Un momento sublime de la historia de la cultura catalana en el siglo XX: la peña del Ateneu envía a Josep Pla a la joven Unión Soviética para que un periodista catalán explique a los lectores lo que pasa desde una óptica de aquí. Me vino a la cabeza el otro día en el Teatre Nacional, mientras asistía a una representación de Boira de Lluïsa Cunillé, un drama ambientado en un país del Este, en el 2014, veinticinco años después de la caída del muro de Berlín. La escenografía, que reproduce el formato Cinemascope, es magnífica. ¡Cinemascospe para contar una historia de caída, desesperación y esperanzas traicionadas! He vuelto a pensar en Josep Pla leyendo Polonesa de Vicenç Villatoro (Terrassa, 1957), que pasa entre Varsovia y Jerusalén entre enero y febrero de 1992. Trata de un espía doble de los años de la guerra fría, que vuelve a la acción –es un decir: es una novela bastante estática– tras el desmembramiento de la Unión Soviética. Los escritores catalanes viajan al pasado –me parece significativo que sea al pasado y no al presente– no tanto para explicar lo que ha pasado al público catalán desde una óptica catalana, sino para escribir obras que, en realidad, podrían ser alemanas o israelitas, en las que cuesta encontrar el gancho que las relacione con nuestra cultura.
Un amigo, a quien se lo comenté a la salida del teatro, me dijo: ¿crees que es necesario? Yo no creo nada, constato sólo lo que me parece que pasa. Veo la fascinación de Villatoro por el escritor judío Amos Oz y pienso que quiere ser como Amos Oz. Pienso que, antes de construir tramas rarísimas con agentes del Mossad escondidos en Mollerussa, está bien que sea una historia europea de arriba a abajo. Constato la diferencia con el Jo confesso de Jaume Cabré que, mejor o peor, establecía esta conexión que les decía con los catalanes. Las conclusiones definitivas ya las sacaré más adelante si el fenómeno persiste, como todo parece indicar.
⁄ Un libro modelado con oficio, de un novelista competente, que se interesa por la literatura y por la historia
Un espía, afirma varias veces Villatoro a lo largo del libro, es un actor. Representa diferentes identidades, con diversas historias, utiliza pasaportes con fotografías cambiadas. La prudencia elemental recomienda que todos los personajes tengan la misma edad que él en el momento de la misión-representación. Una parte del libro es una paradoja del espía, en la que –a la manera de la paradoja del comediante– Villatoro profundiza en la humanidad desconcertada de su protagonista, enfrentado a un juego de ficción sobre ficción, que despliega con naturalidad. El lector acompaña a un hombre llamado Saul Shalev, oculto bajo la personalidad de Klaus Steinberg, un alemán que viaja a Polonia a aprovechar la bancarrota del país para sus negocios, pero que en realidad se llama Andrzej Zelig –¿recuerdan el Zelig de Woody Allen, que se mimetizaba con las personas de su entorno?–, hijo de dos héroes comunistas polacos, caídos en las purgas de la ocupación soviética.
La trama de espionaje tiene que ver con la descomposición del ejército rojo y el mercado negro de armamento de aquellos años, cuando los jefes militares, que no cobraban su paga, empezaron a vender tanques, e incluso aviones con el piloto incorporado, y prometían mísiles nucleares a países en conflicto. Zelig-Shalev es un agente israelita retirado, ha perdido a su esposa, ejerce de profesor de literatura, está especializado en novelas de espías. Sale de su refugio para negociar con un misterioso interlocutor. Este argumento permite a Villatoro abordar el corte generacional entre los espías de la guerra fría y los jóvenes de 1992, con una idea muy diferente, pragmática, de la profesión. Frente a la joven Lia, Zelig-Shalev se siente como una ruina. El otro tema es el chantaje para que vuelva a estar operativo, con la amenaza de divulgar el dossier del archivo del KGB que le retrata como agente doble. Las dos tramas se trenzan en el golpe final.
Polonesa es un libro bien construido, modelado con oficio, de un novelista competente, que se interesa por la literatura y por la historia.
