro gran Siglo de Oro, el de la pintura española, se libra del peso religioso y en cambio destaca en cotidianeidad. Al lado de Vermeer se alza otra figura inmensa, la de Rembrandt, mucho más productiva y documentada. Con el tiempo, sin ceder la admiración por el primero, ha ido creciendo mi aprecio por la pintura de Rembrandt, profunda, solemne y a la vez cargada de atención al ser humano concreto, algo que a Vermeer no parece importarle demasiado.

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Una visitante contempla dos retratos de Rembrandt en el Rijksmuseum de Amsterdam 

EFE

Esos recuerdos los he reavivado leyendo el libro de Benjamin Moser El mundo del revés. Encuentros con los maestros neerlandeses, que publica Anagrama. Moser, estadounidense, biógrafo de Clarice Lispector y de Susan Sontag, se instaló en Holanada con 25 años -por amor, dice- y ha residido en el país de forma intermitente. Su trabajo repasa con amenidad las vidas y obras de los dos titanes ya citados y de una quincena de artistas de su tiempo. Moser atiende a “segundones” de alta calidad (Jan Lievens respecto a Rembrandt, Jan Steen respecto a Vermeer). También a algún pintor del que se cuenta poquísima información pero muy de moda en años recientes, como es Carel Fabritius, entronizado en la novela de Donna Tart El jilguero .

En la escuela de Rembrandt subraya el aplomo, la visión moral; en la de Vermeer, el interés por el hogar, su cordialidad civilizada

En la escuela de Rembrandt, Moser subraya el aplomo, la dignidad, la visión moral; en la de Vermeer, el interés por el hogar de las clases medias, su cordialidad civilizada, su limpieza, en piezas de iluminación y perspectiva compleja. A veces un punto idealizadas, y contrastadas por la realidad: la mortalidad infantil y las epidemias podían desbaratar rápidamente la cálida estampa que dio pie a un cuadro familiar. Ciertos objetos usuales en los cuadros, como las arañas de iluminación, no eran precisamente de uso corriente.

Bastantes de los artistas analizados murieron jóvenes y otros, incluso muy destacados, en la pobreza. Tendencia que rompió Rachel Ruisch, pintora de flores de gran éxito -convertía la ciencia en arte, sugiere el autor- , madre de diez hijos, rica por familia y por las buenas ventas de sus cuadros, que incluso ganó la lotería. Esta mujer afortunada murió octogenaria y feliz.

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